THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Dalí, soñador despierto

«Dalí es la expresión del pensamiento subconsciente, la mezcla del mundo real y el onírico»

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Dalí, soñador despierto

Exhibición de Dalí en París. | Julien Mattia (Europa Press)

Esta semana se cumple el aniversario del nacimiento de Dalí y a vistazo pronto de hemeroteca vemos una colección de críticas a su ideología y su fantasía inagotable, que le convierte en uno de los padres del surrealismo. Dalí pertenecía a esa gran familia magnífica y lamentable de los neuróticos, que son la sal de la Tierra. Todo lo bueno que conocemos nos viene de los neuróticos. Ellos, y no otros, son los que han fundado las religiones y han creado obras maestras. El mundo jamás sabrá lo que les debe.

Josep Pla en su correspondencia con el artista, escribe: «Usted, señor Dalí nunca fue atacado o juzgado por razones pictóricas, sino por razones políticas grotescas». Y Pla, al decir esto a Dalí está defendiéndose a sí mismo. «Es el mejor escritor que ha tenido Cataluña, y todavía hay catalanes que le repudian por fascista», escribiría Paco Umbral en El Mundo. A esos dos nunca les  perdonarían sus ideas políticas, y a Umbrales no le perdonaron que se cambiara de periódico. En realidad estos tres fascinan y ofenden al mismo tiempo, y esta mezcla de sentimientos encontrados ha dado lugar a historias de todo tipo.

Parece que la mediocridad del estilo o la falta de imaginación son una cosa perdonable mientras que las ideas políticas determinan la muerte del reo, o sea los picotazos post-mortem en el juicio de los cuervos. Me pregunto en qué proporción desastrosa aumentaría o disminuiría el número de artistas e intelectuales si se eliminaran estas dinámicas. Dalí se define como «monárquico, católico y romano. También soy apolítico. Porque nadie sabe aún si la Venus de Milo es fascista o comunista». En realidad parece que solo le importaban él mismo y su obra, que eran la misma cosa, además de Gala, su mujer-musa.

El pintor manifiesta su voluntad amoral como un loco sin complejos, en este sentido es un adelantado a su época y algunos nos hemos dado cuenta cincuenta años después, mientras que otros aún le siguen tomando en serio.«Mis días estaban hechos de manifestaciones de mi voluntad irracional que, instintivamente, iban a resultar en mi sistema de vida y de pensamiento», dice en sus Confesiones inconfesables, donde cuenta algunos ejemplos del delirio en su vida cotidiana.

Cuando dibuja a Lenin con un culo amorfo, desorbitado, el cuadro es considerado como una gran afrenta a la causa revolucionaria y André Bretón le expulsa del movimiento surrealista. Por vez primera, quizá se hallaban ante un surrealista de verdad. Este juicio, Ávida Dollars, revela que Dalí tenía una seguridad tal que no vacila a la hora de agitar desordenadamente las conciencias para no caer en conformismos, que es lo único que podía digerir la generación de su época. Su círculo le exigía que rectificara ante Bretón, que quería impedirle ir más lejos. Dali no rectifica, sino que exclama: «¡El surrealismo soy yo!».

Estaba siempre como fuera de órbita, y se deja llevar por las fuerzas irracionales ante una sociedad conformista y llena prejuicios. «Deseaba torturarles moralmente con mi alegría perversa», confiesa en sus escritos. Paco Umbral, que nació el mismo día que Dalí, un 11 de mayo, hablaba de la crítica política hacia Dalí como una educada manera de estalinismo «que nos conmueve y nos cabrea» (a los artistas, claro). 

Muchos críticos se intentaron sobreponer al escándalo de la presencia de Dalí con el delirio de confundir el arte con con la postura y la apostura moral. La pregunta es por qué aún hoy creemos qué su expresión oral ha de ser figurativa cuando su expresión artística no era figurativa, sino surrealista. Y por qué los biógrafos y los periodistas repiten ese juicio de los cuervos que él ya ganó en vida, situándose por encima de la moral de su época y quizás también de la nuestra. Dalí es la expresión del pensamiento subconsciente, la mezcla del mundo real y el onírico. A menudo cuando hablaba parecía que evocaba imágenes oníricas, como un soñador despierto.

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