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Bienvenido a casa, Señor

«La Corona es el último bastión defensivo de la estructura constitucional, la última esperanza, la única institución no controlada por el Gobierno»

Opinión

Juan Carlos I. | EFE

La seguridad jurídica, la certeza de unas reglas de juego conocidas, es uno de los activos más importantes de los que dispone un país para asegurar su desarrollo económico. Sin ella, ese país se convierte en un paria en el escenario económico internacional. Las inversiones desde el exterior desaparecen y las ya existentes se congelan, con lo que dicho país se deslizará inexorablemente por la pendiente del descrédito hacia la penuria económica. Y esa seguridad jurídica representada por unas instituciones sólidas, respetadas unánimemente, valor seguro para cuantas empresas se planteaban invertir en España, está desapareciendo en nuestro país a los ojos de analistas cuya opinión pesa en los consejos de administración de los inversores, nacionales e internacionales.

Al observar el efecto que supone el derrumbe de la reputación de las instituciones del Estado para la seguridad jurídica de España, se aprecia, sin sombra alguna de duda, cuál es la mano que mece la cuna. Todas ellas han sido fagocitadas por un gobierno personalista dispuesto a todo siempre que ello convenga a su permanencia, a cualquier precio, en los sitiales del Poder.

Así hemos asistido al desprestigio del CIS, convertido en herramienta hazmerreir, o la Fiscalía General del Estado, que ya lo dijo él con sonrisa autosuficiente en diáfana entrevista televisada: «¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso…».

O la Abogacía del Estado, siempre a su servicio, como quedó acreditado en el procés y, por supuesto, el Tribunal Supremo, contaminado en su imagen por los indultos a los independentistas condenados.

También el mismísimo Congreso de los Diputados, donde con la imprescindible ayuda de su presidenta se ha permitido el acceso a los enemigos de España en la comisión de secretos oficiales.

Y si todo ello no fuera suficiente, en el episodio más reciente de esta continuidad de sinsentidos, se ha dejado al Centro Nacional de Inteligencia a los pies de los caballos por hacer aquello que, por ley, tiene encomendado hacer. 

Pero todo ello, con ser dramático y afectar al desarrollo de nuestra economía, a la moral del ciudadano, a la Nación en su conjunto… es caza menor. La pieza a batir, la que realmente se persigue sin descanso, es la Corona

Porque la Corona es el último bastión defensivo de la estructura constitucional, la última esperanza, la única institución no controlada por el Gobierno. El símbolo de la unidad de la Patria, la institución que, sin distinción alguna, a todos los españoles representa, y de la que (véanse las encuestas al respecto) los españoles mantenemos una alta estima y un inexistente grado de preocupación.

Así, por un lado, el Gobierno favorece la ‘opacificación’ de la labor de S.M. Felipe VI, la limitación de su exposición pública, la disminución de su actividad, para tratar de convencer a la opinión pública, cuando llegue el momento, de su innecesariedad, de su carácter redundante, de su reemplazabilidad.

Simultáneamente, un permanente y demagógico debate sobre su coste, como si de ello dependiera la salvación económica de nuestras cuentas públicas, cuando las cifras pertinentes son absolutamente ridículas, sobre todo si se comparan con la dotación presupuestaria de cualquiera de los innecesarios ministerios inventados para contentar a los apoyos parlamentarios imprescindibles.

Y siempre, siempre, el ataque al Rey padre, a don Juan Carlos, el responsable junto a millones españoles del milagro de la Transición hacia la democracia. Ataque que se produce y mantiene porque la monarquía no tiene sentido sin la continuidad dinástica que le confiere estabilidad y sentido histórico. Y esa continuidad se pretende romper en la persona de quien ya es parte de nuestra historia y lo será para siempre.

A muchísimos españoles nos agradaría ver gestos de cariño de S. M. el Rey para con su padre en el ámbito personal, compatibles con respeto en lo institucional y, como ya ha ocurrido, con rígido sometimiento a la norma en el plano legal y judicial. El grueso del pueblo español respiraría aliviado comprobando que la solidez de la Institución, imprescindible para hacer frente a los ataques que sufre y sufrirá la Corona, es compatible con una relación paterno-filial normalizada, contraria a la imagen que algunos medios presentan en estos momentos en los que la vuelta de don Juan Carlos a España, su casa, parece inminente.

España siempre ha sido generosa en el perdón. ¿Cómo es posible que esa magnanimidad se extienda a la chulería de los sediciosos del Ho tornarem a fer, pero esté vetada para un hombre de 84 años, alejado de su hogar y de su familia, que ha contribuido de manera esencial a la prosperidad y prestigio de la España que hoy disfrutamos todos los españoles? 

En ese plan de sometimiento de las instituciones al poder ejecutivo, y en la personalidad de quienes lo ostentan, no cabe la generosidad, no cabe el perdón, no cabe la hombría de bien. Sólo una masiva y contundente reacción de los españoles en las urnas podrá revertir este proceso de deterioro y degradación de nuestra democracia devolviéndonos la esperanza de poder impedir la declinante seguridad jurídica en España. 

Pero mientras tanto, es un consuelo y una alegría poder exclamar, por fin y tras casi dos años, ¡bienvenido a casa, Señor!

6 comentarios
  1. jedoju

    Que nunca debió de marcharse y que se quede en su casa que es España. Por lo tanto solo queda recibirle con los brazos abiertos y dar la felicitación a este medio por «Bienvenido a casa»

  2. ToniPino

    Este artículo es una sobrevaloración de la figura de Juan Carlos, un corrupto y un sinvergüenza cuyos méritos son mucho menores de los atribuidos por el autor. Juan Carlos dio proyección internacional a España y consiguió buenos negocios para nuestro país (por los que cobró sustanciosas comisiones), pero la prosperidad material y estabilidad social se debió mucho más a los políticos, que también cayeron en la corrupción y el abuso de poder. Los políticos y los medios de comunicación se pasaron décadas tapando toda la podredumbre de este corrupto, que, a mi juicio, no debería volver a España. Le debemos lo que le debemos, pero hoy es perjudicial para nuestro país.

    Si de verdad se quiere defender a la monarquía, Juan Carlos debe mantenerse lejos de España y de Felipe VI, que, por el momento, y teniendo en cuenta que está más fiscalizado que su padre, parece un hombre honesto, limpio y más neutral que Juan Carlos. No soy ni monárquico ni republicano, y en estos momentos prefiero lo que tenemos, un rey como Felipe, pero alejado del corrupto de su padre y sin contaminarse de su suciedad.

  3. 00_andurinha_00

    De acuerdo con el artículo pero en desacuerdo con el carácter generoso hacia las instituciones legales y los medios de comunicación: éstos no son víctimas de este gobierno ramplón, antes bien son colaboradores necesarios; por lo tanto son también responsables por acción directa.

    Nosotros, los ciudadanos, somos las víctimas de la indolencia de las instituciones judiciales y de la tergiversación de los medios de comunicación; por analogía, SM Juan Carlos I, como ciudadano de máxima categoría, es la víctima preferida, la demostración de que cualquier ciudadano ha de plegarse a las exigencias del poder judicial, de la prensa y de la clase política.

    El totalitarismo ha llegado y se cancela el derecho a la libertad individual.

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