¿La marihuana es de izquierdas?
«A izquierda y derecha, las dos corrientes más reacias a todo conservadurismo están ahora juntas y revueltas para defender al alimón que se legalicen las drogas»
En la vieja izquierda de antes, la difunta y enterrada que yo todavía llegué a tiempo de conocer, había muchos adictos a esa droga dura, la más dura de todas, que se llama pensamiento. En la novísima, en cambio, predomina la devoción por las llamadas blandas, con particular énfasis en la marihuana. Como en Más Madrid, que acaba de hacer bandera de la legalización del tráfico mercantil con fines de lucro de esa sustancia alucinógena. Una encendida defensa del atontamiento lúdico autoinducido, que no otro resulta ser el efecto emancipatorio y liberador de la marihuana, que esa progresía que se tiene por transformadora, la de Errejón y la sanitaria García, defiende apelando a unos argumentos economicistas que provocan cierta vergüenza ajena viniendo de pretendidos radicales de izquierda.
Así, la doctora en Medicina Mónica García avala la despenalización del comercio al por mayor de ese narcótico en extremo aditivo con el razonamiento de que se crearían muchos puestos de trabajo. Premisa, la de los puestos de trabajo, que igual serviría para subvencionar con fondos públicos a las multinacionales del tabaco y a las de las bebidas alcohólicas, ambas insertas en ramas de la actividad muy intensivas en mano de obra. O a las grandes productoras de cine pornográfico, sector que igualmente genera múltiples empleos estables en el ámbito audiovisual. Una coartada forzada y tosca, ridículamente tosca, esa de las externalidades laborales, cuya única función, por lo demás, consiste en servir de mera apoyatura al principio filosófico de fondo, el principal, que inspira el abolicionismo de nuestra moderna izquierda emergente. Un principio que, confusión de confusiones, resulta ser el mismo que en todas partes caracteriza a la facción libertaria de la derecha.
La izquierda añeja, puritana y descatalogada, la de antes, aquella que se ponía con chutes de pensamiento en vez de con por porros de maría, si algo tenía claro era que eso que algunos llaman «individuo» no existe, ni ha existido nunca
Y es que la premisa mayor sobre la que se asienta todo el argumentario de los de Errejón para bendecir tanto el tráfico como el consumo irrestricto de drogas, empezando de entrada por el de la marihuana, remite a «garantizar las libertades de los adultos». Una apelación doctrinal que, reconozcámoslo, posee algo más de enjundia que la muy burda coartada de los puestos de trabajo. Por lo demás, confieso que nunca imaginé que algún día fuese a ver a la izquierda postcomunista compartiendo idéntica matriz de pensamiento que los devotos de Ayn Rand, esa derecha no menos alternativa que de un tiempo a esta parte ha comenzado a arraigar entre nosotros. Los adversarios más militantes e implacables de todo cuanto suene a liberalismo, asumiendo el axioma de la soberanía de los individuos, genuina piedra Rosetta que articula y dota de coherencia interna al ideario de los liberales libertarios, la expresión extrema de la derecha hipercapitalista más radical. Vivir para ver.
La izquierda añeja, puritana y descatalogada, la de antes, aquella que se ponía con chutes de pensamiento en vez de con por porros de maría, si algo tenía claro era que eso que algunos llaman «individuo» no existe, ni ha existido nunca. Lo único que existía a ojos de aquella izquierda eran las personas, las de carne y hueso, seres arraigados en una circunstancia histórica y un tiempo concretos, no esa abstracción intelectual surgida de la nada. El conservadurismo, es sabido, constituye mucho más una actitud vital que una ideología. Y ahí tenemos, unos a la derecha de la derecha, los otros a la izquierda de la izquierda, a las dos corrientes más visceralmente reacias a todo conservadurismo, ahora juntas y revueltas para defender al alimón que se legalicen las drogas. Ambas, compartiendo la sentencia célebre de uno de los padres del liberalismo, Stuart Mill, aquella según la cual la libertad individual de un individuo únicamente puede ser limitada cuando supone un perjuicio para otros individuos. Pero resulta que los drogadictos son personas; son personas débiles, dependientes y carentes de autonomía para actuar con libertad. Y las personas, las reales de carne y hueso, tienen padres y madres. Y también hermanos, esposos y amigos. Por eso, cuando se hacen daño a sí mismas, también están dañando a otras personas al mismo tiempo. No se me ocurre mejor argumento que el de Stuart Mill, por cierto, para mantener la estricta prohibición de cualquier tráfico de drogas. Pobre izquierda. Qué triste final el suyo.