THE OBJECTIVE
Javier Santamarta

¿Constantinopla o América?

Es el 29 de mayo de 1453. Constantinopla ha caído. Acaba, por tanto, el llamado Imperio Bizantino. El Imperio romano oriental. ¡Ha caído Roma definitivamente! ¿Fue así en realidad? Sí, y no. Pero la fecha es tan importante, que la convirtieron en el final de las edades medias, y puesto como hito inicial de la llamada Edad Moderna

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¿Constantinopla o América?

Es el 29 de mayo de 1453. Constantinopla ha caído. Acaba, por tanto, el llamado Imperio Bizantino. El Imperio romano oriental. ¡Ha caído Roma definitivamente! ¿Fue así en realidad? Sí, y no. Pero la fecha es tan importante, que la convirtieron en el final de las edades medias, y puesto como hito inicial de la llamada Edad Moderna. Lo que no es algo en lo que todos los historiadores están de acuerdo… afortunadamente. Pues reconociendo la importancia de la efemérides, del hecho recordado, no se puede ni comparar con lo que estaba a punto de ocurrir. Por casualidad. Sin ser consciente de su trascendencia por parte de su propio protagonista. Pero la realidad es que cuando amaneció ese 12 de octubre de 1492, aquella alba de América, aún ignota e innominada, sí que iba a cambiar al mundo, y para siempre. ¡Aún a pesar del mismo Colón!

No podríamos negar, tal vez, que la citada toma por parte del que se convertiría en el imperio turco de la que será renombrada hasta nuestros días como Estambul, sí fue el adiós de una Edad Media, que comienza, con cierta paradoja no exenta de poesía, con la caída de la primera Roma, la del Lacio, en manos de los bárbaros de Odoacro en 476. En esos casi mil años, todos los tópicos del mundo nos han venido sobre esa «época oscura». Una oscuridad donde aparecen estilos arquitectónicos nunca vistos, llenos de luz y de color. La época en que el pensamiento se hace universal en congregaciones de maestros y estudiantes: los Estudios Generales, que desde la de Salamanca que obtuvo tal timbre la primera, conoceremos como universidades. La de una ciencia que dará paso a la capacidad de comenzar de manera global, el siglo de los descubrimientos. ¡Vaya oscuridad más diáfana!

Pero la caída de Constantinopla, siendo un cierre, no es apertura de una nueva época, como lo habría de ser el encuentro, el choque brutal e inesperado, entre mundos que se desconocían mutuamente. Entre el que descubre de manera activa, y entre el que, a su pesar o no, es descubierto. Y que será traspasado en sus limes, tanto terrestres como marítimos, para darle la razón al sabio de Cirene, Eratóstenes, sobre el tamaño de la conocida esfericidad de la Tierra. Porque esa memez de la Tierra Plana tampoco fue creencia medieval, como tantas otras sandeces que se dicen sobre el mencionado tiempo medio. Pues con exactitud fue medida al menos desde dos siglos y medio antes de Cristo.

La palabra y el concepto de globalización, que tantos promotores tiene como detractores, es literalmente un hallazgo español. Aunque España no existiera según los puristas del Estado-Nación decimonónico, el caso es que los portulanos y mapas comenzaron a tener las armas de Castilla y de León por todo el orbe, junto con las portuguesas, como ya tuvieron los encarnados palos de Aragón por todo el Mediterráneo, el gran mar de Occidente. Guste o no, la Historia podrá tener una visión eurocéntrica de manera injusta, dejando de lado la importancia que deberían de tener imperios como el Mongol, o las diferentes dinastías chinas. Una China que tendría que ver cómo la dinastía Ming establecía relaciones con quienes acabarían teniendo un peso en plata en su propia economía: aquellos que, en sus naves negras, y con hombres lagarto embarcados, venían con piezas de a ocho para crear el primer bitcoin de la Historia. Pero sin virtualidad ninguna. El real.

La fecha de 1492 es la que permite, pues no deja de ser su idea inicial, que Juan Sebastián de Elcano, tomara una decisión arriesgada y épica, que acabaría no en la búsqueda del Maluco y de las islas de las especias, sino en hacer de la tierra una esfera circunnavegada de oeste y sin tornaviaje. Que la búsqueda de las riquezas trajera, entre sangre y fuego, la mayor de ellas. El conocimiento. De otras culturas. De otras gentes. De otros animales. De otra botánica que haría dar un salto a la farmacopea. Y de plantas con las que no se entendería la gastronomía (que también es cultura), en ambos lados del océano. Errores y crudezas cometidas hace siglos no puede nublar lo que supuso a la larga, un hecho que fuera iniciado por 87 personas en dos carabelas y una nao. Muy pocas en consideración con los 70 barcos otomanos y las decenas de miles de soldados enfrentados en Constantinopla. Pero, ya veis, menos de cien personas iniciaron nada menos que toda una nueva Era en la Historia. ¡No está nada mal! ¿No creéis?

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