Feijóo: ¿gobierno a la espera?
«Feijóo parece dispuesto a no cometer los mismos errores que su predecesor»
Se cumple algo más de un año de las elecciones en la Comunidad de Madrid. La victoria de Díaz Ayuso supuso, sin duda, un cambio de tendencia electoral que hoy parecen confirmar las distintas encuestas también en Andalucía. El proceso electoral vino tras un error gravísimo del PSOE: mientras Félix Bolaños intentaba pactar las cuotas del CGPJ y del TC con el PP, el partido de Sánchez negociaba en paralelo, que se sepa, al menos una moción de censura con Cs en la Región de Murcia. Aquello provocó un terremoto político en forma de elecciones anticipadas en Madrid y posteriormente en Castilla y León, reforzando momentáneamente el liderazgo de Pablo Casado.
Casado se pudo ver ya en Moncloa y comenzó una huida hacia adelante elevando el tono de la oposición. Convertido en una caricatura parlamentaria, incapaz de ofrecer a Sánchez lo que antes se conocían como pactos de Estado, dilapidó la ventaja en las encuestas sobre todo porque no preparó su partido para la posible victoria en las elecciones. En mi opinión, no fue el lío de la presidenta de Madrid por el control del PP en la Comunidad el fin de Casado, sino el lamentable espectáculo del voto fallido de Casero que permitió que se aprobara la reforma laboral. Allí se evidenció el descontrol organizativo al que García Egea había sometido al partido.
Feijóo parece dispuesto a no cometer los mismos errores que su predecesor. En el Reino Unido, primero Margaret Thatcher y después David Cameron, usaron la expresión de «gobierno a la espera» para ese tiempo de descuento en el que la oposición se prepara –aparentemente- para sustituir al futuro gobierno saliente. Evidentemente, el término puede ser fallido, dado que la política, como recordaba Maquiavelo, es el reino de la sorpresa. Ahora bien, se puede impactar psicológicamente en el votante manejando el presente como si fuera un tiempo de transición y declive que deteriore aún más las expectativas del gobierno y los partidos que lo sostienen. Ahora se entiende mejor el pavor de la izquierda a que Casado fuera sustituido por Feijóo a un año y medio de las elecciones generales.
Las primeras victorias de Aznar en 1996 y Zapatero en 2004 llegaron tras un largo trabajo en el que los principales ministros del Gobierno tenían su correspondiente ministro – contrincante en la oposición (recuerden a Rodrigo Rato, Francisco Álvarez-Cascos, Jordi Sevilla o Manuel Marín). No se trata, desde luego, de contraponer meros liderazgos o una praxis estética en torno a personas, como sucede ahora: la idea de gobierno a la espera concibe la política como un ejercicio constructivo, planteándose a los ciudadanos los principales retos que les conciernen y el programa que se presenta para tratar de abordarlos (y con mucha suerte, solucionarlos). Como ven, una visión diametralmente opuesta a la situación actual, donde la cosa pública se reduce al griterío permanente.
Para ello, evidentemente, hay que considerar al votante como un sujeto mayor de edad que antes de acudir a las urnas prefiere tener alguna idea formada sobre lo que va a elegir, sobre las propuestas o líneas maestras del partido preparado para ser una alternativa institucional sólida. Feijóo puede caer en la tentación de esperar y ver cómo el actual Gobierno se autodestruye. Sin embargo, haría bien en explicar a los españoles con nitidez cuál es su modelo económico, cómo piensa resituar a España en el ámbito exterior o cuáles son sus principales propuestas para resolver las tensiones territoriales. Ello permitiría volver a aquel viejo paradigma, hoy olvidado, en el que los partidos ofrecían un contrato a los ciudadanos y estos decidían a los cuatro años si se habían cumplido sus cláusulas: hasta eso parece que se ha perdido en este marasmo de simulación política donde todo se reduce a una cuestión comunicativa.