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La trampa de la moderación

«Se produce una paradoja: hay que resultar moderado sin resultar irrelevante»

Opinión

El presidente de la Junta, Juanma Moreno. | Europa Press

  • Periodista y miembro de la redacción de ‘Letras Libres’ y autor de ‘Mi padre alemán’ (Libros del Asteroide, 2023).

El votante medio es moderado. Es el famoso indeciso, poco politizado, que no tiene claro el voto hasta última hora. Quizá no es simplemente una cuestión de temperamento o ideología; es más un sano desinterés por las rencillas políticas diarias, por la política como reality. Los partidos políticos están sumergidos en una deriva autorreferencial, endogámica, y el votante que necesitan, que es el mayoritario, no tiene ni idea de la última declaración viral de determinado diputado en el Congreso (a la gente le importa la inflación, no Pegasus o los tuits de Gabriel Rufián).

En tiempos de polarización, la alternativa moderada quizá resulta atractiva, pero a menudo tiene un problema comunicativo. Si eres moderado y no eres el incumbent, el que ostenta el poder y tiene toda la infraestructura comunicativa y las instituciones a su servicio, te cuesta colocar tu mensaje. El ruido siempre tiene mejor prensa. A algunos partidos, el ruido es lo único que les queda y lo único que tienen. ¿Qué gestión puede vender Vox? Unidas Podemos tampoco puede vender mucha, teniendo en cuenta que su poder está en ministerios florero. Lo único que les queda es la guerra cultural-mediática y llamar la atención. La peor muerte política es la irrelevancia, porque es más lenta que la caída en desgracia o la muerte reputacional. Cuanto más irrelevante es, más ruido hace el político.

En la búsqueda del votante moderado, y lo estamos viendo ahora que entramos un ciclo electoral eterno (que empieza con las elecciones andaluzas y culminará el año que viene con las generales), se produce una paradoja: hay que resultar moderado sin resultar irrelevante. Hay que hacer ruido para que te vean, pero no el suficiente para verte sumergido en la deriva populista y polarizadora.

En general a quien tiene poder le resulta más fácil alcanzar este equilibrio. Están los ejemplos de Yolanda Díaz, con su discurso sentimental sobre los cuidados y una economía de las personas desde el Ministerio de Trabajo, y Juanma Moreno, que busca alejarse todo lo posible de Vox y vender exclusivamente su gestión en la Junta de Andalucía de cara a las elecciones del 19 de junio. Pero para los partidos sin cartera o sin poder, el problema es casi irresoluble: si no gritas o haces un zasca, el clip sobre tu intervención en el congreso no será viral ni aparecerá en los medios. A veces funciona el moderado que lanza una reprimenda a los polarizadores que ensucian todo; es el diputado profesoral que recuerda a «sus señorías» que si están ahí es para servir a los ciudadanos. Pero en general el moderado es un poco el que nunca consigue hacerse oír por encima del ruido.

La deriva polarizadora empapa todo, incluso al que aparentemente no debería tener incentivos para entrar en ella. El que está en el poder vende su gestión y tiene el aparato comunicativo más poderoso para venderse. Sin embargo, acaba cayendo en la trampa polarizadora por miedo a la irrelevancia, a que solo con su gestión y sus ideas no sea suficiente para conservar el poder. Es lo que le está ocurriendo al Gobierno en las últimas semanas, de cara a las elecciones andaluzas: no sabe cómo movilizar a su electorado y ha decidido entrar en el juego sectario contra Vox. Y al partido de ultraderecha le encanta que bajen al barro.

1 comentario
  1. ToniPino

    Hay partidos que nacen y viven de la agitación social y el sectarismo, como Unidas Podemos y Vox. Al primero la gestión le ha sentado fatal y es muy posible que a Vox le ocurra lo mismo. Cuando llegan a las instituciones se pone de manifiesto su menor interés y capacidad para la gestión y el realismo del poder hace que sus votantes se sientan muy decepcionados, pues los partidos no pueden cumplir con sus programas maximalistas. Afortunadamente, no alcanzan el poder en solitario, sino en coalición con los partidos centrales y no pueden aplicar las medidas extremas prometidas.

    Tal como ha pasado con los podemitas, es lo que quizás le vaya a ocurrir a Vox, que no puede suprimir el estado de las autonomías o centralizar la educación, la sanidad y otros servicios, ni ilegalizar los partidos nacionalistas periféricos (solo admite su nacionalismo españolista), ni derogar las leyes de género o LGTBIQ +, ni plasmar en leyes su exaltación del pasado glorioso español, ni aplicar sus políticas de inmigración, ni imponer su conservadurismo moral, ni cerrar las televisiones autonómicas, ni acabar con las ayudas sociales, como predica.

    En los gobiernos que comparta con el PP (que espero sean los menos posibles), de los aciertos de gestión se beneficiará sobre toda el PP, como ha ocurrido con los gobiernos de coalición de populares con Ciudadanos, y su presencia en las instituciones hará menos creíble su estrategia de agitación y propaganda en las guerras culturales, que es su principal medio de captación de votos.

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