Cien años de fascismo
Hace cien años se forjó en Italia una tercera vía política que llevaría a Europa al mayor desastre de su historia
El mes de octubre se cumplirán cien años desde que Benito Mussolini marchara sobre Roma con sus camisas negras, tomando el control del país transalpino. A principios de siglo, Italia parecía que quería introducirse tímidamente en la modernidad: treinta años antes se había constituido como un nuevo estado-nación. En la Italia septentrional había comenzado una rápida industrialización y Milán se convirtió en un centro neurálgico de producción y comercio.
Al periodo previo al inicio de la Primera Guerra Mundial en Italia se le suene denominar como “era de Giolitti”, haciendo referencia a Giovanni Giolitti, que ocupó el cargo de primer ministro desde 1903 a 1914. Giolitti tuvo que ocuparse de numerosos frentes: la crisis económica del sur, la oposición de los numerosos súbditos católicos italianos y los movimientos más radicales de carácter socialista y nacionalista, como el de Lazzari y Mussolini. El nuevo nacionalismo italiano estaba influenciado por el poeta Gabriele D´Annunzio y el futurismo de Marinetti.
Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, empezó a germinar el fascismo. En palabras de Alexander de Grand, el fascismo estuvo constituido por “la revuelta de parte de los intereses dominantes y una parte sustancial de los más jóvenes, clases medias intelectuales, contra la vieja clase política giolittiana y sus políticas reformistas”. El 20 de mayo de 1915 se concentraron en una de las principales ciudades de Italia los militantes de Alleaza Nationale, fundada por Corradini y Federzoni; los Futuristas de Marinetti, un movimiento artístico que ensalzaba la guerra y la tecnología moderna; además de los grupos intervencionistas de la izquierda, reunidos en torno a los Fasci di Azione Rivoluzionaria, donde nos encontraremos a Mussolini.
Tras el final de la Gran Guerra, la vieja política llegaba a su fin y empezarían a surgir partidos que buscaban movilizar en masa a la población, entre ellos el Partido Comunista de Gramsci y Bordiga, fundado en 1921, o el Partido Popolare Italiano de carácter católico, dirigido por Sturzo. Los movimientos más nacionalistas denominaron a la paz conseguida en la guerra como la “victoria mutilada”, ya que no se obtuvieron colonias en África y el Próximo Oriente. Entre ellos estaba Benito Mussolini, nacido el 29 de julio de 1883 en Predappio, en la región de la Romaña. Era hijo de un herrero republicano y socialista y una maestra católica devota. Ya de joven comenzó a trabajar para periódicos socialistas, como en Forli y posteriormente en el Avanti. Su visión de la intervención de Italia en la guerra pasó de una pasividad a una defensa de la participación, por lo que fue expulsado del Partido Socialista Italiano.
Si tenemos que ponerle una fecha al inicio del fascismo italiano, es el 23 de marzo de 1919 en la Piazza San Sepolcro de Milán. El “fascio” hacía referencia a los fasces o haz, se denominaba así al conjunto de varas de madera que utilizaban los cónsules romanos, simbolizando la fuerza y la unidad. En esa reunión se encontraban personajes como Farinacci, Marinelli o Marinetti. Su programa inicial era radical, anticlerical y republicano. Se crearon los fasci di combattimento, grupos paramilitares cuya misión era desatar la violencia contra sus enemigos políticos.
Ya en 1921 se creó el Partido Nazionale Fascista (PNF). En la dirección del partido se encontraban Starace, Teruzzi, Bastianini y Dino Grandi.
El presidente del Gobierno por aquel entonces, Luigi Facta, le presentó al rey Víctor Manuel un real decreto de ley marcial para poder utilizar al Ejército contra los fascio de Mussolini, pero éste se negó dimitiendo en el acto. En octubre, Antonio Salandra recibió el encargo de formar Gobierno. Mussolini, que sabía que disponía de ventaja, viajó desde Milán hasta Roma en tren para hacerse con el cargo de primer ministro.
Pese a que la leyenda presentó la marcha sobre Roma como una entrada triunfal de los grupos fascistas, lo cierto es que fue un grupo pequeño y mal equipado que triunfó por la negativa del rey y las fuerzas armadas a paralizarlo.