THE OBJECTIVE
Fernando Cocho

Cumplimiento normativo

Durante mucho tiempo sabíamos qué hacer, qué no hacer, contra qué luchar y sobre todo teníamos esperanzas de un futuro posiblemente mejor. Falacias y sueños hechos pedazos contra la hipocresía humana

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Cumplimiento normativo

El cumplimiento normativo durante mucho tiempo ha sido la forma en la que la administración e incluso muchas empresas sabían por dónde dirigir sus pasos en la consecución de objetivos. Pero nunca parece que ese cumplimiento normativo fuera aplicado a la ciudadanía en general, ni a un colectivo en particular.

Siempre he sido de la creencia, un poco inocente, que la fuerza moral triunfaría ante la ignominia y que había un camino certero de comportamiento para regir personas, haciendas y colectivos. Pero esa Arcadia, falsa como todas, no sólo está muy lejos, sino que en realidad jamás podrá existir, a no ser en el mundo de los deseos y en los libros infantiles con los que alimentamos de falsas esperanzas de mejora futurible a nuestros hijos.

En verdad pareciera que el cumplimiento de las normas, el seguir principios morales y obedecer las reglas, lejos de garantizar que viviríamos en un mundo mejor, lo que asegura es precisamente lo contrario. Cuando se “nos vende” que el éxito llegará y se cumplirán nuestras expectativas siendo correctos seguidores de las normas, trabajando de forma honesta… en realidad lo que ocurre, lo que suele ocurrir. es lo contrario: llegan al éxito profesional aquellos que tienen la familia adecuada, o el compañero de pupitre adecuado, e incluso el que elige entregar su vida a un colectivo salvífico, sea este de orden religioso o civil; se llame secta o se llame fraternidad.

No hay posibilidad real de que, exceptuando algunas excepciones incomprensibles o anomalías disfuncionales, se cumplan las máximas con las que nos crían.

Pongamos algunos ejemplos: sólo aquellos que tienen el don natural o adquirido de empatía con los intereses de la mayoría logran el “premio” de que les sigamos como mansos corderos, inclusive cuando la lenta y a veces intencional justicia demuestre su corrupción; lejos de ser denostados se convierten en titulares laudatorios que nos explican la diferencia entre “lo que las cosas son y lo que deberían ser”. Convertimos en seña patria aquellos comportamientos que generan latrocinio o que demuestran pericia en defraudar a la Agencia Tributaria, a las reglas “sagradas” del derecho consuetudinario, o aquellas acciones que destapan las burlas que nos hemos “tragado” depositando una confianza innecesaria en los que sólo piensan en sí mismos y comprenden “el verdadero sentido” de lo que les da éxito, fama y sobre todo la admiración del resto de la ciudadanía.

No llego a alcanzar a comprender por qué existe esa diferencia entre lo que decimos que queremos hacer, las reglas que nos ponemos para cumplir, y lo que valoramos como éxito social, capacidad de medro, o simplemente por qué le damos nuestro “voto de admiración” a quien magistral o burdamente se ríe de nosotros.

En una de esas ocasiones que se retrasmiten o se transcriben los juicios sobre esa gente, leyendo las declaraciones, me encontré con la verdadera esencia de cómo se mueve el mundo: el acusado declaró que se sentía legitimado en progresar a costa de los demás porque “ellos eran dignos de burla”, puesto que al obedecer las leyes tributarias, por ejemplo, merecían escarnio puesto que sólo lograrían miserias, mientras que de la otra forma aseguran vidas ostentosas y el futuro del apellido, de sus vástagos y de todo aquel que le sigue en su estela.

Si ahondamos en el pasado de todos o casi todos los que atesoran fama otorgada por nosotros, capacidades de marcar tendencias o dedicarse a guiar nuestros designios; encontramos siempre apellidos forjados en pasados de robo, medro interesado, sistemas de prebendas y “lavamanos” de muchos tipos. No he encontrado nadie que no cumpla esta regla, inclusive aquellos que se pretenden revolucionarios o desean, falsamente, cambiar el sistema, fueron acunados en lechos creados por antiguas alianzas que se hunden en la historia de sus familias. Si rascamos suficiente, la gran mayoría provienen de sagas que comenzaron ya hace décadas el asalto a los bienes de otros, y basan sus credenciales morales en mentiras que nos creemos generación tras generación; mientras, ellos y ellas replican las reglas de sus padres para no dejar el poder de influir en las masas.

Lo único que deben hacer es no salirse de la cofradía, rendir pleitesía al “Becerro de Oro” correspondiente de su “santa compaña”. Si son buenos acólitos se les asegura una vida jalonada de “Bakara”. A cambio sólo tienen que ser fieles acólitos, cumplir con la falta de escrúpulos y olvidar toda moral o ética. Los cuentos que son aleccionadores los dejamos para aquellos que no están llamados a éxitos o mejores destinos.

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