La Decimocuarta
El fútbol es un deporte en el que juegan veintidós y en el que siempre termina ganando el mismo
Si en septiembre me hubiesen dicho que íbamos a ganar la Decimocuarta esta temporada, no me lo habría creído. Ni yo, ni mi padre, ni mi hermano, ni mis amigos, ni ninguno de los que se sientan cerca de mí en el Bernabéu. Habríamos contestado, algo decepcionados, que no había equipo para lograrlo, que este año tocaba apretar los dientes, pelear por la Liga y esperar los fichajes de verano, Mbappé entre ellos, como quien aguarda la segunda venida del Señor. No es que no confiáramos en Benzema, en Modric, en Courtois; es, sencillamente, que nos abrumaban los PSG, Chelsea, City o Liverpool con todas sus estrellas, con ese fútbol vistoso y eficaz que nos creíamos incapaces de parar o reproducir. Feliz error, el nuestro.
El sábado, en París, se lo recordé, y concluimos que todo cambió la noche en la que el PSG visitó el Bernabéu. Después de esa remontada, nuestras preocupaciones de principio de temporada parecían vanas, absurdas, y nos lo siguieron pareciendo cuando el Barcelona nos endosó un contundente 0-4 en casa. De pronto, los defectos devinieron virtudes —la juventud, desparpajo; el envejecimiento, veteranía— y daba la sensación de que el Real Madrid terminaría ganando la Champions por lo civil o por lo criminal; daba la sensación, digo, de que si Benzema, Vini o Rodrygo no lo lograban, sería un ángel quien metiese el balón en la portería contraria.
La Decimocuarta ha sido, en fin, la mejor de las ocho Champions que he visto levantar a mi Madrí. Y no tanto porque hayamos vencido a los cuatro mejores equipos de Europa como porque enfrente teníamos a la UEFA, que amenazó con vetarnos de la competición y que optó por repetir un sorteo de manera irregular, y a los jeques de Qatar y los Emiratos Árabes, que se han visto abocados a reconocer que hay cosas que no pueden comprar. No sé si es coraje, o ADN, o cojones, u oficio, o corazón; lo que sí puedo afirmar es que se trata de algo que solamente tiene el Real Madrid. Y que paraliza a los rivales, y que provoca que les tiemblen las piernas, que duden, que desesperen, que sepan con la misma certeza con la que lo sabemos nosotros que el fútbol es un deporte en el que juegan veintidós y en el que siempre termina ganando el mismo.
Qué difícil es ser antimadridista; y qué bonito, ay, ser del Real Madrid.