THE OBJECTIVE
Fernando Cocho

Por Juana o por la hermana, los tibios gobiernan siempre

Siempre hay otros a los que echar las culpas, pero no son más que el reflejo de nuestra propia ineptitud o cobardía que espera que otros sean los que se arriesguen y muevan ficha, para luego “tener seguros los pasos”

Opinión
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Por Juana o por la hermana, los tibios gobiernan siempre

Me acusan de tibio cuando escribo semana tras semana supuestamente de forma críptica y con metáforas para no nombrar e identificar a los señuelos o migas de pan humanas, que por obras u omisión de estas son blanco de mis palabras.

Es posible, quizás debiera ser más aguerrido e identificar con más detalle a interfectos o sistemas que considero perniciosos para mi país y para la cultura, e incluso los creo subproductos en algún caso de esto que hemos determinado llamar la raza humana. No hurto a nadie, y menos a los/las interfectos el derecho de réplica o de “no reconocerse” en lo que escribo. Mi objetivo no es otro que no sólo no se me aplique el salmo Apocalipsis 3-15_19, si no que también que quien me dio educación moral no se retuerza en su nicho con ganas de salir por un rato y darme dos collejas. Lo demás me da igual, sinceramente, pues los señalados se reconocen y los que los conocen saben de qué va la vaina. Pero es cierto que debiera ser más explicito a la hora de nombrar o detallar las ignominias o los problemas que derivan del “ponerse de perfil” tan propio del carácter del que medra o logra por cuna, fortuna, estrella en posadera o rodilleras curtidas aquello que a otros se les hurta e incluso se les intenta “defenestrar” atacando lo que más le duela: familia, reputación, honor…

Dudo no por temor a sus represalias, puesto que las llevo sufridas y purgadas mis penas, sólo con el hecho de haberles conocido y sufrido, directamente a ellos o por sus acciones, la sucia caterva de lo que están hechos, sin culpa de sus generosas madres que, inocentes, dieron como fruto auténticas deformidades morales.

Y no les cito por sus nombres porque, como los rebaños de ovejas a los que se refería F. Nietzsche, atacarían como las hienas con piel de cordero que son, y agrupados con más fuerza que un lobby farmacéutico irían destilando sus fétidos alientos de calumnias sobre todos aquellos inocentes de mis diatribas son y a los que al menos debo el respeto de su anonimato.

Me da igual el soberbio granadino que por “pieza” y mal gestor, repleto de beatería falsa y de un cristianismo igualmente falso, arruina a familias y subordina a sus veleidades de fantasía la vida y las nóminas de varias decenas de personas que tragan saliva por la precariedad laboral que implicaría hacerle frente. Mejor cobrar mal y tarde que no cobrar.

Peor aún son aquellos que se suman de boquilla a la creación de un grupo de personas y empresas en torno a una idea, parida con esfuerzo por otros, para medrar de forma provinciana a la hora de recoger los frutos de aquello que no han trabajado, pero que creen merecer por su sangre supuestamente pura, o por los puestos institucionales que “les han caído” en gracia, más que por sus capacidades, porque no los había con mejores enchufes u oportunismo de carácter endogámico. Peor que el matrimonio morganático sin amor alguno, o peor que las relaciones de connivencia entre gente “que se lavan las manos y las vergüenzas” de forma mutua, está el destierro de los esforzados galeotes que tiran al mar sembrando patrañas sobre su honor, refugiándose en el número y en peso otorgado “porque no había otro en ese momento” para figurar. Mala indigestión de cocido montañés se les lleve cual cólico miserere engalanados con toda la pompa que siempre han deseado y tanto les escita, pero con la maldición propia de quienes les conocen y conocen su bastardo ascenso en la escala de poder.

Uno de los peores grupos, devoradores de bilis ingente y que actúan como trolls de internet son aquellos que al amparo de las instrucciones del uniforme y la milicia vilipendian sin pruebas a compañeros de armas a los que envidian por sus capacidades, o sus éxitos, no logrados con regalos o prebendas. Y si se les da un puesto en la administración de “mando en plaza” por confianza de un político tan necio y pusilánime con él mismo, veremos con cuánta inquina vela por la desgracia de aquellos que considera sus obstáculos, aunque estos ni sepan de su existencia o sus miedos a que se noten hipocresías y servilismos.

Terminando por esta vez la “cacería”, dejo para el final las dos peores tipologías que existen.

La primera, los miembros del poder ejecutivo o legislativo que se apoyan para crecer en los sistemas de la función pública, en la obediencia a los rangos, las leyes y procesos administrativos, para medrar, quedar como incólumes lideres y que luego ante sus torpes acciones y seguramente negligencias sumadas, se permitan “cercenar” cabezas o carreras de aquellos que les sirvieron con profesionalidad. A estos, como a tantos, se les obliga a guardar silencio, no sea que de verdad se les caiga la careta, por filtraciones o por justicia ordinaria (aunque sea tarde, mal y provocando la deshonra del sistema), y toda la ciudadanía electa vea a sus “próceres engalanados” como “seres enajenados”.

Para el último dejo mi mejor tiro, aquellos que se creen que quizás merecieron más, que se formaron todo lo que pudieron endeudando en décadas a sus raíces familiares, para perseguir un sueño, que a varias generaciones falsamente se inculcó: “Sé digno, trabaja, esfuérzate y lograrás tus méritos sin deber nada a nadie y podrás devolver a la sociedad el doble de lo que se te otorgó porque todos tenemos los mismos derechos a ‘romper techos de cristal’”.

Estos últimos son los peores, estúpidos idealistas, que creen que las cosas pueden cambiar calando como lluvia fina y en un tiempo razonable; creen que existe la justicia, y que funcionará más allá de los apellidos que cuidan “los puestos” para hacerlos de libre designación. Ilusos que escriben una vez a la semana con la espera de que gota a gota las cosas cambien, sin darse cuenta que como en el poema de M. Torga luchan toda la vida entera contra un muro que ni sortean ni saltan de cualquier manera. Pues el honor está en luchar sin esperanza de vencer, pues se lucha para otros, sabiendo que cada día pierden un poco de su vida, con la que se ceban “los corrales” del oportunista y riegan con la sangre de sus hijos la hierba que pisan los que de verdad conocen las reglas del sistema que les parió: sólo con padrino te bautizas, sólo “captando a serviles y oportunistas” pueden reproducir verdaderas alienaciones que les soportan en los juegos del poder.

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