Escrivá y el gran tabú de la izquierda
«Escrivá sigue sin entenderlo, pero crear muchos empleos en un lugar proclive a las fronteras abiertas no resulta en absoluto sinónimo de acabar con el paro»
Noticia número uno: intensa indignación moral entre todos los grupos de izquierda, tanto socialdemócratas como poscomunistas, ante la decisión del Gobierno regional de Madrid de garantizar la pervivencia futura de las licencias de VTC, esas que sirven de soporte jurídico a la actividad empresarial de las plataformas como Uber o Cabify. Noticia número dos: intensa satisfacción moral entre todos los grupos de la izquierda, tanto socialdemócratas como poscomunistas, ante el propósito del Gobierno central de modificar el reglamento de la Ley de Extranjería, anuncio efectuado por el ministro Escrivá, con el objetivo expreso de facilitar la incorporación al mercado de trabajo a miles y miles de nuevos inmigrantes extranjeros, nuevos inmigrantes extranjeros a los que tampoco se les exigirá acreditar nivel alguno de excelencia formativa para poder acceder a la autorización de residencia permanente en el país.
Noticia número tres: como sabe cualquiera que alguna vez haya contratado los servicios de Uber o Cabify en la ciudad de Madrid, una porción muy significativa de los conductores profesionales de ese tipo de vehículos resulta estar integrada por extranjeros. Algo que, por cierto, dista mucho de ocurrir en mi propia ciudad. Aunque voy poco por allí, yo soy de Barcelona. Y en Barcelona, como es fama, las políticas municipal y autonómica coinciden en entorpecer al máximo por la vía administrativa la proliferación de ese tipo de plataformas. De ahí que los residentes extranjeros, de modo predominante los miembros de la numerosa comunidad pakistaní, ya conduzcan la mayoría de los tradicionales taxis negros y amarillos tan característicos del lugar, mientras que su presencia en las calles al volante de algún vehículo VTC resulte, en cambio, infrecuente.
Dicho de otro modo, la sobrevenida esquizofrenia moral de la izquierda biempensante le permite celebrar como un avance incuestionable la proliferación de nuevos inmigrantes mileuristas en la segunda aglomeración humana de la península Ibérica y, al mismo tiempo, repudiar como un retroceso inadmisible la sincrónica proliferación de otros inmigrantes mileuristas en la primera. En idéntico orden de paradojas, contradicciones y trampas lógicas, los conductores por cuenta ajena de los taxis amarillos de Barcelona y los de los VTC negros de Madrid, ambos, no suelen ser inmigrantes por el hecho de que en esos dos sectores se paguen salarios muy bajos. Ocurre justo al revés: en los taxis amarillos de Barcelona y en los VTC de Madrid se pagan salarios tan bajos precisamente porque hay muchos inmigrantes dispuestos a aceptarlos, solo por eso. El ministro Escrivá, un hombre aferrado a las viejas creencias obsoletas del mundo de ayer, es uno más entre tantos incapaces de comprender que, en el tiempo presente, cuantos más puestos de trabajo poco cualificados y peor retribuidos demuestre ser capaz de generar un país, más miles y miles de inmigrantes poco o nada cualificados, y procedentes de todos los rincones del mundo, harán las maletas para dirigirse justo hacia las fronteras de entrada a ese preciso país.
Es un bucle nada melancólico: abrir las puertas a más inmigración no cualificada fomenta la creación de empleos mal pagados; empleos subalternos que, a su vez, incentivan la llegada adicional de nuevos inmigrantes con idéntico perfil. Y así ad infinitum. He ahí la explicación última a que un país como España haya podido crear millones y millones de nuevos empleos a lo largo de los últimos veinte años mientras que el nivel de paro en ningún momento ha dejado de ser el más alto de Europa, y con gran diferencia. Escrivá sigue sin entenderlo, pero crear muchos empleos en un lugar proclive a las fronteras abiertas no resulta en absoluto sinónimo de acabar con el paro. Porque lo único que se garantiza facilitando la creación masiva de empleo mal pagado es el incremento de la población total vía saldo migratorio, solo eso. Así las cosas, si la muy indignada izquierda toda, igual la socialdemócrata que la que quiere ir más allá, desea que los asalariados de Uber y Cabify madrileños cobren más, la solución se antoja simple: hacer lo posible por reducir la oferta de conductores en el mercado frente a la demanda de las empresas. Pero con el gran tabú hemos topado.