Un mundo feliz y sanchista
«Si nuestros hijos van a la pública y no son unos borregos socialistas es gracias a la labor silenciosa de muchos profesores y centros escolares que resisten a la ingeniería de los pedagogos progres»
Cuanto más tontos, mejor. A esto se dedica la izquierda modificando los dos elementos de la educación: el contenido y las competencias. Primero diluyen y retuercen el conocimiento que se da en las asignaturas, e impregnan todo con ideología. Luego rebajan las exigencias para aprobar y pasar de curso, con lo que no se transmiten el esfuerzo y la responsabilidad como pilares de la madurez.
El resultado deseado será una generación de ignorantes que se crea bien preparada porque aprobó la educación obligatoria, que exija la tutela del Estado para todo y la injerencia constante de un Gobierno socialista. Será una generación que piense que la máxima expresión de libertad es identificarse con un colectivo sexual no tradicional, que demonice el libre mercado, y que piense que la democracia es solo lo que decida la mayoría.
Todo comienza con el lenguaje, que no solo pretende infantilizar más a los alumnos, sino crear su marco mental al proporcionar unos términos únicos para describir la realidad. Esas palabras están sacadas del diccionario sanchista y podemita para que los chicos hablen como Yolanda Díaz, Irene Montero y, por supuesto, Su Sanchidad.
Ese abordaje a las mentes se hace usando términos de partido como si fueran el resultado de un consenso científico y académico. Me refiero a conceptos como «ecofeminismo», «memoria democrática», «seres sintientes», «ética de los cuidados», «emergencia climática» o «ciudadanía resiliente», entre otros muchos. Han trasladado su argumentario televisivo, su programa político, su ideología convertida en religión, a los contenidos de las asignaturas y a los libros de texto.
No me cabe la menor duda de que lo peor del universo izquierdista está en la educación y sus aledaños. Están empeñados en no abordar la formación educativa como un ascensor social, un instrumento para generar profesionales libres y mejores, sino como una fábrica de progresistas en la que la posesión de conocimientos de calidad es secundaria.
Está en la tradición del pensamiento socialista desde Max Adler pasando por Gramsci y otros revolucionarios de tarima que piensan que la función del docente es cambiar la realidad en sentido socialista. Cualquier conocimiento es explicado ideológicamente porque para la izquierda todo es un campo de batalla para la dominación. Construir a las nuevas generaciones es asegurar el futuro político y legitimar la transformación.
Ese experimento de ingeniería social lo hacen con nuestros hijos. De hecho, es muy difícil encontrar a un cargo público izquierdista que no lleve a sus niños a un colegio privado.
Si nuestros hijos van a la pública y no son unos borregos socialistas es gracias a la labor silenciosa de muchos profesores y centros escolares que resisten a la ingeniería de los pedagogos progres. Hablo de docentes que, hartos de ser peones de los planes políticos, enseñan de verdad y se dejan la salud en las aulas por pura vocación. Es ese personal al que no se reconoce socialmente, que sufre a padres y madres, a politiquillos y sindicalistas, y a pesar de eso no deja de pensar en mejorar sus clases.
Es una vergüenza la última ley socialista de educación, la que con una soberbia infinita decretó Celaá antes de irse al retiro del Vaticano. La soltó sin necesidad, sin consenso, sin las formas parlamentarias, sin el diálogo necesario con los profesionales, abusando del Estado de alarma, con esa superioridad moral que exhibe el totalitario.
Como vienen a salvarnos de nosotros mismos no merecemos ser consultados. Y si protestas por el desprecio y el autoritarismo supremacista, eres un facha.
Esa ley marca contenidos, elimina competencias de maduración del alumnado, y dice al docente cómo tiene que enseñar y qué lenguaje usar. Es una más del rodillo sanchista. A nadie sorprende la ingeniería social ni el ataque a la libertad de cátedra por parte de quienes venden que ser libre es obedecer el dictado gubernamental.
En el fondo de esta ley, la Lomloe, está la idea de construir un mundo feliz. Sus autores sostienen que solo se puede ser buena persona siendo un ciudadano comprometido con el proyecto sanchista. Así el presidente es la personificación de un futuro ecofeminista y sostenible, en el que no tendrás nada, ni cerebro ni educación, pero serás feliz. En fin, que Sánchez de tanto plagiar ha copiado a Aldous Huxley sin darse cuenta.