Un secreto sobre la meritocracia
«El secreto mejor guardado de la meritocracia no es que el esfuerzo sea inútil, sino que su utilidad la determina hacia dónde esté proyectado»
Hace unos días, Televisión Canaria entrevistó a unos jóvenes que se disponían a hacer el examen de la EBAU (eso que boomers y millenials seguimos llamando Selectividad). El fragmento que circuló por las redes mostraba a una chica angustiada porque necesitaba un «diez con cincuenta y pico» y a un chico tranquilo porque, según dijo a micrófono, ya estaba aceptado en la privada. Íñigo Errejón compartió el corte apostillando: «Con ustedes, la meritocracia».
Es una pena que Errejón no sea tan fino argumentado como vistiendo, porque esos 12 segundos de vídeo poseen grandes posibilidades hermenéuticas. Entiendo su voluntad de subrayar la injusticia, cierta y evidente, de que quienes pueden costearse una universidad privada pueden permitirse un aprobado raquítico en la EBAU, mientras que el resto se enfrenta a la exigencia de la nota de corte. Aun desconociendo los requisitos de admisión (quizá muy meritorios) de la universidad privada del muchacho, esto acentúa una realidad punzante: los ricos siempre tienen un plan B. Pero mientras damos con los anticuerpos administrativos que mitiguen la tiranía del origen, haríamos bien en reflexionar sobre otra tiranía concluyente y sin embargo ignorada: la tiranía de la decisión equivocada.
El discurso contra la meritocracia se resume en que el éxito se alcanza por causas ajenas al esfuerzo personal. La sentencia tiene de verdad lo que tiene de evidente, lo que la hace irrelevante. El peligro está en la premisa implícita -el esfuerzo es inútil sin dinero ni contactos- que siendo evidentemente falsa encaja con la costumbre de la izquierda posmoderna de privar de agencia a los sujetos que pretende tutelar; un recurso útil para que centren su frustración en el sistema y no en su biografía. Antes no se lo he dicho, pero la joven del vídeo dice necesitar superar el diez y medio para entrar en la carrera de Bellas Artes. Y sospecho que dentro de diez años, cuando nos toque explicar la desigualdad de ingresos entre ella y el muchacho que decidió estudiar, pongamos, Derecho, hablaremos mucho de la tiranía del origen, poco de la tiranía de la decisión equivocada y nada de la estrecha relación entre ambas, pues no hay mayor rasgo de privilegio que saber elegir.
En la treintena, cuando la vida que va a ser parece perfilarse y uno siente la espuela del tiempo en el costado, se acumulan las facturas por los caprichos de juventud. Uno mira alrededor y constata que el privilegiado, además de tener más de todo, eligió mejor. Y en paliar las diferencias que provoca ese todo seguimos trabajando, pero la tiranía de la decisión equivocada ya tiene tratamiento: abandonar la demagogia e informar a nuestros jóvenes sobre las probables consecuencias de sus decisiones. El secreto mejor guardado de la meritocracia no es que el esfuerzo sea inútil, sino que su utilidad la determina hacia dónde esté proyectado. Esta es una verdad, limpia y sencilla, de la que privan a miles de ciudadanos los políticos que dicen protegerlos.