Juanma Moreno: huyendo (desesperadamente) de Olona
«La realidad se impondrá el domingo con su lógica cruel de escaños y porcentajes, pero mientras tanto Juanma Moreno vive el sueño de la libertad sin cadenas»
En su impecable análisis La Francia insumisa de Melencón, José García Domínguez relata cómo el viejo disidente del socialismo francés ha optado por asumir el lenguaje populista que deja a un lado la antigua dicotomía derecha-izquierda para centrarse en una nueva tensión entre los de arriba y los de abajo, el pueblo beatífico contra la élite corrompida. Nada que el nacionalpopulismo no haya ensayado con éxito rampante y preocupante. Metidos en el segundo debate electoral para presidir la Junta de Andalucía, fue Macarena Olona de Vox quien desplegó toda la quincalla dialéctica que, con abundantes dosis de demagogia y un histrionismo de folclórica (el compañero José Antonio Montano se refiere a la «impostación de andalucismo, hasta unos niveles ciertamente embarazosos» en su artículo Consideraciones Andaluzas), pretendía situar a la izquierda en la élite atiborrada de poder mientras que la derecha, si llegaba, claro está, a pactar con Vox podía salvarse y mantenerse inmaculada, pura, españolaza. «¿Con quién se va a entender: con nosotros o con las izquierdas?«; «hay que hacer un frente contra ellos, Juanma», apremiaba Olona. Pero Juanma sonreía un tanto nervioso y miraba hacia otro lado, fingiendo que la cosa no iba con él. De hecho, a Moreno le costaba disimular la incomodidad que le producía el tono belicoso de la líder de Vox, sus diatribas faltonas, melindres vergonzosos que contrastaban con la postura «moderada y centrista» que vindicaba para sí el líder del PP.
Juanma iba de buen rollo. Sabe que, según todas las encuestas, está acariciando la mayoría absoluta -el sondeo flash del CIS dado a conocer el lunes confirma las buenas expectativas, situándole 11 puntos por delante del PSOE-, así que su estrategia es el no hacerse daño, bailando sobre la lona, fintando en el aire y lanzando algún que otro golpe de exhibición. Flashes y sonrisas al público. El presidente en funciones tiene muy presente a ese 30% de indecisos que confirman las encuestas, tal y como señala Fran Serrato en su crónica para THE OBJECTIVE. De ahí sus apelaciones a la «centralidad» y su casi desesperada ansia lírica de fundirse con los andaluces en un todo juanramoniano. Tanto es así que llegó a decirle a Teresa Rodríguez (Adelante Andalucía) que ellos dos son los únicos candidatos que no están tutelados por Madrid. Moreno se presenta más que como un hombre sin atributos, como un político sin siglas. Sólo hizo referencia al Partido Popular para pedir el voto en el minuto final por aquello de que los electores escojan bien la papeleta. Durante el debate no replicó ninguna de las referencias a Isabel Díaz Ayuso, Mariano Rajoy y las políticas del Partido Popular que le hicieron sus oponentes. No era de su incumbencia. Moreno quiere fundirse con los andaluces y escapar de cualquier confrontación partidista: «Quiero gobernar con la mayoría de los andaluces, que representan a la sensatez». Pero, sobre todo, quiere huir lejos, muy lejos de Macarena Olona.
Juanma recuerda al atribulado Buster Keaton perseguido por un tropel de novias despechadas en Siete ocasiones. Olona le tendía la mano. Le ponía ojitos. «Mírame», le retaba actuando de cupletista. Mientras Juan Espadas, del PSOE, cizañeaba zorruno: «Más claro el agua. Es una declaración de amor en toda regla, clara y clarita».
La realidad se impondrá el domingo con su fría veracidad de escrutinio y su lógica cruel de escaños y porcentajes. Pero mientras tanto Juanma Moreno vive el sueño de la libertad sin cadenas, sin pasado, sin partido político, sin la necesidad de pactos diabólicos que le lleven a empeñar su alma «centrista» y «moderada» a cambio de la presidencia de la Junta de Andalucía.