Memorias de una mujer libre
Nuria Amat ha sabido llamar catetez a la catetez e imposición a la imposición
Con la que está cayendo es muy difícil encontrar tiempo para leer, y cuando falta tiempo para leer, se suele ir a lo seguro. A lo clásico. Cuesta atreverse a abrir otras páginas. Más cuando atenaza la culpa de saber que las tenías que habías abierto ya, que te las tenías que haber leído mucho antes…
¿Por qué, por qué, por qué nunca me he leído una novela de Nuria Amat? ¿Por qué nunca encontré hasta ahora el momento de parar a tomar aire?
Hay autores que tú sabes que te están llamando a discretos gritos desde el fondo de las estanterías y hasta de algún espejo. Igual que sabías que Kafka te hacía falta antes de leerle, sabías que, tarde o temprano, tenías que pasar por Nuria Amat. Por esa enigmática (a fuerza de brutalmente franca), angulosa, tallada en diamante y en carne viva, escritora de Barcelona, es decir, catalana, que escribe en español, que se llama Nuria Amat y de la que Juan Goytisolo dijo que era «probablemente la mejor novelista del momento, aunque boicoteada por una especie de paternalismo machista».
No sabría decir si es exactamente machista, o sólo machista, el paternalismo que en efecto ha oscurecido y todavía oscurece a una autora así, portadora de una exquisita sangre azul literaria, de cuando Barcelona era manantial de prodigios y de salud. Quizá no tanto como parecía: en sus certeras Memorias de una mujer libre, reciente y desafiantemente publicadas por La Esfera de los Libros, Nuria Amat ya nos advierte de que ni en los momentos más sublimes del boom, era oro todo lo que parecía. Que ya entonces había capillitas excluyentes. Distancias siderales que separaban a los Gabos Márqueces, a los Vargas Llosas y a los Cortázares de un autor colombiano de a pie como Óscar Collazos, tratado sutilmente de extranjero y de advenedizo hasta por la cosmopolitísima familia de su mujer, Nuria. Emparentados con los creadores de la Enciclopedia Espasa, con Vittorio de Sica…
Fui a la presentación de estas memorias intuyendo una oscura deuda pendiente que no sabía que era tan perentorio saldar. Salto de página en página como de ceniza ardiente en ceniza ardiente con los pies descalzos. Tanta semejanza, tanta simetría de anhelos, tanta hambre de grandiosidad. Tanta advertencia de lo fácil que era que se fuese al cuerno todo lo bueno si no se ponía un cuidado infinito en velarlo y preservarlo.
Ni la Historia se acabó cuando Fukuyama lo dijo, ni cuando Franco murió. Son todo altos (y bajos) en el camino. Magnas ambiciones perdidas apuntan en las memorias exigentísimas de esta mujer catalana y española tan libre. Tan ejemplar. Que ahora como en 1975 se enfrenta a todo lo que se tenga que enfrentar y llama a las cosas por su nombre. Catetez a la catetez. Imposición a la imposición. Soborno al soborno (como cuando su abuelo le prometía darle un duro si hablaba en catalán; como cuando Castellet la advirtió de que sería más fácil publicar si reescribía entera su primera novela, Cuerpo, en catalán). Debilidad a la debilidad. Ambición traicionada a la ambición traicionada.
Volver a Barcelona como volví yo pronto va a hacer un año y medio, porque de lejos sentía sangrar la herida y mucho me dolía no haber acudido a restañarla antes, abriéndome de venas de ser preciso, y encontrarme con lo que me encontré, no siempre es fácil. Ardua tarea la de rehacer milagros que se han dejado ceder. Es casi más fácil crear un paraíso de cero que sobreponerse a su destrucción.
Pero con ella y por ella, de la mano de las exigentes memorias libres de Nuria Amat como una bengala en la oscuridad, todo va a ser posible. Tiene que serlo.