¿Qué querrá ser Vox de mayor?
«Si acierta, Abascal puede llegar a ser presidente del Gobierno algún día; si se equivoca, ya sabe dónde le esperan Iglesias y Rivera»
Les votan los de arriba, los del medio que miran hacia arriba y los de muy abajo. Advertida la excepción de Cataluña, demarcación donde la grieta identitaria lo distorsiona todo, el resumen con trazo grueso del electorado de Vox se ajusta bastante a ese enunciado. Y también, por cierto, en Andalucía, donde ninguna particularidad local en el retrato de familia de la base sociológica del partido de Olona se distancia en exceso de la pauta común. Una pauta que, por lo demás, reproduce en lo esencial el cuadro clásico del electorado del Partido Popular. A tales efectos, los de la procedencia de los apoyos en las urnas en función del lugar que se ocupe en la pirámide social, Vox no se distingue en casi nada del gran partido tradicional de la derecha. Si bien los singulariza su presencia diferencial en los nichos de renta muy baja, los correspondientes al estrato de la población que peor lo pasa siempre.
Un espacio, ese, en el que Vox, a diferencia del PP, es percibido como la genuina opción antisistema dentro de la oferta disponible en las mesas de votación. Papel, el de enemigos oficiales del establishment y de la élite que en su momento pudo representar -y rentabilizar- Podemos, y del que en alguna medida igual logró obtener réditos Ciudadanos durante los peores años de la crisis. Y es que, en este preciso instante de la escena española, Vox encarna también, y sobre todo, al partido del cabreo. Pero ese papel tan cómodo y siempre tan agradecido ante las cámaras de la televisión, el el outsider justiciero que se atreve a proclamar las verdades del barquero que los otros rehuyen, tiene, como todo en política, sus tiempos. Porque no se puede ejercer de Pepito Grillo de modo indefinido.
Abascal va a tener que optar por uno de los dos modelos de partido alternativo a la derecha liberal-conservadora convencional que existen en el sur de Europa: Meloni o Le Pen
Los partidos emergentes, como las personas, pasan también por un instante crítico, el del tránsito de la alegre e impune adolescencia a la madurez, en el que se ven obligados a decidir qué quieren ser de mayores. Y a Vox, igual que antes a Podemos y a Ciudadanos, le acaba de llegar esa hora de la verdad. Una decisión, la que ahora compete a Abascal, de la que va a depender que también acabe en nada, al modo de los juguetes rotos de Iglesias y Rivera, o que se consolide como una fuerza decisiva en el tablero español. Cerrado el expediente andaluz, en lo que quede antes de que el presidente Sánchez convoque las generales, Abascal va a tener que optar por uno de los dos modelos de partido alternativo a la derecha liberal-conservadora convencional que existen en el sur de la zona euro. Dos modelos con sensibles diferencias programáticas, pese a lo cual ambos están obteniendo éxitos electorales en los respectivos países donde se han testado.
Hablamos, claro, de Le Pen y de Meloni, de la Agrupación Nacional y de Hermanos de Italia. O sea, hablamos de una derecha nacionalista y chovinista en lo retórico, aferrada de modo militante al programa moral íntegro del catolicismo tradicionalista, mucho más atenta a las guerras culturales que a plantear enmiendas de algún calado a la ortodoxia dominante en economía ( acaso con la salvedad de la cuestión migratoria) y, rasgo importante, alineada en todo momento con la doctrina estratégica de la OTAN, que no otra cosa resulta ser Fratelli d’Italia. O, la fórmula francesa, de una opción mucho más refractaria a todo lo anglosajón en general, más decididamente populista y que postule sin ambages priorizar una tercera vía económica cuyo sostén ideológico remita a cierta actualización de aquel proteccionismo inteligente que caracterizó a lo que ahora los libros de historia recuerdan como los treintas gloriosos. También simplificando mucho, quizá demasiado, iliberalismo moral frente a iliberalismo económico. Meloni o Le Pen. Competir con el PP por el voto clásico de los conservadores de toda la vida o disputar el electorado a la izquierda en su mismo terreno. Si acierta, Abascal puede llegar a ser presidente del Gobierno algún día; si se equivoca, ya sabe dónde le esperan Iglesias y Rivera. Y no le queda demasiado tiempo para elegir.