THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Ciudadanos y una muerte anunciada

«Arrimadas y los suyos no han aprendido nada de las sucesivas derrotas»

Opinión
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Ciudadanos y una muerte anunciada

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas. | Europa Press

Me sorprende la estupefacción que ha causado la debacle de Ciudadanos en Andalucía cuando, a mi entender, resultaba bastante evidente que no iban a sacar ningún escaño. Ya lo creía antes de empezar la campaña, pero es que después de estirar a todo lo que da el chascarrillo de las torrijas, lo veía bastante claro.

Tras los desastrosos resultados de la repetición de las elecciones generales en 2019, parecía que Cs ya había tocado fondo y que eran muchas las personas que se arrepentían de no haber ido a votar cuando se conocieron los resultados. Al día siguiente subieron las afiliaciones y, en aquel momento, daba la impresión de que el partido iba remontar. El problema es que Ciudadanos quedó en manos de una ejecutiva que ha sido incapaz de mantener el caudal recibido, que no era poco, y sus decisiones han sido la sucesión de un desacierto tras otro que ha tenido su correspondiente correlato en forma de fracasos electorales. En tan solo dos años de mandato de esta ejecutiva han perdido las vicepresidencias de cuatro gobiernos autonómicos y prácticamente toda la representación parlamentaria.

La primera decisión sonada que tomaron fue cargarse las primarias que Lorena Roldán había ganado con un aplastante 86,6% de los votos. Si un partido no podía permitirse semejante cacicada, ese era Ciudadanos porque había hecho bandera de las primarias. Además, fue una falta de respeto a la militancia que vio como su voto no tenía valor alguno, pese a que Inés Arrimadas optó a la presidencia del partido prometiendo mayor participación de estos. Roldán jamás fue una díscola, no dio ningún mal titular ni se vio envuelta en ningún escándalo, por lo que no había ni un solo motivo para arrebatarle a ella la candidatura y a los afiliados su capacidad de decisión. Además, acumulaba muchas buenas intervenciones en el Parlamento de Cataluña y, sobre todo, en el Senado. Para comprobar lo que digo, basta con recuperar algunas de ellas en las que suscita grandes aplausos no solo entre sus compañeros de filas, sino también entre las de otros partidos.

Con Lorena Roldán como candidata, el CEO –una especie de CIS catalán que se caracteriza por infrarrepresentar a los partidos constitucionalistas- le daba a Cs un 17% de los votos y entre 23 y 24 escaños. Cuando la quitaron, las expectativas empezaron a caer en picado y en las elecciones, Cs pasó de ganar la anterior contienda con 36 escaños a quedar los penúltimos con un 5,5% de los votos y 6 escaños. Después de la destitución de Roldán, nombraron a un nuevo candidato sin pasar por unas primarias –pese a las quejas de una parte de la militancia- y estas ya no se han vuelto a celebrar en Cataluña. De hecho, se acaba de proclamar la candidata a la alcaldía de Barcelona sin preguntar su opinión a los afiliados, no sé si porque piensan que después de petarse unas primarias ya no tienen legitimidad para hacer otras o porque no confían en que dicha candidata sea capaz de ganarlas. Es más, estoy convencida de que a la mayoría de ustedes ni les suena su nombre, pese a ser la presidenta del grupo municipal desde hace tres años y de que Cs ha intentado promocionarla por tierra, mar y aire durante todo este tiempo.

Después del lamentable episodio de Cataluña, llegó la moción de censura de Murcia, posiblemente el mayor y más disparatado error político cometido en nuestra democracia. Decir que sus artífices fueron como Pepe Gotera y Otilio es faltarle el respeto a esos entrañables personajes y, sin embargo, ante la estupefacción general, no hubo ni una dimisión. A partir de ese momento, se incrementó la desbandada de cargos públicos a otros partidos o a la vida fuera de la política que se había empezado a producir tras la dignísima dimisión de Albert Rivera. En casos así, creo que lo más pertinente es agradecer a los excompañeros los servicios prestados, pero Ciudadanos optó por agresivas campañas de acoso en las redes, orquestadas por la Secretaria de Comunicación de Barcelona. Provoca auténtico sonrojo ver que se ataca a, por ejemplo, una figura tan emblemática como Juan Carlos Girauta, artífice de la expansión de Cs por toda España y persona que ponía en pie los auditorios con sus vibrantes discursos.

Esas campañas de acoso se hacen desde los perfiles satélites de Ciudadanos, pero también se suman a ellas cargos públicos y orgánicos. Y, no bastante con eso, desde entonces, Inés Arrimadas se dedica a decir, siempre que le ponen un micro delante, que los que se han ido es porque estaban en Cs, pero no eran de Cs. Supongo que a ella le suena espectacular, pero creo que alguien de su entorno debería decirle que deje de repetir semejante memez, aunque sea por respeto a todos aquellos que se han partido la cara por el proyecto durante el procés; todas esas personas que han perdido amistades y oportunidades laborales por defender esas ideas en Cataluña; personas que, en muchos casos, estaban incluso antes de que ella llegara. Eso sin contar que muchos de los de ahora ni «eran» ni «estaban» en los momentos más duros, porque llegaron a mesa puesta con todas las encuestas a favor y, además, algunos recalaron en Ciudadanos después de haber intentado sin éxito encontrar acomodo en otros partidos.

Tristemente, parece que no han aprendido nada de las sucesivas derrotas. El lunes, Inés salió en una comparecencia diciendo que en la reunión de la ejecutiva que acababan de celebrar todos habían puesto su cargo a disposición, pero que habían decidido ellos con ellos mismos, que lo mejor era no dimitir. Sería algo así como si yo les explicara que Brad Pitt quiere una cita conmigo, pero que no me va bien porque tengo que bañar a mi pez. No me extraña que no se aceptaran preguntas de los periodistas, imagino que para no dejar por escrito la crónica de una muerte anunciada.

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