Los límites del Derecho y del revés
De la frase “Como Dios manda” nunca se nos dice qué es lo que manda, como no se dice tampoco lo que está o no está “de Dios”
Toda la sociedad occidental apela periódicamente a lo que la fundamentó. En nuestro caso, el camino desde las leyes de Roma de “la actio communi dividundo”, a las leyes “naturales sometidas a la trascendentalidad” de Tomás de Aquino, la Revolución francesa (para el que la tuviera) y una modernidad decente en materia social o de pensamiento.
No entraré en la visión de nuestro terruño, qué de todo llegó a tener, conformó o distorsionó nuestra identidad; las motivaciones están escritas, pero da mucha pereza leer cosas que a la gente no suele importarles, por aquello de que ya tienen suficiente con lo propio. Tampoco suelen verse las “patitas de los lobos” que, con báculo, toga o bayoneta, han vendido nuestro pasado para intereses varios de aquellos que nos gobernaron por mandato divino, por el soborno del pecunio y la moralidad, o por el prosaico filo de la espada. Fuese como fuera ya está consumado y ahora toca tomar caminos que nada tienen que ver con la redención, sino más bien con el esfuerzo compartido y una confianza estratégica en nuestras capacidades.
Adelanto que se me hace más fácil andar sobre ascuas y pinchos de faquir de feria que lograr que se dejen a un lado las cargas de nuestras emociones para con los conciudadanos en cualquier latitud de España, insularidad cercana, o de ultramar.
He asistido muchas veces a proyectos fundacionales que se construyeron para evitar la permanente imagen de “Titanic Nacional”, con muchas fuerzas, ilusiones y con futuros prometedores en lo económico, y sobre todo en justicia social; siendo que esto último es una constante en nuestro imaginario colectivo: somos seres eternamente agraviados por “seres sin rostro”, a los que ya según nuestra ideología y sentir rellenamos con las figuras de la Historia, a saber los clásicos: la Iglesia, la masonería, las diversas castas, y hasta por qué no ciertos equipos de fútbol. ¿O acaso no nos han dicho hasta la saciedad que muchos se identifican más por los colores balompédicos que por estandartes o banderas institucionales?
Estas iniciativas “restauradoras” son rápidamente secundadas por oleadas de pasión y fervor que las hacen evolucionar y crecer hasta el paroxismo tan propio de nuestra cultura cuando hemos de ponernos trascendentales. Y crecen durante tanto tiempo como el que pasa hasta que reparan en ellos los llamados “poderes fácticos” que se reúnen con los “abanderados” para darles su apoyo y parecer. Como he asistido a algunas de estas escenas de vodevil barato, he presenciado casos en los que bastaban reveladoras informaciones sobre su pasado para que ellos mismos pidieran instrucciones a sus “nuevos amos”; también están los que a la primera de cambio usan su don de gentes y capacidad de atracción de masas a cambio de un buen dinero y una “línea editorial”; incluso he presenciado cómo un susurro al oído del adecuado “revolucionario” les hace caer como postrados ante una revelación, que no diré si beatífica o satánica.
Todos tenemos derecho a cambiar de parecer las veces que estimemos según suene la flauta, pero coincidirán conmigo en que muy edificante no es.
Pero algo hay que nos hace cada lustro confiar en esos “mesías” que se convierten pronto en nuevos ricos (si no lo eran) o famosos por su fino cutis y hermosas parejas eclipsadas a su vera. Será quizás nuestra necesidad de tener un guía permanente como si púberes fuéramos, o será que es lo que nos inculcan deformando la educación para servir a los nuevos/viejos amos de la tierra en cuanto veamos la oportunidad y surja el “agujero” por el que colarnos como fieles “babosas” que desde ese momento seremos.
Pero hay un límite, siempre hay un límite, que como son necios, son nuevos “creyentes cegados”, no respetan las reglas que se les da, por avaricia, por afán de invulnerabilidad o sencillamente porque son meros rostros a los que escriben discursos y arman una “imagen” según en ese momento sea necesario una u otra postura para calmar las “hordas de ciudadanía que remueven los sillones de los padres de la patria”. De todo habrá. No es importante en este caso; como tampoco debemos confundir el mote de “Padres de la Patria” con otra cosa que no sea aquellos que llevan decenios sin bajarse de las listas de poderes fácticos.
Los límites del Derecho no es otra cosa que “la casa común” que hemos construido entre todos a conveniencia según calienta el Sol. Dejémonos de mentir a los que nos escuchan diciendo frases tan hermosas como castradas: “La Constitución es la casa de todos”, “La libertad es algo que se logra cada día”, “Los Derechos Humanos son sagrados y universales”, etc.
Cuando la realidad es que la casa común es la que en cada momento nos permitimos y articulamos con el esfuerzo de inventarnos cada día sin dejar de reconocernos en el espejo. En todo cambio, incluso en el que nos desagrada o se nos impone, siempre hay algo que permanece, y es eso, lo compartido que nos queda y nos permitiría recomponer la maltrecha sociedad que hemos prostituido, algunos lo llaman identidad, pueblo o nación, y otros sencillamente “Hacemos las cosas como Dios manda y no por capricho ciclotímico”. La Constitución, como cualquier norma moral o que dicte procederá, muere en un sinsentido, ya que sin conocerla bien no puede amparar nada más que al miserable que oprime a su gente, usando los “límites del Derecho al revés”.
Llevamos más de trescientos mil años compartiendo Sol y agua, pero sólo llevamos poco más de tres mil escribiendo y unos vergonzosos cinco mil haciendo historia para que perdure nuestro pensamiento. No nos arroguemos por tanto el derecho a reclamar lo que seguramente nos dieron en un despiste o un fallo evolutivo.
Con la libertad con su aparente capacidad real de permitir la elección de un camino u otro de forma onanista, pasa lo mismo. No se conquista cada día, sería algo titánico. Sencillamente profundizamos el surco que dejamos encaminado para que el siguiente continúe en la tarea de pergeñarla con cada una de sus acciones, positivas y prácticas a la vez. Por tanto, es de nuevo algo que no se nos regala, sino que se nos da en usufructo y por lo que estamos sesgados y siempre giramos la definición a nuestros intereses de época. Dejemos de engañar a la gente con la búsqueda de quimeras sin sentido. Bueno, sí lo tienen, para aquellos que siempre marcan tendencia a los demás.
Y por último reconozcamos que los Derechos Humanos son una entelequia bajo el cual, como paraguas, se nos permite gobernar y decir en cada momento a cada cultura y sociedad cómo ha de ver al otro, al distinto. Si aplicarle “nuestras bondadosas leyes o reconocimientos”, mientras claro está acepte su papel y nos reconozca como sus salvadores.
No podemos seguir sesgando la realidad porque, aunque nos pese, hay un límite del Derecho, como debería haber un límite al “derecho del revés”, o las cosas irán muy mal.
Con esta lista de malos que pasan a buenos y este relativismo legal, ya sea si lo dice el “tío Sam” y sus amigos o lo dice “el demonio” que los primeros dictaminan según sus negocios, no hay forma de que un francotirador sea digno en cobrarse las piezas. Sale más a cuenta ser un mercenario de la pluma como tantos tenemos hoy en día. Por lo menos llegan a final de mes, y pueden pagar sus multipropiedades.