El caso Salman Rushdie: el islamismo contra el pensamiento crítico
El asunto de Salman Rushdie es la muestra de la disputa por un expansionismo islamista que provoca el rebosamiento de escritores, filósofos y artistas en prisiones de territorios musulmanes
En un mundo en el que la mayoría de las ejecuciones de finales del siglo XX corren a cargo de países musulmanes, Salman Rushdie lanzará al exterior una pregunta: ¿debemos luchar por la libertad de expresión u ocultar los problemas que la filosofía del islam lleva planteando siglos?
La ideología islámica (que no ideología árabe) comienza a producirse y extenderse en el mundo político a partir de 1970 entorno a la idea de “estado islámico”. Esta islamización política, aparte de defender la soberanía divina y una legislación inspirada en la Sharía, se basa en el salafismo, es decir, en la idea integrista de retorno a un “islam originario” que fue practicado por Mahoma y sus sucesores y que, más tarde, sería corrompido. De esta manera, todo aquel musulmán que no viva bajo los preceptos islámicos será condenado.
De entre todos los países árabes, Arabia Saudí e Irán serán los principales países encargados de extender las ideas islamistas. Mientras que Arabia Saudí, mediante el wahabismo (vertiente del salafismo), no pretende financiar ningún tipo de revolución para lograr dicha difusión, Irán sí apostará por una revolución expansionista del islam. Serán dos los hechos que conviertan en rivales a ambos estados: el intento por parte de ambos de islamizar el conflicto palestino y la guerra del Líbano, y el asunto de Salman Rushdie.
Centrándonos en este segundo caso, Salman Rushdie es un escritor de origen indio, cuyas obras se caracterizan por ser una crítica a las diferentes ideologías políticas y sociales. Su primera novela, titulada “Midnight´s Children”, es una crítica al colonialismo occidental y su segundo libro, “Shame”, fue incluso premiado en un concurso islámico, pese a exponer algunas de las más ruines prácticas islámicas, especialmente hacia las mujeres. Con todo, Rushdie era un “musulmán ejemplar”. En su juventud había apoyado la revolución iraní, denunciado al Shah (título que los monarcas de Irán reciben desde la antigüedad) y apoyado el gobierno sandinista de Nicaragua. Ni siquiera su personalidad formaba parte de los 4350 autores que conformaban la lista negra oficial de la República Islámica de Irán.
El giro de los acontecimientos se produciría con la publicación el 26 de septiembre de 1988 del que sería su tercer libro: “Los Versos Satánicos”. En éste, el autor hace referencia a la vida de Mahoma, critica al islam y cuestiona la procedencia divina de ciertos salmos del Corán. Sin embargo, todos los libreros que sabían que Salman Rushdie estaba en la lista de “autores seguros” y que, por ello, vendieron su libro, pasaron por alto un rasgo esencial de la filosofía islámica fundamentalista: que los autores serán tolerados e incluso dignificados solo si sus opiniones coinciden con las de los más importantes ayatolás. Aquel musulmán que ose a pensar diferente u ofrezca una imagen de la realidad distinta debe ser, en palabras de Khomeini como uno de los mayores representantes del islamismo, “eliminado”.
Cuando los mullahs descubrieron que Rushdie, escritor valorado en el mundo musulmán, había traicionado a la religión, tomaron la decisión de que debía ser aniquilado. Por ello mismo, e internacionalizando la trascendencia, Irán publicaría un edicto islámico en 1989, por medio del cual autorizaba a cualquier musulmán a asesinarle por “apóstata”. El autor pasaría a estar protegido por la policía británica, pues ha uno de recordar que éste procedía de la India británica. Y es que la visión ideal del islam fundamentalista se basa en un mundo en el que el zikr (esto es, la mera repetición de tradiciones) sustituiría al fikr (pensamiento crítico). De hecho, el propio Ayatollah Khomeini que, como ya hemos visto, era el más reciente representante y poseedor de mayor conciencia de los medios, fue en los años 40 sospechoso de traición por, solamente, crear un curso de filosofía en una escuela teológica de Qom. Según aforismos fundamentalistas, “la ruina cae sobre aquellos que tratan de ver las cosas de un modo diferente” y “un hombre que piensa envía señales a Satanás”.
Dentro de la intelectualidad musulmana, hubo tres tipos de reacción ante este caso: 1) silencio guardado por una gran mayoría que pensaba que eran asuntos políticos; 2) convencimiento de que lo sucedido no era “islam de verdad”, llegando a recurrir a textos antiguos para demostrar que el islam era la religión más tolerante y que Khomeini no actuaba acorde los preceptos religiosos; y 3) defensa por parte de los llamados “progresistas” de que los musulmanes no se comprometerían con la construcción de una utopía “socialista” hasta que no se eliminase el islam. Ante estas tres posiciones, lo que hará nuestro autor será ponerlos contra la muralla y forzarles a tomar una elección que llevan evitando durante años. Tratar de desvincular a los líderes islamistas del islam es casi tan ridículo como decir que Stalin no tuvo nada que ver con el socialismo o Hitler con el nacionalismo.
Tras revueltas, intentos de asesinato a traductores y editores de la obra y censura de la obra en diversos países, Gran Bretaña promovería un acuerdo mucho más amplio con Irán con el fin de normalizar las relaciones internacionales. Finalmente, el gobierno iraní se comprometería públicamente a paralizar la búsqueda de la ejecución de Salman Rushdie. A partir de entonces, el autor declararía que dejaría de vivir oculto y que se arrepentía de haber llegado a afirmar su creencia en el islam tan solo para tranquilizar los ánimos, pues la realidad era completamente distinta: no creía en el islam ni en ninguna otra religión.
El asunto de Salman Rushdie no es más que una muestra de la disputa entre Arabia Saudí e Irán en su lucha por un expansionismo islamista que provoca el rebosamiento de escritores, filósofos y artistas en prisiones de territorios musulmanes, todos ellos con un delito en común: saber pensar.