El fracaso de los encierros
«Había poderosas razones para evitar los encierros y otras políticas autoritarias impuestas por el Gobierno»
Estamos en el final de la séptima ola. Suena a maldición bíblica, como las siete plagas de Egipto, o los siete años de vacas flacas. Hace tiempo que la cadena de causa efecto que comenzaba con la infección, seguía con la estancia hospitalaria y concluía con la muerte saltó por los aires. El virus lucha por multiplicarse, y cumple un patrón que no busca: cada vez es más contagioso y menos dañino. Llega así a un mayor número de huéspedes. Si el cuerpo aguanta, aprende a luchar contra el virus. Y como ese aprendizaje se hace cada vez más común, la inmunidad se extiende. Llega un punto, que aún no hemos visto, en que esa inmunidad está tan extendida, que al bicho le cuesta extenderse y reproducirse. El virus muere de éxito.
Lo que nos atañe es saber qué hacer, como colaboradores necesarios. ¿Seguimos con nuestros asuntos, como si nada hubiera cambiado? ¿O nos alejamos los unos de los otros, como si fuésemos imanes de un único polo? Bien, esto último no es posible, aunque sólo sea porque los imanes tienen al menos dos polos; o quizás no. Pero los gobiernos de medio mundo, más una parte del otro medio, han recurrido a encerrarnos para evitar que el tráfago humano multiplique las posibilidades de extensión del virus.
Como es un fenómeno de cierta complejidad, no hay una solución fácil, al menos a priori. Si los encierros tienen éxito, el virus no se extenderá. Pero tampoco habrá muchas oportunidades para que el virus mute, se haga más popular y menos peligroso; un éxito que es un fracaso.
Pero no han tenido éxito. En España lo sabemos bien. Apple, que sabe dónde estamos en cada momento, ha podido medir con precisión cuánto nos dejamos encerrar por parte del Gobierno. Y los españoles constituímos una rehala muy bien portada. Eso no evitó que llegásemos a liderar las tasas de mortalidad en el mundo. Si alguien sabe que los confinamientos no ayudan, somos los españoles.
El fracaso del gobierno español fue inapelable. Sánchez se acordó de que en España hay comunidades autónomas, y les cedió los trastos. Aunque las regiones actúan con una autonomía limitada, Sánchez les cede el protagonismo político. Aquí, de nuevo, volvemos a ver que los confinamientos no funcionan. El caso anecdótico más claro es Filomena: cuando cayó sobre Madrid una nevada nunca vista (calentamiento global), los madrileños se quedaron todos en casa (a la fuerza ahorcan), la incidencia de la pandemia subió muy claramente.
Pero no es solo la experiencia española lo que soporta la idea de que los encierros han fracasado. Ni es solo la experiencia anecdótica. Christian Bjornskov ha comparado los datos de confinamiento y mortalidad de diversos países de los que ha podido recabar datos seguros: 24 países europeos, con datos elaborados con la misma metodología, Eurostat.
Bjornskov no se fija en las «muertes relacionadas con la covid», porque varias de esas muertes, y a pesar de la rúbrica, no están causadas por el virus. Y podría haber un sesgo en función de los diferentes criterios de cada gobierno sobre qué muertes puedan considerarse relacionadas con la covid. No. El economista vincula el confinamiento con los datos semanales de mortalidad general.
«Los encierros nos han hecho más pobres, y la muerte es una de las marcas de la pobreza, aunque esas muertes no puedan medirse ni contarse»
Y como medida de los confinamientos, se basa en un índice elaborado por el Centro Blavatnik de la Universidad de Oxford, que se basa en las siguientes restricciones «cierres de colegios, cierres laborales, cancelación de eventos públicos, restricciones a la reunión, cierre del transporte público, arresto domililiario (obligación de estar en casa), restricciones a los movimientos internos, controles a los viajes internacionales…». Y se le otorga un valor de 0 a 4. Por ejemplo: «Las restricciones en España a las reuniones en público (…) tuvieron un máximo de 4 entre el 30 de marzo y el 1 de junio» de 2020. Bjornskov utiliza también otros índices que complementan a éste, para tener una imagen más fiel.
Su conclusión es clara: «No encuentro una relación clara entre las políticas de confinamiento y la mortalidad», pero «han causado una erosión de los derechos fundamentales y de la separación de poderes en gran parte del mundo. Y tanto los regímenes democráticos como los autoritarios han abusado de sus poderes de emergencia, y han ignorado los límites constitucionales a las políticas». En definitiva, «evaluadas en su conjunto, a primera vista, las políticas de confinamiento de la primavera de 2020 parecen ser unos fracasos de los gobiernos a largo plazo».
Unos fracasos, sobre todo si consideramos que los confinamientos fuerzan a una paralización del proceso económico. Los encierros nos han hecho más pobres, y la muerte es una de las marcas de la pobreza, aunque esas muertes no puedan medirse ni contarse.
El consejo editorial de The Wall Street Journal, que es en sí mismo un think tank, ha publicado recientemente un editorial con una conclusión sin margen para hacer interpretaciones alternativas: las muertes per cápita causadas por la covid son un 75% más bajas en los Estados de EEUU que no han hecho confinamiento, que en los que sí lo han hecho.
Afortunadamente, España es un país bastante descentralizado, y la Comunidad de Madrid ha sabido hacer una gestión mejor que el resto. Ha confiado más en la responsabilidad personal, aunque no fuera por completo, y el resultado ha sido mucho mejor. Si la descentralización fuese mayor, si de verdad cada región pudiera elegir su propia política, veríamos una vez más cómo los modelos autoritarios fracasan miserablemente, y los más liberales salen adelante. Por eso creo que es un error la idea de Vox de acabar con las Autonomías, y darle todo el poder a Sánchez o a sus sucesores.
Había poderosas razones para evitar los encierros y otras políticas autoritarias impuestas por el Gobierno. No era necesario que Pedro Sánchez se saltase la Constitución y nos sometiera a una política que ha provocado pobreza y muerte.