¡Educación, educación, educación!
«El dogma socialista del igualitarismo ha igualado los resultados de todo nuestro sistema educativo, como era de esperar, por abajo»
Con nocturnidad y alevosía, como tantas veces han hecho los socialistas en materia de educación, ha anunciado el Gobierno que cambia la Selectividad. Los incesantes cambios en la legislación educativa hacen que el común de los mortales ya desconozca hasta qué significa esta palabra, por lo que no es gratuito, cuando se trata de reflexionar sobre este asunto, que definamos con cierto rigor a qué nos estamos refiriendo cuando usamos esa palabra, Selectividad.
Pues bien, selectividad es el nombre que se le ha dado al trámite que el Estado exige para determinar si un alumno que ha terminado la Enseñanza Secundaria o Media está preparado para iniciar sus estudios universitarios. Ya, desde que se empezó a usar ese término u otros parecidos, se daba por supuesto que no todos esos alumnos de Secundaria están capacitados para afrontar lo que tendrán que estudiar en la Universidad. O sea, que decir selectividad es decir selección y, como consecuencia lógica, es decir suspenso.
Y estas dos palabras «selección» y «suspenso» son dos palabras que aterran a un socialista, y mucho más a un socialcomunista, obsesionados, como están, por uno de los dogmas de su ideología: el igualitarismo. Un igualitarismo que, en España, ya no es un secreto para nadie, ha igualado los resultados de todo nuestro sistema educativo, pero, como era de esperar, por abajo. No se olvide que el sistema que implantó la LOGSE de 1990, que es el que esencialmente sigue vigente, pretende que todos los alumnos lleguen al final de la ESO, después de 13 años de escolarización obligatoria, sabiendo lo mismo, es decir, muy poco o nada.
El problema es que esas dos palabras, sobre todo la de suspenso, también aterran a los padres de los alumnos, que quieren que sus hijos aprueben todo. Lo que hace que, a la hora de votar en las elecciones, se encuentren atraídos por esas propuestas socialcomunistas que les garantizan que sus hijos no van a suspender nunca o casi nunca. Y un padre siempre quiere para sus hijos que nunca sufran el «trauma tremendo» de que le digan que no se sabe la asignatura, con lo que de humillante tiene eso.
«Este año el 96% de los alumnos ha aprobado la selectividad. Sólo un 4% fue rechazado. Con estas cifras no parece que tengan ningún sentido el mantenimiento de esas pruebas. Ni merece la pena el gasto ni el esfuerzo de corregir exámenes»
Así las cosas, la noticia de ayer del departamento de Pilar Alegría (primera ministra de Educación de la Historia de España que no ha terminado una carrera universitaria, lo que la convierte, sin duda, en un perfecto ejemplo de los efectos del igualitarismo, llevado hasta sus últimos extremos) ha hecho que muchos o, al menos, algunos hayamos mirado cómo está ahora ese trámite para garantizar que un alumno está preparado para entrar en una Facultad Universitaria. Y nuestra sorpresa o, al menos, la mía no tiene límites.
Resulta que este año 2022 el 96% de los alumnos han aprobado la selectividad. Sólo un 4% fue rechazado. Con estas cifras no parece que tenga ningún sentido el mantenimiento de esas pruebas: para eliminar sólo a ese minúsculo 4% no merece la pena el gasto y el esfuerzo de convocar y corregir exámenes. Que vayan todos a la Universidad y que allá se las arreglen éstas con los alumnos que les llegan porque poco va a cambiar que les llegue un 4% más.
Pero es que hay más datos que demuestran el absurdo y el desastre del actual sistema educativo. Citaré una frase que me dijo Ángel Gabilondo, quizás el único ministro de Educación socialista al que le escuché algunas cosas sensatas como ésta: «Lo que no se evalúa se devalúa». Frase que hay que tener muy presente cuando sabemos que el año pasado la nota media que llevaban de los centros donde habían cursado su Secundaria (colegios privados o institutos públicos) era de 8,04. Han leído ustedes bien, 8,04. Si a un padre su hijo le dice que ha sacado un 8,04 de nota final de todo el Bachillerato, lo normal es que salte de alegría y le pregunte al chico qué quiere de regalo. Pues bien, la nota de ese chico apenas sería un 5 en cualquier momento de la historia de la educación española hasta, eso sí, la llegada de los socialistas.
Pero hay más: una cuarta parte de los alumnos que se presentó el año pasado a la dichosa EBAU llevaba de nota de bachillerato más de ¡¡¡9!!!, es decir, sobresaliente. Cuando hay tantos sobresalientes lo que se está diciendo es que no hay nadie sobresaliente. O peor, que no sabemos quiénes son los de verdad sobresalientes, porque, aunque los socialistas se empeñen con ímpetu en impedirlo, siempre habrá alumnos a los que les guste estudiar y busquen la excelencia en sus estudios.
Con este panorama, nos vienen ahora con otra modificación para cambiar esa prueba, que ya está claro que es absolutamente inútil. Ahora se tratará de una prueba de madurez. No sé si Alegría y sus asesores saben que la Ley de 26 de febrero de 1953 de Ordenación de la Enseñanza Media implantó la que llamó Prueba de Madurez del Curso Preuniversitario. Tampoco sé si saben que entonces era Jefe del Estado, Franco, y Ministro de Educación (esta vez sí, un catedrático de Universidad), D. Joaquín Ruiz-Giménez. O sea, que todo esto nos retrotrae casi setenta años.
Claro que la madurez de la que hablaban en 1953 tengo la sospecha de que no es la misma de la que hablan ahora, que huele que apesta a un intento de controlar que el alumno se ha comido con patatas todos los dogmas del ideario woke, que este Gobierno sanchista quiere imponer a los españoles, ya desde pequeñitos.