Meloni y compañía
«Occidente está olvidando los fundamentos de su tradición democrática por una esclerosis terminal a izquierda y derecha»
En un artículo publicado en 1946 y titulado Nuestro pobre individualismo, Jorge Luis Borges reflexionaba acerca de la peculiar relación de desconfianza que los argentinos habían mantenido tradicionalmente con el Estado. «El Estado», decía, «es impersonal: el argentino solo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho; no lo justifico o excuso». Según él, el argentino era un individuo, pero no un ciudadano. De ahí también que en su país triunfara el nacionalismo, que privilegia la comunidad de sangre por encima de la organización política. La pólis es siempre abstracta, es decir, hace abstracción de los contenidos naturales y los diluye en el conjunto de reglas y garantías. Borges también sostenía que el mundo, para los europeos, es un cosmos donde cada cual íntimamente corresponde a la función que ejerce, mientras que para el argentino es solo un caos. Pero esta última distinción seguramente ya no es válida. Todos los países van camino de convertirse en comunidades de identidad sin conciencia ciudadana.
La idea de ‘orden’, en un sentido político complejo e histórico, está siendo conculcada en la nueva sociedad del siglo XXI, gobernada por la sinrazón y el impulso emocional. Los acontecimientos políticos que hemos vivido en las últimas semanas así lo confirman. La caída de Mario Draghi ha aupado (no sabemos si con la mano negra de Putin) a Giorgia Meloni, la presidenta de un partido llamado Fratelli d’Italia, un nombre que en sí mismo ya propone la destrucción del vacío democrático para llenarlo con el contenido de una hermandad de sangre que por definición es prepolítica y por tanto premoderna. En la reciente campaña de las elecciones andaluzas, Meloni fue invitada por Vox a un mitin en Marbella. Su arenga, inflamada de la mejor retórica mussoliniana, sirve como ejemplo de la degradación de la cosa pública que estamos sufriendo en nuestra época.
«Esta fiebre identitaria está instaurando la diferencia como elemento rector de nuestras democracias»
La italiana empezó hablando bajito: «No hay mediaciones posibles. O se dice sí o se dice no». (Eso ya supone la negación de la democracia, que se fundamenta, entre otras cosas, en la mediación). A partir de ahí su vox clamantis inició un crescendo de una violencia entre diabólica y payasa para enumerar los Escila y Caribdis de nuestro estrecho civil: «Sí a la familia natural, no a los lobby LGTBI, sí a la identidad sexual, no a la ideología de género, sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte, sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista». Ahí el público empezó a levantarse para dedicarle a su Antígona una de esas ovaciones con sonrisitas cómplices y cabeceos asertivos tan propias del espectáculo. Finalmente, la retahíla terminó con un atronador: «¡¡¡Sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas!!!».
Sin darse cuenta, la señora Meloni estaba confrontando dos ámbitos de identidad que, en nombre uno de la supremacía y en aras el otro de la emancipación, están menoscabando el concepto moderno de lo civil, que aspira a diluir individualidades en una ciudadanía común, trasunto a su vez de una democracia representativa que supone una ruptura consensuada de lo inmediato. Uno y otro extremo de la propaganda alimentan un mismo circuito de intoxicación política que puede redundar en la asfixia del espacio que hace posible el principio de convivencia. No somos conscientes de hasta qué punto esta fiebre identitaria está instaurando la diferencia como elemento rector de nuestras democracias.
En lugar de buscar ampliar el ámbito del reconocimiento de derechos para lograr la plena isonomía, la nueva sociedad biológica de nuestro tiempo, enloquecida por el nihilismo, parece querer restringir cada vez más el vacío común hasta reducirlo a diversos grupos de particulares que por definición excluyen la noción de igualdad. Cuando Giorgia Meloni reivindica la «familia natural» (la familia es tan natural como el preservativo) o Irene Montero defiende el derecho a la «autodeterminación de género» (un concepto tan peligroso y corruptible como el de «soberanía de los pueblos»), coinciden ambas en desplazar al ciudadano en favor del miembro de la comunidad. Y las comunidades sólo reconocen rasgos diferenciales.
«A los dirigentes socialistas sólo les falta decir que se han malversado 680 millones de euros por una buena causa»
Aunque parezca que nada tiene que ver con todo esto, la reacción de los socialistas a la sentencia del Supremo que confirma la condena para Chaves y Griñán por el caso de los ERE tiene la misma raíz. Como ha denunciado mejor que nadie Carlos Mármol en un estupendo y contundente artículo (‘El melodrama de los mártires’, El Mundo, 26-7-2022), el PSOE, en defensa de los condenados, ha esgrimido argumentos sentimentales del tipo «aquí nadie se ha lucrado personalmente», como si en un Estado de derecho el único delito posible fuera de índole personal y «ser buena persona» eximiera de cualquier responsabilidad. También se ha llegado a decir que «el Parlamento andaluz, que es el que aprobaba los presupuestos de los que salían los pagos de los ERE, no delinque». Se trata de una variante de aquel siniestro ‘el ple és sobirà‘ que Carme Forcadell repetía ante las protestas de los diputados de la oposición por la vulneración de la ley durante aquellos infaustos 6 y 7 de septiembre de 2017. Aquel pleno era soberano en virtud de una legitimidad natural. A los dirigentes socialistas sólo les falta decir que se han malversado 680 millones de euros por una buena causa. El daño cometido contra la hacienda pública es algo secundario, como en la Argentina de Borges.
En Cataluña, la reciente polémica sobre la inmersión lingüística ha demostrado hasta qué punto las lenguas y sus hablantes son algo irrelevante (basta constatar el estado público de una y otra) comparado con el valor natural que se da al catalán como seña de identidad política e ideológica. Dos lenguas hermanas, surgidas exactamente del mismo tronco filológico, quieren imponerse como forma de segregación entre dos comunidades. Por último, Laura Borràs ha basado sus argumentos para defenderse de los presuntos delitos que se le imputan en que ella no se ha enriquecido ‘personalmente’, además de reivindicar, por supuesto, su condición de mártir de la causa independentista. Hace poco, Jordi Pujol, en una entrevista radiofónica, dijo algo muy parecido. Cuando se le recordó el fraude fiscal que él mismo confesó haber cometido, el anciano y casi redimido presidente retó a que cualquiera demostrara que él había sido un corrupto. Tanto para Pujol como para su sucesora al frente de las ruinas de Convergència, la cosa pública tan sólo es una cuestión personal y sentimental. No hay abstracción posible, ellos son y serán el único contenido moral de la república.
«Occidente está olvidando los fundamentos de su tradición democrática por una esclerosis terminal a izquierda y derecha»
Borges terminaba su artículo con esta reflexión: «El nacionalismo quiere embelesarnos con la visión de un Estado infinitamente molesto; esa utopía, una vez lograda en la tierra, tendría la virtud providencial de hacer que todos anhelaran, y finalmente construyeran, su antítesis». Borges escribía en 1946, después de que el nacionalismo hubiera arrasado Europa. Casi ochenta años después, Occidente está olvidando los fundamentos de su tradición democrática por una esclerosis terminal a izquierda y derecha. Los antiguos griegos ya nos advirtieron del riesgo que supone anteponer el génos (la raza, el vínculo de sangre, i fratelli) al bien común de la pólis. Como dice el coro en el Agamenón de Esquilo, kekólletai génos pròs áta. La estirpe, la raza, está atada a la calamidad. Ate era la diosa de la ruina y las acciones irreflexivas. Shakespeare todavía recogió su aliento cuando puso en boca de Marco Antonio, ante el cadáver caliente de César, estas palabras: «And Caesar’s spirit, ranging for revenge,/With Ate by his side come hot from hell,/Shall in these confines with a monarch’s voice/Cry ‘Havoc’ and let slip the dogs of war». («Y el espíritu de César, clamando venganza, con Ate a su costado, humeante del infierno,/con voz de monarca gritará en estos confines/‘Caos’ y soltará a los perros de la guerra»).