Vox y el 'marxismo cultural'
«Vox está empuñando sus lanzas contra las aspas de un molino imaginario construido sobre los cimientos de un soberano disparate intelectual»
Vox emergió de la irrelevancia marginal en Andalucía y podría volver a la irrelevancia marginal desde Andalucía. Un rápido viaje de ida y vuelta desde la nada a la nada, ese cuyo punto de inflexión demoscópico ya empiezan a insinuar algunas encuestas, en el que tendría mucho que ver la fijación obsesiva de sus dirigentes por perseguir la sombra de un espectro que ellos llaman «marxismo cultural», fantasma ubicuo cuya estela, poco a poco, ha terminado por monopolizar casi en exclusiva la atención y la ulterior acción política de los de Abascal.
Exactamente igual que Podemos, un proyecto nuevo y que se quería renovador desde la raíz, pero incapaz por entero de dotarse de un esqueleto ideológico que no fuera pura y simple imitación de contenidos concebidos y desarrollados por terceros en entornos distantes y ajenos a la realidad española (así la reelaboración teórica del populismo sudamericano emprendida por Ernesto Laclau en Argentina), Vox también se ha limitado a simplemente copiar – y a traducir al castellano en su caso – teorías, como esa de un supuesto marxismo cultural, que llevaban años ya circulando en los blogs y foros de Internet de la derecha alternativa anglosajona, en especial la norteamericana.
«Vox está empuñando sus lanzas contra las aspas de un molino imaginario construido sobre los cimientos de un soberano disparate intelectual»
Tesis particularmente exótica, la del marxismo cultural triunfante tras la caída del Muro, en la medida en que viene a ser algo así como referirse al cristianismo ateo, al estatismo libertario, al submarinismo aeronáutico o a las esferas rectangulares. Y es que el tal marxismo cultural, ese en cuya persecución ocupa su tiempo todo Vox, no existe ni ha existido jamás. El marxismo, por definición, no puede ser nunca cultural, toda vez que constituye un sistema filosófico cuyo fundamento último remite a interpretar la realidad social como una consecuencia determinada por las relaciones económicas de producción. Vox está empuñando sus lanzas contra las aspas de un molino imaginario construido sobre los cimientos de un soberano disparate intelectual. Y aferrarse para ello a Gramsci, autor mitificado ahora por la alt-rigth pero al los que los comunistas nunca hicieron demasiado caso (solo el PSUC le prestó alguna atención en Cataluña), es tomar por paradigma del marxismo a alguien cuya idea central, la de la hegemonía cultural, no era en absoluto marxista.
Porque ni lo original de la obra de Gramsci resulta ser marxista, ni nadie con un par de dedos de frente se puede tomar en serio que las muy heterogéneas obras de los académicos vinculados a la Escuela de Frankfurt formasen parte de una vasta conspiración orquestada en las sombras con el fin último de destruir los valores seculares de la civilización occidental y cristiana, todo por la vía de tomar el control de los grandes centros de producción ideológica de Estados Unidos, empezando los principales campus de la élite universitaria, continuando por la prensa y los medios de masas y terminando, cómo no, por Hollywood. Majadería conspiranoica, esta última, a partir de la que acaso resultaría un poco difícil explicar la llegada a la Casa Blanca de alguien como Donald Trump después del pretendido asalto a los mecanismos de creación ideológica de la sociedad americana por parte de la extrema izquierda «marxista».
«El éxito arrasador de Orbán se fundamenta en romper con la ortodoxia económica que prescriben tanto Bruselas como los grandes organismos económicos»
En lo que no parece haber reparado aún Vox es en que la derecha alternativa que triunfa en Europa, y el ejemplo máximo lo constituye Orbán, postula también una actitud beligerante frente a las transformaciones hedonistas e individualistas de la cultura popular provocadas por la evolución interna del propio capitalismo liberal, que no por ninguna conjura marxista en las catacumbas, pero no basa todo su programa solo en eso. El éxito arrasador de Orbán, por el contrario, se fundamenta en romper con la ortodoxia económica que prescriben tanto Bruselas como los grandes organismos económicos transnacionales, empezando por la OCDE y el FMI. Orbán, sí, resulta ultraortodoxo en lo social y lo cultural, pero también sabe ser ultraheterodoxo en lo económico. He ahí, por cierto, la diferencia nada baladí entre el todo húngaro y la nada española.