La democracia según Mike Pence
«Si Pedro Sánchez hubiese estado en el lugar de Mike Pence, Biden no habría sido proclamado presidente legítimo de los Estados Unidos»
En los turbulentos días que siguieron a la victoria de Joe Biden sobre Donald Trump tras las últimas elecciones norteamericanas, Trump y sus secuaces, planeaban anular los resultados electorales, y de ahí el surrealista asalto al Capitolio, y en ese plan debía jugar un papel decisivo el presidente republicano Mike Pence. Por fortuna, Pence se negó a secundar tal plan, y presidió, como le correspondía, la reunión del Colegio Electoral que proclamó a Joe Biden como nuevo presidente.
Al ser interrogado por la Comisión que investiga aquellos sucesos estrafalarios, Mike Pence afirmó que Trump pretendía que él, como presidente del Comité que habría de proclamar la victoria de Biden, tenía derecho a revocar la elección. En palabras de Mike Pence: «El presidente Trump erraba. Yo no tenía ese derecho. La presidencia pertenece al pueblo americano y sólo a él. Francamente no hay idea más antiamericana que la de que una sola persona pueda elegir al presidente». Por encima del partidismo y de su propio interés, Mike Pence supo actuar con cordura y responsabilidad en aquel momento tan delicado. Si hubiese hecho caso a Trump, el conflicto que sería presumible se desatase en los EEUU habría sido tremendo, tal vez incontrolable.
La democracia nunca deja de estar expuesta a este tipo de problemas que solo se pueden resolver si los protagonistas de cada caso saben poner la democracia, y el patriotismo, por encima de sus preferencias ideológicas y políticas, es decir, si saben que la democracia misma es más importante que el legítimo poder político que puedan estar ejerciendo. Cualquier democracia funciona como un factor limitativo frente a los posibles excesos del poder y esa limitación se expresa en normas legales y tradiciones constitucionales que es muy peligroso vulnerar, pero también en la confianza de que quienes han de interpretarlas lo harán siempre en el sentido más favorable a los fundamentos morales de la democracia, nunca a sus intereses partidistas.
A Mike Pence le parece antiamericana la idea de que una sola persona pueda tener la capacidad de elegir al presidente de su país porque la esencia de la democracia consiste en que la voluntad de la mayoría, y nunca la de nadie en particular, lleve a cabo esa elección y supo distinguir muy bien lo que la ley y la costumbre le dictaba, sin dejarse llevar ni por el partidismo ni por las presiones del todavía presidente. El respeto a los fundamentos de la democracia implica, por tanto, una regla de conducta que ningún poder político debiera ignorar.
Cuando muchos afirman que la democracia podría estar en peligro en los EEUU señalan un problema cierto, la enorme división política de esa sociedad, pero mientras existan tipos como el antiguo vicepresidente ese riesgo podrá sortearse con relativa facilidad, porque quienes saben poner el respeto a la democracia y a sus formas por encima de su conveniencia son los que mejor garantizan la supervivencia del sistema democrático. Esta garantía está asentada de modo muy firme en la cultura política vigente en los EEUU, pero no está tan clara, sin ir más lejos, en la España contemporánea.
«El respeto a la democracia exige el cuidado con las tradiciones que la han hecho posible y es contrario a cualquier intento de imponer una cultura política basada en la idea de que la democracia solo existe cuando triunfan los nuestros»
El respeto a la democracia exige el cuidado con las tradiciones que la han hecho posible y es contrario a cualquier intento de imponer una cultura política basada en la idea de que la democracia solo existe cuando triunfan los nuestros. Por desgracia, abundan entre nosotros actitudes, posiciones y declaraciones que no respetan con rigor una exigencia moral de tanta importancia. Las conductas de este tipo que son más frecuentes tienen su origen en repetidos intentos por anular las capacidades de control sobre el poder ejecutivo, en hacer que el poder político, legitimado por la elección democrática, carezca de cualquier clase de límites, de forma que unas cautelas que tienen por objeto la preservación de la democracia se presentan como obstáculos que habría que derribar.
Presentar a la oposición política como una fuerza que se opone a la democracia no es el menor de esos errores, un equívoco que se sustenta no solo en los discursos, sino en el hecho de que se eluda de manera habitual el debate de diversas cuestiones en el Parlamento y se recurra de manera sistemática, y contraria al espíritu de la ley, a gobernar por Decreto.
Pedir que las actuaciones de los políticos puedan llevarse a cabo faltando a la ley y pidiendo que esas acciones no sean objeto de acción judicial es otro ejemplo sangrante de falta de respeto a la esencia de la democracia porque no es posible ninguna democracia si las leyes se pueden ignorar o desobedecer con impunidad. Las leyes pueden y deben cambiarse, y eso se hace, tal vez, con demasiada frecuencia, pero lo que nadie puede hacer es no cumplirlas mientras están vigentes, y acusar a los jueces de parcialidad o de falta de respeto a la democracia, cuando sancionan esas conductas.
Pedro Sánchez se está convirtiendo en un auténtico campeón en la deshonrosa misión de atentar contra los límites que cualquier democracia impone al ejercicio del poder político. Si Pedro Sánchez hubiese estado en el lugar de Mike Pence, Biden no habría sido proclamado presidente legítimo de los EEUU. Eso es lo que hace, por ejemplo, cuando considera que el Tribunal Supremo condena en forma injusta a dos políticos del PSOE por prevaricación y malversación en una serie de irregularidades y arbitrariedades que han supuesto una pérdida de cientos de millones de euros del presupuesto andaluz. O lo que hace cuando permite que fuerzas de las que depende su continuidad en el Gobierno priven a miles de alumnos catalanes de la posibilidad de usar la lengua española en la enseñanza pública. O lo que hace cuando cede a las pretensiones de exetarras y herederos políticos de ETA para que la historia del proceso en el que se funda nuestra democracia, la transición, se reescriba atendiendo a la conveniencia de los terroristas
Los partidos políticos españoles no están siendo ejemplares en la defensa de la democracia en la medida en que la entienden de manera casi exclusiva como un proceso de legitimación de sus competencias, sin advertir casi nunca, que lo que les da legitimidad también limita sus atribuciones, pero el PSOE de Pedro Sánchez ha llegado más lejos que nadie en este proceso de desactivación de las exigencias morales que conlleva el ejercicio de poder en las democracias.
Solo partiendo de esa premisa se entiende que el PSOE se haya olvidado de manera tan pronta de la sangre derramada por muchos de sus militantes en la resistencia a las pretensiones de ETA o que no haya ni rechistado al ver como Pedro Sánchez cambia la política española en el Sahara sin encomendarse a nadie, humillándose ante quien le escupirá y nos escupirá a todos, o que, por acabar, convierta lo que ha sido un partido central en la democracia del 78 en una burda parodia del chavismo («¡exprópiese!») al señalar con el dedo a los perversos empresarios a quienes hay que arrebatar los beneficios de las empresas que dirigen para aumentar la felicidad pública, sin apenas reparar en que quien más se beneficia del desastre económico que padecemos es la hacienda pública de cuya glotonería espera poder beneficiarse con el modelo de arbitrariedades que le dieron al PSOE décadas de poder en Andalucía. Por suerte, Trump tenía al lado alguien que sabía lo que es una democracia, ¿hay alguien en el PSOE que lo recuerde?