THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

Cómo quiere Sánchez ganar las elecciones

«Los partidos podrán gobernar mal, pero nunca dejarán de pensar en lo que necesitan hacer para mantener el poder o para recuperarlo»

Opinión
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Cómo quiere Sánchez ganar las elecciones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

España podría estar concluyendo un ciclo electoral que llevó a casi todo el mundo a hablar del fin del bipartidismo. Por debajo de ese marbete estaba el hecho de que entre los dos partidos de gobierno desde 1982, el PSOE y el PP, pasaron de tener el 83,8% del conjunto de los votos en 2008 a quedar por debajo del 50% en 2019. Vistas las cifras, es evidente que no hubo trasvase significativo de uno a otro entre esas dos fechas, sino que, en ambos casos, se produjo una deserción enorme entre los respectivos votantes. 

Los partidos que surgieron para aprovechar una circunstancia política tan obvia, el descontento con sus gobiernos, la imagen de corrupción, la correosa impermeabilidad de los partidos ante los cambios de opinión, etc. no parecen haber sabido aprovechar esa oportunidad. De todos ellos, el que llegó más lejos fue Ciudadanos y ahora mismo se debate entre la disolución y la cosmética sin atreverse a asumir lo que les ha pasado. No muy distinto es el caso de Podemos que está más pendiente de no abandonar el gobierno para evitar su electrocución que de formular una estrategia para sustituir al PSOE con la que llegaron a soñar en su momento.

No ha habido unas elecciones generales en las que se pueda poner a prueba si PP y PSOE, al tiempo o por separado, logran recuperar la posición preeminente que tuvieron, pero son bastantes los indicios de que el supuesto final del bipartidismo podría estar al borde de acabar sus días. Sin embargo, en previsiones electorales es prudente no dar nada por hecho porque muy bien puede suceder como en la Bolsa: no hay que fiarse del todo de las sendas alcistas porque en cualquier momento pueden dejar de serlo.

Por torpes que puedan llegar a parecernos las direcciones de los partidos, y es fama que todos los electores suponen siempre saber mejor que ellas lo que se debiera hacer, no hay que perder de vista que jamás se olvidan de su objetivo principal que no es otro que el ganar las siguientes elecciones. Los partidos podrán gobernar mal, ser contradictorios y mentirosos, consentir el despilfarro, etc., pero nunca dejarán de pensar en lo que necesitan hacer para mantener el poder o para recuperarlo por inverosímiles que resulten sus andanzas.

El PP se dispone a esperar que las aguas vuelvan a su cauce mientras que el PSOE de Sánchez parece empeñado en encontrar un cauce nuevo, nuevos yacimientos de voto

Es interesante observar que las estrategias de recuperación de espacios del PP y del PSOE, lo que tratan de hacer para volver a sus mejores resultados parecen diferir de modo sustancial. A riesgo de simplificar, se puede decir que el PP se dispone a esperar que las aguas vuelvan a su cauce mientras que el PSOE de Sánchez parece empeñado en encontrar un cauce nuevo, nuevos yacimientos de voto. Si esto fuese así, sería consecuencia de que el PP interpreta que su papel político no está en discusión y que el abandono electoral que ha sufrido se ha debido a errores evitables y perdonables, mientras que el PSOE siente que necesita recurrir a procedimientos más arriesgados.

Mejor o peor ejecutada, la estrategia del PP tras el descalabro de Rajoy, ha consistido en lo que Aznar ha llamado, al menos desde 2018, la reconstrucción del centro derecha, una tarea que se ha cumplido casi al cien por cien por su orilla centrista y que tampoco pinta mal del todo por su flanco derecho. Una estrategia complementaria y, a mi juicio, bastante arriesgada, es dejar que los errores del gobierno le hagan el trabajo, es decir, vivir en la oposición más que preocuparse de ofrecer alternativas positivas y distintas al electorado. La llegada de Feijóo parece apuntar a una estrategia similar a la que desplegó Rajoy antes de 2011, wait and see que dicen los ingleses. En este punto, Ayuso parece dar la nota discordante, porque su apuesta por el ‘no’ es más agresiva. Pero, como ha observado David Mejía, la ventaja de esta disonancia en el PP es que, en este momento, la marca puede vender moderación a los moderados y ayusismo a todos los demás. 

Para entender las razones por las que el PSOE de Sánchez se empeña en borrar las huellas del socialismo clásico, del felipismo, cómo se entrega a maniobras que resultan desconcertantes a muchos de sus electores y que suponen un riesgo alto de desestabilizar el sistema en su conjunto, conviene fijarse en las elecciones de 2008 que fueron las últimas en las que el PSOE estuvo cerca de la mayoría absoluta. Zapatero obtuvo entonces 164 diputados (por 148 de Rajoy) mientras que, en las siguientes convocatorias de 2011, 2015, 2016, y las dos de 2019 se quedó dos veces por debajo de 100 diputados y su mejor resultado ha sido de 123.   Lo que pasó en 2008 es que el voto catalanista de izquierdas se fue entero a Zapatero dándole de sobra los escaños que le separaban de Rajoy y eso parece muy difícil que vuelva a pasar. 

Ante estos resultados, el PSOE podría pensar dos cosas, que Zapatero fue un error, o que el PSOE está condenado ya para siempre a no conseguir una mayoría suficiente. Rechazar a la vez las dos hipótesis es lo que está moviendo a Pedro Sánchez a hacer cosas que hace años se habrían considerado por completo extravagantes, pero que le han permitido estar en el gobierno desde 2018 y le ofrecen, en teoría, la posibilidad de continuar en la Moncloa cuando decida convocar elecciones. 

Lo que ha hecho Sánchez, poco a poco, pero con decisión, es sacar a Frankenstein del quirófano

Lo que ha hecho Sánchez, poco a poco, pero con decisión, es sacar a Frankenstein del quirófano, practicarle magias estéticas, y convertir una alianza entre lo que pueda quedar del PSOE clásico y los nacionalismos de izquierda en una fórmula capaz de aspirar al éxito. Si esto se acompaña con una estrategia que trata de presentar al PP como la suma de todos los males concebibles, como el disfraz de una derecha que solo puede ser extrema, y con una descarada ocupación de todos los resortes de poder del Estado, podría suceder que la flauta sonase y no fuese de casualidad. Un complemento indispensable de esta maniobra exige, por descontado, promover con descaro todo lo que pueda estar a la derecha del PP para evitar su reconstrucción por ese flanco.

La audacia política de Sánchez reside en ejecutar esa mutación casi genética del centro izquierda al tiempo que lleva a cabo otras dos maniobras tácticas de cierta importancia. Por un lado, se consagra a una política exterior de total entreguismo a los intereses norteamericanos y de los grandes de la UE; por otro jibariza cuanto tiene por su izquierda con el impagable apoyo de la proverbial incompetencia de estos personajes, y consigue convertir su miedo a dejar los despachos del gobierno en una muestra de su inanidad mientras fomenta la vanidad de una lideresa que es fácil acabe por presentarse como independiente en las listas de Sánchez, un movimiento, sin duda, chulísimo.

Lo que Sánchez intenta es, desde luego, muy audaz, tanto como improbable, porque situará al electorado en la tesitura de elegir entre un monstruo disfrazado de héroe salvador y, digamos, lo de siempre. El resultado, pese a los pronósticos, está por ver y aunque las encuestas apuntan a una especie de vuelco, cabe pensar que los bastantes meses que quedan para que se ponga a prueba el experimento, una larga temporada que no anuncia nada halagüeño, puedan modificar bastante el estado de ánimo electoral. Será tanto más probable que se produzca un cambio de tendencia cuanto más se empeñe la alternativa en resultar menos atractiva que inevitable.

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