El retorno de lo político
«La cogobernanza fue el ungüento legitimador de la chapuza constitucional que se innovó para combatir la pandemia. Ahora llega la desjudicialización»
No hay duda: lo político ha vuelto a nuestras vidas. La política, como ámbito decisorio y espacio de integración de intereses, siempre estuvo ahí. Lo político, como fenómeno de identificación del enemigo y capacidad de orientar el mundo de acuerdo a determinadas premisas, estaba, por suerte, en suspenso desde finales de la II Guerra Mundial. La inflación que padecemos, ahora que sabemos que el precio de los combustibles está en los niveles previos a la guerra de Ucrania, es la muestra más clara de que ha retornado el poder público, el Estado, si quieren, para recuperar el control y protegernos frente a las crisis de seguridad, financieras o víricas.
Durante un par de décadas lloramos por el fin de la historia. El mercado, el capitalismo salvaje, nos había robado nuestro destino. No se ha querido comprender que el ser humano, desde hace siglo y medio, está en un proceso de devolución de libertad -a la técnica o al Estado- con el objetivo de no tener que asumir el dominio sobre sus propios actos. Por eso estamos imprimiendo billetes como locos, repartiendo fondos como buenamente se puede, blindando fronteras, rescatando empresas, creando subsidios a todo tren y volviendo al proteccionismo comercial.
«El retorno de lo político es también consecuencia de la forma en la que el populismo se ha infiltrado en la opinión pública»
Sin embargo, y dado el escepticismo que genera en el plano de la praxis todo este nuevo escenario, me atrevería a decir que el retorno de lo político es también consecuencia de la forma en la que el populismo se ha infiltrado en la opinión pública, la clase política y la propia ciudadanía. No importa que las soluciones populares sean cortoplacistas: en la era del acontecimiento se puede estar con la matraca de la justicia intergeneracional y a la vez desplegando un desarrollismo económico que sigue destruyendo el planeta y cargando de deuda a los no nacidos. «En el largo plazo todos muertos» parece la divisa keynesiana compartida por la izquierda y la derecha.
Así las cosas, con la vuelta de lo político no solo terminará consolidándose la razón cínica, sino que iremos cambiando el marco mental para mutar el marco jurídico que pone orden en el tráfico social. Es inevitable. Nuevas palabras van y vienen con el objetivo prepararnos para el contexto más inmediato: la cogobernanza fue el ungüento legitimador de la chapuza constitucional que se innovó para combatir la pandemia. Ahora llega la desjudicialización, término que expresa en todo su esplendor el signo de nuestro tiempo. No cabe oponer el Estado de Derecho a lo político, a la fuerza de un idealismo renovado que avanza sobre los raíles de la vida simulada: las redes sociales.
Lo hemos visto estos días. Lo político se abre a lo psicopolítico, brutal maridaje entre el poder público y los medios de comunicación con el objeto de insuflar pánico en la sociedad. Creíamos, por el bello Byung – Chul Han, que estas cosas solo pasaban con el neoliberalismo salvaje. Pues no, basta que las cuentas de Twitter gubernamentales den el pistoletazo de salida, para que la prensa escrita y audiovisual ponga en marcha una campaña apocalíptica sobre unos presuntos pinchazos dirigidos a mujeres con el objeto de ejercer violencia generalizada sobre ellas. «Expulsarlas del espacio público», dicen desde sus púlpitos. Se anuncian protocolos de seguridad, reformas del Código Penal y observatorios universitarios que abordarán el problema desde un punto de vista multidimensional.
Porque la vuelta de lo político podrá ser la superación del liberalismo luciferino o la negación adorniana del derecho a vivir sin miedo, lo que ustedes quieran. Pero por encima de todo, es una magnífica oportunidad para que los viejos y nuevos corsarios del Estado hagan su agosto particular. Y vaya si lo están haciendo.