Un gesto majestuoso
Uno, en tanto que monárquico, toma los ataques a la Corona desde el territorio español como disparates propios de inconscientes que no saben la que se nos vendría encima en una república, o bien de aquellos que –conscientes de que el pueblo es capaz de autodestruirse con su voto– sueñan con alcanzar la jefatura de Estado y controlar absolutamente todo.
Pero si estos ataques vienen del otro lado del charco uno no puede sino tomárselos a pitorreo. La cuestión es que el nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, decidió que estuviera presente en su toma de posesión la espada de Bolívar, ante la que se levantaron y aplaudieron la mayoría de los presidentes de las repúblicas de Sudamérica y Centroamérica. Y ahí estaba el pobre Rey, al lado del presidente chileno (un analfabeto llamado Boric), observando el grotesco espectáculo. Felipe VI –quién sabe si a propósito– no se levantó y la manada republicana envidiosa salió en tromba a criticarlo.
En primer lugar, el Rey de España debe levantarse cuando quiera y no cuando una cuadrilla de impresentables lo dictamine. Pero pasan los siglos y todavía queda en el imaginario colectivo de muchos hispanoamericanos que la culpa de su fracaso se debe a España y no a esos pueblos que deciden votar por su propia destrucción. El último ejemplo es Petro: un presidente narcotraficante, guerrillero y terrorista. El penúltimo ejemplo lo encontramos en Chile.
Conviene no olvidar que en España somos afortunados: ni los Sánchez, ni los Iglesias, ni las Monteros serán nunca nuestros mandamases, y eso es en realidad lo que les molesta. Algunos creen que al Rey de España se le puede exigir que se levante como si fuera una Yolanda Díaz de la vida o un presidente de alguna de esas repúblicas bananeras que han convertido sus países en míseros estercoleros.
A un Rey, como bien señala Santo Tomás de Aquino, lo que se le puede reprochar es que no actúe siempre como debe: es obligación del pueblo exigirle una conducta recta, honesta y que sus acciones estén encaminadas al bien común. Pero comportarse como un demagogo democrático no es propio de un buen monarca. Eso para los charlatanes que viven de encandilar al pueblo.