Cataluña es pionera en la cultura de la cancelación
«En Cataluña, defender un modelo bilingüe o trilingüe implica ser acusado de facha, de analfabeto, de querer acabar con el catalán e, incluso, de franquista»
Con el ejemplo de extremo de cancelación que es el ataque a Salman Rushdie, he recordado la escuela de verano de Societat Civil Catalana en la que participé hace unas semanas en una mesa cuyo tema era ‘Neutralidad, libertad, respeto y cancelación’. Yo era la única participante catalana y las intervenciones que me precedieron hicieron alusión a la cultura woke que, con la excusa de un supuesto respeto a las minorías, blanden inmisericordemente las tijeras de la censura y cancelan a cualquiera que no se pliegue a la última moda o teoría que se les pase por la cabeza. Cuando yo tomé la palabra, sin embargo, dije que, sin negar la plaga que nos viene de los campus universitarios estadounidenses, en Cataluña venimos sufriendo esto desde hace 40 años (y la ocasión más reciente es de hace tan solo una semana, cuando decidieron cancelar el minuto de silencio en homenaje a las víctimas del terrible atentado de Las Ramblas).
Cuando a principios de los 80 se empezó a imponer la mal llamada inmersión lingüística, unos cuantos intelectuales y profesores lanzaron un escrito -que se acabó llamando el «Manifiesto de los dos mil trescientos» por la cantidad de adhesiones que recibió- en el que se denunciaban las discriminaciones a la lengua española. Uno de ellos fue Federico Jiménez Losantos y, por este motivo, lo secuestraron, lo llevaron a un descampado y, tras atarlo y amordazarlo, le dispararon un tiro de pistola en una pierna. Los agresores, pertenecientes a la banda terrorista Terra Lliure, le dijeron que esta vez se trataba tan solo de una advertencia, con la amenaza de que la cosa iría a más.
«La imposición del catalán en los ámbitos educativos y administrativos no ha parado de crecer en estas cuatro décadas con el apoyo entusiasta de los socialistas»
Pese al éxito del manifiesto, la mayoría de profesores acabaron abandonando Cataluña y la imposición del catalán en los ámbitos educativos y administrativos no ha parado de crecer en estas cuatro décadas con el apoyo entusiasta de los socialistas. Y a partir de ese momento, por supuesto, empezó a resultar muy difícil poder expresar lo que es habitual en todo el resto del mundo civilizado: que lo más conveniente para los alumnos desde el punto de vista pedagógico es estudiar en su lengua materna y, dado que vivimos en un mundo globalizado, lo mejor para su futuro es poder estudiar, además, en alguna lengua extranjera. Fíjense hasta qué punto es difícil poder expresar esto en Cataluña que en 2014, cuando acudí al Parlamento Europeo para participar en un acto sobre las lenguas, en la rueda de prensa exclamé sorprendida: «Es la primera vez que hablo de este tema y nadie me insulta». Y es que en Cataluña, defender un modelo bilingüe o trilingüe implica se acusado de facha, de analfabeto, de querer acabar con el catalán e, incluso, de franquista. Tócate los pies. Luego los nacionalistas presumen del supuesto consenso a favor de la mal llamada inmersión lingüística. Claro, es que a ver quién es el guapo que se presta a sufrir un chorreo de insultos y descalificaciones.
Este no es el único tema sobre el que no se puede hablar libremente en Cataluña y he de decir que los nacionalistas catalanes no disimulan para nada su totalitarismo. Es más, lo cantan a los cuatro vientos en cualquier ocupación del espacio público con su clásico «Els carrers seran sempre nostres» (las calles serán siempre nuestras) por lo que no entiendo por qué desde la izquierda del resto de España los siguen considerando unos simpáticos luchadores por la libertad. Ayuntamientos como del de Vic o Canet de Mar se niegan a permitir que instalen sus carpas informativas partidos políticos o asociaciones constitucionalistas; en las universidades catalanas, los jóvenes de SCC o S´ha acabat no pueden montar sus carpas sin sufrir escraches e incluso agresiones físicas así que, como les decía al principio, lo de los campus de EEUU nosotros llevamos años padeciéndolo.
Ahora, lo que era habitual en Cataluña se ha ido expandiendo por toda España, por un lado porque los separatistas son los socios de Gobierno de Sánchez y, por otro, por la hegemonía de la cultura woke norteamericana convenientemente difundida por plataformas con Netflix. El caso más evidente es el de la ley trans y sus consecuencias en forma de mordaza si se llega a aplicar, como ya sucede en algunas comunidades autónomas que cuentan con legislaciones parecidas. Cualquier persona que diga que sus ojos ven a un señor con barba, pelo en pecho y un bulto en su entrepierna puede ser multada si el hombre en cuestión ha decidido identificarse como mujer. Y lo que es peor, las personas que están pasando un momento difícil en su adolescencia no van a contar con una terapia psicológica que les puede ayudar a clarificar lo que les pasa y a encontrar el tratamiento más adecuado sino que lo más probable es que acaben siendo enfermos crónicos al iniciar un tratamiento con hormonas experimental y de consecuencias impredecibles. No es de extrañar que Finlandia, Suecia y Reino Unido, con leyes parecidas a la que ha aprobado el Consejo de Ministros, estén dando marcha atrás. Esperemos que la responsabilidad de los diputados del Congreso acaben modificando el texto inicial para poder proteger a nuestros niños y jóvenes.
Resulta difícil de entender que una ley tan misógina haya salido de un Ministerio llamado de Igualdad, de la misma manera que resulta incomprensible que, mientras se perpetra esta barbaridad para supuestamente proteger al colectivo LGTBI, uno de los diputados en la Asamblea de Madrid, Serigne Mbaya, difunda un vídeo en el que aparece una enorme cantidad de hombres sobre sus alfombras mirando a la Meca. Hombres. Aquí nada del todos, todas y, mucho menos, todes, con los que Podemos se llenan la boca. Las mujeres, fuera del espacio público y, los homosexuales, escondidos dentro de un cajón del armario, porque la homosexualidad está prohibida en la mayoría de países islámicos y en algunos implica, incluso, la muerte, que puestos a cancelar, estos no se andan con chiquitas. Pero bueno, qué les vamos a pedir a los que son capaces de publicar titulares diciendo que no se sabe el motivo del ataque a Salman Rushdie pese a que pende sobre él una condena a muerte desde hace 30 años…