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La clave del ‘efecto Feijóo’

«La autenticidad del ‘efecto Feijóo’ definirá lo que cabe esperar de un futurible gobierno del Partido Popular»

Opinión

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. | Europa Press

  • Publicista, escritor y editor. Lo habitual es afirmar que la sociedad es estúpida, aunque eso implique asumir que uno mismo es idiota. Sin embargo, ha sido la sabiduría de la multitud, mediante la prueba y el error, lo que nos ha traído sanos y salvos hasta aquí. Y también será lo que evite el apocalipsis que los nuevos arúspices presagian.

Me hizo gracia que en un programa me preguntaran sobre el revulsivo que suponía el ‘efecto Feijóo’ cuando apenas había transcurrido una semana de la toma de control del Partido Popular por el nuevo líder. Era un margen de tiempo ridículo para constatar no ya la progresión del supuesto efecto, sino su propia realidad. Sin embargo, los meses han pasado y el ‘efecto Feijóo’ parece destinado a convertirse en una profecía autocumplida, según la progresión de las encuestas y la fanfarria popular. 

Todos tenemos alguna noción sobre el principio de causalidad. Y aunque es verdad que no existe un concepto único de causa y efecto, en general se entiende como efecto aquello que depende de una causa (o causas) para ocurrir. Así que, desde el punto de vista de la lógica, el ‘efecto Feijóo’ debería despertar cierta suspicacia, por cuanto sorprendentemente parece anteceder a las causas. Originalmente, parece más un reclamo, destinado a influir en las expectativas de voto, que un efecto auténtico. Este matiz no es una cuestión menos. Al contrario, la autenticidad del ‘efecto Feijóo’ definirá lo que cabe esperar de un futurible gobierno del Partido Popular.

Puesto que es el propio Feijóo el que presta su apellido a un efecto destinado a cambiar el signo del gobierno, lo primero es tomarle la medida al personaje. Feijóo nació en 1961, estudió Derecho y desde 1985 es funcionario (actualmente en excedencia) del Cuerpo Superior de la Administración General de la Junta de Galicia. Por lo tanto, ha estado en la función pública desde muy joven (24 años). Nunca ha sido empleado en el sector privado, tampoco trabajador autónomo, menos aún emprendedor, que es lo mismo que empresario pero políticamente correcto. 

Su perfil funcionarial, junto con una característica carrera política, que se inicia en 1991, hace que no sea aventurado deducir que lo que define la visión de Feijóo es la Administración y la política entendida como gestión ordinaria, no como confrontación intelectual. Más allá para Feijóo todo es impredecible y a menudo peligroso, lo cual tiene su reflejo en su idea de que la Administración debe primar por encima de todo. Esto no es una elucubración. Los hechos lo corroboran. La Galicia gobernada por Feijóo ha sido una de las autonomías en las que, para hacer frente a la covid, se han aplicado las restricciones más numerosas, expeditivas y arbitrarias. Además, ha defendido la necesidad de una ‘ley de pandemias’ que excluyera la tutela judicial respecto de las decisiones de los gobernantes en una emergencia sanitaria. 

Sobre Feijóo también recae la sospecha de ser un nacionalista. Sin embargo, no creo que lo sea realmente, por más que en Galicia haya cometido excesos propios del nacionalismo, especialmente en materia lingüística. Creo, más bien, que es un autonomista convencido, tal y como me aseguran quienes lo conocen. Esto significa que para Feijóo el modelo autonómico es intocable, a pesar de sus notables disfuncionalidades y excesos. Un contrasentido, si tenemos en cuenta que una de sus muchas promesas genéricas es poner el foco en las ineficiencias de las administraciones. Cómo lo hará sin apuntar al modelo autonómico es un misterio. En resumen, podría decirse que Feijóo, más que nacionalista, forma parte de ese pétreo cuerpo político que ha asociado el modelo autonómico a la democracia, de tal suerte que cuestionar lo primero implica negar lo segundo.  

En cuanto a la moderación, quizá sea su mayor atractivo, pero hasta cierto punto. Por un lado, cuidar las formas y no caer en el exceso verbal ni en la grandilocuencia altisonante es algo que se agradece. Resulta agotador que la política se proyecte sobre la opinión pública como un combate de boxeo o, peor aún, un impostado espectáculo de lucha «underground». No hay nada más improductivo que la ‘política del zasca’, porque no enfoca los problemas: los distrae. 

Pero, por otro lado, la moderación entendida como un equilibrio imposible que no contraríe a nadie es un error. Especialmente, cuando abordar la difícil situación de España requiere, guste o no, tomar decisiones que sin duda molestarán a muchos. Y no me refiero solo a molestar como es costumbre a los privados, sino especialmente a los otros. 

Conviene recordar lo rápido que Mariano Rajoy dilapidó la mayoría absoluta por no meterse en harina una vez alcanzado el poder. Tuvo una ocasión de oro para reformar el Estado que se quedó en nada, si exceptuamos, claro está, la extraordinaria subida de impuestos, el rescate de la Cajas de Ahorro (en realidad, cajas de los partidos y sindicatos), la Ley de transparencia que, hoy por hoy, nadie cumple, y la modernización de las administraciones que, a la vista está, fue más cosmética que real. Imposible olvidar cómo, mientras el ‘efecto Rajoy’ se evaporaba, desde el Partido Popular repetían como loros la frase de San Ignacio de Loyola: «En tiempos de tribulación, no hacer mudanza». El resultado: la mudanza quedó sin hacer y las tribulaciones acabaron arrollando a Rajoy y al PP… y, lo que es peor, se quedaron con nosotros para siempre.

Hay un asunto que, si bien a priori puede parece menor, puesto en el contexto adecuado resulta inquietante. Me refiero a la compasión de Feijóo hacia José Antonio Griñán. En principio, que manifieste su compasión por Griñán no me parece mal. La cuestión es si esta compasión es autentica o corporativista. Para entender exactamente el quid de la cuestión que intento plantear es fundamental el documental «Hacienda hechos probados», donde se pone en evidencia la pavorosa mala fe con que puede llegar a actuar el Estado cuando se trata del común. Lo más interesante de esta mala fe es que, aunque se embosque en la impersonalidad del Estado, no es impersonal absoluto. Al contrario, tiene nombres propios porque obedece a los intereses de ciertos corporativismos, de los partidos políticos y de los gobernantes de turno.  

Dar un trato especial a Griñán por su avanzada edad es discutible. Al fin y al cabo, el argumento podría aplicarse a la inversa, cuando el condenado es joven. No me negarán que cuando se es joven se tiende a ser más imprudente y estúpido, y esto también debería merecer nuestra compasión. Pero aceptemos que hay que ser compasivos con Griñán, tal y como hace Feijóo. Entonces, para Agapito García (el protagonista de «Hacienda hechos probados»), que tiene más edad que Griñán y encarna a los millones de españoles que pagan casi con su sangre el derroche público, ¿qué gracia debe otorgarle el Estado?: ¿el abuso de autoridad?, ¿el principio de culpabilidad hasta que se demuestre lo contrario?, ¿la deuda perpetua?, ¿la ley del silencio?, ¿la muerte civil? 

«Es clave que el ‘efecto Feijóo’ sea más que una consigna para heredar el viejo statu quo que, precisamente, nos ha llevado hasta el gobierno Frankenstein»

Puesto que Feijóo no tuvo inconveniente en manifestar su opinión sobre Griñán sin que nadie se la pidiera, debería expresarla también sobre la historia que relata «Hacienda hechos probados», porque este documental no solo da fe de un abuso, describe una monstruosa desviación que está en la raíz de todo lo que va mal. Dicho de otro modo, para saber si el funcionario Feijóo nos considera ciudadanos o súbditos y si, por tanto, merece nuestra confianza, es fundamental que revele lo que piensa de Agapito —para el caso, Juan Español—, no lo que piensa de Griñán. No en vano, el problema fundamental es que los partidos han devenido en organizaciones cada vez más autoritarias, cúpulas cuyos intereses no coinciden con los de la sociedad, sino con los de las administraciones, a las que utilizan como fuente de recursos y poder. De ahí que el Estado sea tan despiadado. Y conforme las crisis se agudiza, lo sea todavía más. 

No entiendo mucho de fútbol, más bien poco. Pero sí lo suficiente como para conocer el curioso efecto que tiene en un equipo que no levanta cabeza la sustitución de su entrenador en plena temporada. No sé si hay evidencia estadística pero, según parece, a este cambio suele acompañarle una victoria en el siguiente partido. Sin embargo, el efecto positivo también suele durar poco si no se acompaña de cambios en la plantilla, en la táctica o incluso en la forma de entender el juego. 

Lo que quiero decir con esta metáfora es que, el ‘efecto Feijóo’, sea lo que signifique, quizá pueda servir para echar a Sánchez de la Moncloa, cosa que aún está por ver. Pero que, con todo, ganar ese partido es lo más fácil… si lo comparamos con los que vendrán a continuación. Por eso es clave que el ‘efecto Feijóo’ sea más que una consigna para heredar el viejo statu quo que, precisamente, nos ha llevado hasta el gobierno Frankenstein. De lo contrario, mucho me temo que no acabará bien.

46 comentarios
  1. ToniPino

    Este artículo de Benegas me gusta porque es moderado y analítico, como el propio Feijóo.

    A mi no me importa que Feijóo no haya trabajado nunca en el sector privado, pues trabajar en la empresa privada no te hace necesariamente mejor gestor ni político. Los ejemplos de pésimos políticos procedentes de la empresa privada son muchos, como Arrimadas y otros muchos ciudadanitas. ¿Fue De Quinto un político para tirar cohetes?

    Yo a Feijóo le veo pragmático y poco ideológico. Tampoco creo que sea nacionalista, regionalista ni autonomista, sino simplemente oportunista en el tema territorial. Sabe que en Galicia hay un galleguismo de derechas importante y ha sabido captarlo, eliminando la posibilidad de que aparezca un partido nacionalista gallego.

    Feijóo es moderado, pero se pronuncia claramente cuando le interesa sin necesidad de crispar mucho, aunque lógicamente exaspere a los de Vox y a la izquierda, más a los primeros que a los segundos. En su moderación se parece al propio Benegas, como empecé diciendo.

    En cuanto a su gestión como presidente de la Junta de Galicia, o Xunta, como se prefiera, sería un poco largo analizarla. A grandes rasgos, me parece un tanto irregular. No ha conseguido poner a Galicia a la cabeza de España, pero tampoco su comunidad está hecha un desastre, aunque es mejorable, como todas. Durante su mandato el PIB gallego ha crecido un 34,1%, si bien es inferior a la media española (21. 903 € frente a 23. 060 €). En impuestos, no son muy altos, pero son elevados en los tributos propios.

  2. Halcon

    Parece que el articulista nos propone que mejor nos quedamos como estamos, si no hay una alternativa de ir como el sugiere.

    No estoy de acuerdo, estamos jodidos, la democracia ya, en peligro claro

    Un gobernante narcisista, sin atributos emocionales ni morales que le otorguen ser un buen líder, muy al contrario, pedante, actitud chulesca y faltona con escasa formación que ha mentido hasta en su curriculum académico, no lo hace merecedor de conducir a un país .

    Esto es un régimen autocrático, despótico (lo peor está por venir), que está posibilitando con millonarias subvenciones y prerrogativas una mayor diferencia entre las regiones ricas y las regiones pobres. Y se hace con el concurso coyuntural de personajes insignificantes que han aparecido en un momento histórico puntual (ya trivial), los morados.

    El cambio es en mi opinión, si ocurriera sería una fortuna.

    Hacer elucubraciones de cómo será Feijóo quizás sea un poco estéril.

    A ver si nos quitamos lo que tenemos de encima, que no es poco.

  3. Emilio25

    Dios mío, con el panorama que nos rodea, luego de ver como la mayoría Frankenstein fagocita cualquier racionalidad y la defensa de nuestra democracia, nuestra economía y nuestra educación, comprobar como se intenta machacar una y otra vez la figura de Feijóo con acusaciones cuando no falsas malintencionadas francamente me deja estupefacto.
    No estaría mal constatar por uno mismo que no es un nacionalista cuando su larga trayectoria política con cuatro mayorías absolutas está ahí , ni se entiende qué sentido tiene preguntarse si alguna vez ha sido autónomo.
    Todos tenemos la obligación de informarnos para hablar de los temas y ser capaces de ver más allá de nuestro ombligo para hablar de España y lo que nos interesa, pensando que el centro de las cosas no necesariamente lo determina un lugar geográfico o la capitalidad.

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