Dragones de cuera: los verdaderos señores del "Far West"
Apenas conocemos ni sabemos nada de estos dragones de cuera que jamás han salido en película alguna. Ellos. Los auténticos y verdaderos señores de ese lejano oeste, que no era tan lejano para España
Hay veces que los recuerdos se te quedan impresos, grabados a fuego en la roca gelatinosa del cerebro, como si el tiempo se hubiera congelado, aunque haya pasado más de medio siglo. ¿Por qué guardamos unos y otros no? Misterio. Pero parece que fue ayer cuando la sita nos preguntaba en aquel recoleto Jardín de Infancia de la colonia Iturbe, qué queríamos ser de mayor. Unos gritaban ¡médico, bombero, astronauta…! Y a mí no se me ocurrió otra peregrina idea que decir: ¡cowboy! Así. En inglés y todo. Que se notara que me tragaba las sesiones dobles en el Universal Cinema de la todavía Plaza de Roma madrileña. Donde te veías Los 7 magníficos o la deslumbrante La Conquista del Oeste, saliendo del cine calculando qué tienes más cerca: si el cumple, tu santo o los Reyes Magos para pedirte la caja de Oeste Comansi, Oeste completo, y ponerte a jugar con el cabo Rusty y su fiel Rin-tin-tín a esperar en el fuerte la llegada de esa legión invencible a caballo, con sus pañuelos amarillos anudados al cuello destacando sobre sus uniformes azules, tras patrullar por las praderas cercanas a Death Valley…
Lo que no sabía es que aquellos centauros del desierto habían tenido un precedente mucho más cercano a España. A nuestra Historia. Y con un nombre mucho más eufónico, épico y hasta poético, que el de vaqueros: el de dragones. Una unidad del ejército español que se dedicaba a recorrer desde al menos un siglo antes, aquellos territorios, praderas y desiertos, por los que anduvieron otros dos siglos antes los Coronado, De Soto o Cabeza de Vaca. Nominado aquellas tierras con nombres en español. Como California, Nevada, Colorado, Arizona… Y en ellas había también fuertes. Sólo que eran llamados presidios y no eran de madera como vemos en las películas. Eran estructuras sólidas, con vocación de durar, y que acababan convirtiéndose en plazas, y las plazas en pueblos. Como el de San Antonio en Texas. Por ejemplo. Y por todos esos extensos territorios andaban las tribus y pueblos de los navajos, de los apaches, los comanches, hopi o yutas.
Contra estos bravos tuvieron que enfrentarse estos dragones. Gente dura. De frontera. Montados en sus caballos y vestidos con esa cuera que les diera apellido. Un chaleco acolchado que más era armadura que otra cosa, preparada para resistir las flechas, y al mismo tiempo, más cómoda que cualquiera de metal. Con varias capas de algodón prensado y cueros endurecidos, y una panoplia singular. Una adarga de piel de búfalo, una lanza larga, espada ancha corta, fusil o carabina, pistolas, e incluso podían llevar arco y flechas. Uniforme azul y sombrero de ala ancha, con aires cordobeses inconfundibles. En su escudo de forma tan significativa, en ocasiones se veían orgullosas las armas de Castilla y de León rematadas por la corona real de España; en otras, el escudo era visible con todas las armas que representaban los territorios de la Monarquía Hispana.
Estos dragones de cuera lucharon, por citar algunos de sus hechos de armas, contra los apaches en la batalla por San Agustín de Tucson en 1779. Cuando quince de estos soldados españoles, la mayoría ya novohispanos, mestizos, hicieron una salida del presidio del mencionado Tucson para defenderlo del ataque de más de trescientos indios americanos, en un contraataque sorpresa que los llevó a la victoria pese a tan tremenda inferioridad numérica. La guerra apache duraría más años con varias escaramuzas, hasta que en 1793 se firmara la paz. Lo que permitiría la convivencia en los presidios y misiones (algunas tan famosas como la de El Álamo, ¿la recuerdan?), entre los españoles y los apaches, los yumas, chiricauas, navajos y otras tribus que tantas veces vimos reflejados en esas películas del oeste, esos llamados wésterns, en los que los indios hablaban… en español. ¡Quién no ha visto un clásico como Fort Apache! Una de las magistrales obras de John Ford, el creador casi de este género cinematográfico, de 1948. En ella el coronel de la caballería norteamericana de los Estados Unidos, interpretado por Henry Fonda, y flanqueado por nada menos que John Wayne, tienen que parlamentar con el jefe Cochise. La mayoría de los que hemos visto la película la vimos doblada en su momento. Pero si alguien se anima a verla en versión original, oirán como tienen que dirigirse al jefe apache… ¡en español!
Pues español era el idioma de estos soldados que recorrieron décadas antes de que lo hiciera ningún número de la caballería de ese nuevo país, ni el séptimo ni el que fuera, como los que acompañaron en 1779 a Juan Bautista de Anza a luchar contra los comanches cruzando el río Arkansas desde lo que hoy es Nuevo México, y derrotando al poderoso jefe Cuerno Verde. La campaña contra los comanches duraría hasta 1786 en que se firmaría un tratado en Pecos. Una de las localidades que más hemos oído nombrar en esos wésterns de nuestra infancia. Un pueblo cerca de Santa Fe y de Alburquerque. Al norte del Río Grande, no muy lejos de donde vivían los mescalero. Todo nos suena. Lo conocemos por el cine. La pena es que apenas conocemos ni sabemos nada de estos dragones de cuera que jamás han salido en película alguna. Ellos. Los auténticos y verdaderos señores de ese lejano oeste, que no era tan lejano para España. ¡Pues era parte de ella misma!