La teta capitalista
El sistema no quiere a las mujeres (¡ni a los hombres!) «de vuelta al redil reproductivo», sino solas, sin ataduras, «para poder correr ligeras aquí y allá, según los mercados las vayan necesitando»
Han pasado casi dos años desde que Ana Iris publicó Feria y, sin embargo, no ha caducado todavía el efecto que suscita en cierta intelectualidad: a cada tuit que publica, a cada artículo que escribe lo siguen cientos de respuestas, de críticas y de insultos en los que tuiteros y escritorcillos olvidan sus férreos códigos morales, tan tolerantes, tan inclusivos.
La última réplica que ha recibido ha sido la de Estefanía Molina, columnista de El País, cuyo «Elogio de mi teta egoísta» pretende ser una respuesta a un artículo en el que Ana hablaba de la maternidad. Porque Estefanía es mucho más libre que Ana, dónde va a parar: mientras que ésta da a su niño la teta y reclama poder darla durante más tiempo, aquélla sale, se divierte, vive sólo para sí y manda callar a su madre cuando le dice que quiere un nieto.
Y no seré yo quien juzgue las decisiones vitales de Estefanía. Porque me la pelan, fundamentalmente. El problema estriba en que ella cree, por un lado, que está siendo libre —como si la libertad no consistiera más que en hacer lo que a uno le da la gana— y, por el otro, que está enfrentándose al sistema. No es capaz de darse cuenta de que su postura, su modo de vivir es el más sistémico de todos; de que el sistema no quiere a las mujeres (¡ni a los hombres!) «de vuelta al redil reproductivo», sino solas, sin ataduras, como explica Fernández Liria en Para qué servimos los filósofos:
«Hoy la voluntad de los dioses nos quiere nómadas, pero nómadas sin familia, sin hijos, sin religión, sin lastres culturales, sin nada más que lo puesto para poder correr ligeros aquí y allá, según los mercados nos vayan necesitando. Ante todo, hay que cumplir con la voluntad del mercado».
Pero Estefanía no sólo vive como el sistema quiere que lo haga; además, se adhiere a sus presupuestos, a las premisas en las que se cimienta. Cuando reclama que la mujer pueda elegirse «sólo a sí misma, y no como parte de una comunidad o familia», está en realidad vendiéndonos el mito capitalista del self-made man, de la persona que, prescindiendo de cualquier vínculo comunitario, se hace a sí misma. Pero, como nos cuenta Aristóteles, eso no puede hacerlo nadie, salvo «una bestia o un dios». Ni siquiera Steve Jobs pudo prescindir de la comunidad: ni se parió a sí mismo, ni se autocivilizó, ni se otorgó los derechos que poseía. Y acudió al hospital cuando enfermó y condujo por autopistas y dispuso de electricidad en su casa. Y todo eso es comunidad.
Estefanía, en fin, se dice más libre que Ana porque ha decidido servirse a sí misma en lugar de tener un hijo. Y aunque cree estar escogiendo su destino, imponiendo su voluntad, es el mercado quien le impone la suya.