MyTO

La izquierda arrogante

«La libertad para la izquierda es que nos ajustemos al modelo que quiere imponer para realizar su utopía armónica y colectivista, esa del ‘no tendrás nada y serás feliz’»

Opinión

La ministra de Igualdad, Irene Montero, celebrando el Día del Orgullo. | Europa Press

  • Madrid, 1967. He sido columnista en Libertad Digital, Vozpópuli y El Español. Ahora escribo en La Razón y THE OBJECTIVE y hablo en Herrera en Cope. Soy profesor titular de Historia del Pensamiento en la UCM. Tengo unos cuantos libros de historia y política.

La izquierda está muy nerviosa. Admite que no tiene la palabra «libertad», pero con el cuajo de hablar de «robo», no de «pérdida». En su infinita arrogancia cree que las palabras son suyas, como la democracia o el derecho a gobernar porque sí, y que la derecha se las roba. No hay un ápice de autocrítica, como siempre, ni asiento en la realidad. 

Las palabras no se roban. Uno se las gana o las pierde. Si la izquierda hoy se identifica con la ingeniería social, las prohibiciones, las reglamentaciones, las multas y la cultura de la cancelación, incluso el bullying político, es imposible asociarla a la palabra «libertad». Si se empeñan en corregir a la gente en su forma de ser, estar y pensar, en qué debe comer, cómo debe hablar o relacionarse, es normal que la palabra «libertad» se aleje de la izquierda.

Si esa izquierda que escribe siempre los mismos libros y las mismas columnas, atada a latiguillos enmohecidos, respetara la libertad no blanquearía el terrorismo, ni aplaudiría a dictaduras infames, o elevaría a los altares a conocidos genocidas bendecidos porque tenían «buenas intenciones» en su afán «progresista».

La libertad para la izquierda es que nos ajustemos al modelo que quiere imponer para realizar su utopía armónica y colectivista, esa del «no tendrás nada y serás feliz». Ser libre para esta izquierda es combatir el mercado, abrazar la religión ecologista e identificarse con algún colectivo de índole sexual o de género. El resto queda excluido. Es más; si uno afirma su autonomía para decidir quién es, o cómo hablar, vivir, pensar y enriquecerse, es un individualista peligroso, un egoísta al que hay que excluir. 

Esta izquierda arrogante considera que la libertad es un atributo de los colectivos, no de las personas. Esto es una trampa porque el «bien general», el del colectivo, lo define la izquierda. Así solo es política para la libertad aquella que prohíbe las acciones del libre mercado y protege a los colectivos de género o sexualidad en contra de lo supuestamente establecido. El resto es facherío infame.

Todo es un relato conspiranoico. Nadie ha establecido un comportamiento estándar y obligatorio. No hay un señor con puro, machirulo y de misa de 12, que diseñe la sociedad y la moral como si fuera un videojuego. A esta izquierda no le entra en la cabeza que cada uno hace lo que quiere y puede, y que el Gobierno y las leyes deben estar solo para garantizar la libertad, no para imponer dislates utópicos. 

Más claro: un ingeniero social no es una mejor persona, solo es un dictador. La mentalidad de esta izquierda recuerda a los totalitarios del pasado: dicen amar a la sociedad y a la gente, pero no les gusta la sociedad ni la gente, y por eso quieren excluir a los otros y obligar a la transformación de todo. Su relación con el resto es la propia de maltratadores: te voy a cambiar para que seas decente. 

La soberbia con la que se atribuyen la cultura y la inteligencia es también digna de estudio de psicología social. En su simplismo tienen una visión dicotómica de la vida: lo bueno y lo malo. La izquierda son la rosa y el clavel que abren la muralla, lo bonito, joven y esperanzador, lo culto y lo inteligente;  y la derecha es el cardo borriquero, lo feo, viejo y desechable, la ignorancia y la burricie. En su pensamiento no hay términos medios ni matices, lo que es una demostración de fanatismo, no de cultura ni de inteligencia.

Verás el día que esa misma izquierda que llora por las esquinas del rencor se dé cuenta de que no solo ha perdido muchas palabras, sino el respeto de la mayoría. Sus predicadores no generan esperanza ni ilusión, sino que suenan a prohibición vieja, a la vuelta a la Edad de Piedra, a nostálgico de banderita y canción protesta. 

La izquierda arrogante hace mucho que dejó de ser simpática a la mayoría. La atribución de la superioridad moral, el desprecio con el que miran al resto, y la cantidad de lecciones dadas no pedidas están en el alma del totalitario de todos los tiempos, y la izquierda actual no iba a ser menos.

«No solo han perdido la palabra ‘libertad’ sino que son sus enemigos. Conservan entre ceja y ceja la máxima de Lenin: ‘Libertad para qué’»

No solo han perdido la palabra «libertad» sino que son sus enemigos. Conservan entre ceja y ceja la máxima de Lenin: «Libertad para qué». Su concepto de libertad pasa por el leninismo más rancio, que considera que la libertad llega por la igualación material impuesta por el Estado, y la eliminación de las relaciones de producción del capitalismo, que permiten, a su entender, la emancipación del trabajador. 

Esto ya lo hicieron en la URSS y en la Europa del Este, y fracasaron porque ese planteamiento aplasta la verdadera libertad. Por eso el comunismo solo se mantiene como dictadura, con cierre de fronteras y apertura de cárceles. 

Esta izquierda arrogante, que vive en su ecosistema de aplausos mutuos, con dirigentes millonarios que saludan a la plebe desde el coche oficial o la mansión, quizá debería darse una vuelta por la realidad, bajarse del pedestal, y admitir que hoy está desfasada.

34 comentarios
  1. Psilvia

    Ha definido tan bien las «virtudes» de la izquierda, Jorge, que no le quito ni una coma y poco más se puede añadir. De las recién estrenadas leyes de Montero, mejor ni hablar, pero que estando la energía y la inflación disparadas el botarate de Garzón quiera iponer cámaras en los mataderos y la ministra Díaz piense en subir los salarios y anime a los sindicatos para que salgan a la calle a presionar a la patronal, aunciando que va a ser un otoño caliente, es para coger a la ministra y al ministro, montarlos en una patera y mandarlos a Marruecos.

  2. Boswell

    Rayos y truenos:

    Sin saberlo entonces, en el 2009, yo estaba describiendo a Sánchez y Cía…..

    Claro: que entonces estaba ZP, perro con el mismo collar….

    Eso sí: con mina de oro en Venezuela…, e indulto a Griñán y amigos de etarras…

  3. Boswell

    LA SOBERBIA IDEOLÓGICA
    02-06-09
    Mucho peor que la soberbia intelectual es la soberbia ideológica, aunque ésta también presupone de forma necesaria la primera.

    La soberbia intelectual es molesta, como una mosca pesada y zumbona, pero es inocua, porque no traspasa los límites de la teoría y de la ampulosa retórica. Al contrario, la soberbia ideológica puede llegar a ser dañina y muy peligrosa, y arruinar la vida de generaciones enteras y de muchos millones de personas, ya que puede actuar en el mundo real, material, en el de la pura acción: la política.

    La soberbia ideológica es la soberbia intelectual que ha salido de los laboratorios de la teoría y se aplica sin más, sin ninguna precaución biológica ni compartimento estanco, y al final ocurre lo inevitable: infecta la realidad de sus mentiras, para anegarla por generaciones con las aguas sucias de la infelicidad y la desesperación.

    Sentimos cierta ternura por ciertos viejos que han dedicado toda una vida a una ideología, y ahora comprueban su fracaso, su inutilidad y los desgraciados efectos perversos que han originado. Estos viejos nunca lo reconocerán en público, pero cuando están solos, al amparo de su mesa camilla, su brasero y su manta a cuadros grandes en una tarde fría de invierno, se lamentan amargamente de su confusión y de su error, y lloran calladamente por tanto dolor causado. La verdad es que nosotros siempre sentimos ternura por todos los viejos, aunque sean unos soberbios ideológicos y unos capullos, igual que siempre sentimos ternura por los niños pequeños, indefensos e inocentes, o por los perros, nuestros amigos más fieles y agradecidos. Por las mujeres, también la sentimos, pero sólo de vez en cuando y si no dan demasiado la lata.

    Si la edad en los viejos pudiera considerarse una cierta disculpa o atenuante en su soberbia intelectual e ideológica, no así en los que no lo son. Y lo peor de todo es que esos todavía están en la edad y con capacidad de acción.

    El soberbio ideológico es lo que se suele llamar un sectario: se atiene al guión de su ideología, tendencia política, programa electoral, sin tener en cuenta la realidad y la necesidad y oportunidad de sus ideas. No desfallece nunca, ni aun cuando la historia, los números, las estadísticas, los hechos, le golpean en su indesmayable ego.

    Siempre busca y encuentra una razón para su fracaso, que por supuesto concluye que no se debe a su ideología ni a su aplicación práctica, sino que se deben a otros factores que en nada tienen que ver con él. Como nunca encuentra una disculpa creíble basada en datos, realidades, opta por la solución más fácil: endosarle al adversario, como si fuera una letra cambiaria que nunca va a ser pagada, la culpa de su ceguera, soberbia e incompetencia.

    No es una broma, no, el soberbio ideológico. Si por los misteriosos avatares de la vida llegara algún día a alcanzar todo el poder de una nación, conseguirá arruinarla a costa de mantener a salvo su supuesta ideología.

    Nada le importa más al soberbio ideológico que tener razón. Es un soberbio intelectual pero con poder y con la capacidad de influir y alterar la realidad. No existe mayor peligro para el progreso que uno de ellos.

    El mundo se tiene que ajustar a él, y no al revés. En su soberbia piensa que el sol, qué decimos, la Vía Láctea, qué va, los cientos de miles de millones de galaxias, deben girar en torno a él, sumo hacedor de todo, máximo sacerdote. Su egocentrismo, vanidad y narcisismo, le obligan continuamente a observar la realidad con el cristal ahumado y deformado de su ideología. Es incapaz de escuchar, de dejarse aconsejar, de admitir los errores, de rectificar, que dicen que es de sabios. Como un cordero en su silencio, lidera la manada hacia el matadero, a sabiendas que su liderazgo conlleva la destrucción de todos.
    El soberbio ideológico jamás renuncia a sus ideas y su ideología, por muy dañinas y falsas que sean. Si sólo fuera su destrucción y fracaso no nos importaría. Lo terrible es que conlleva el de todos. Todo el horror por un simple acto de arrogancia y vanidad. No conocemos nada que con tan poco se pueda aniquilar tanto.

    Señores: bienvenidos al mundo de las ideologías. Sigan defendiéndolas y aplicándolas. Acabarán ustedes con todos nosotros. Pues nuestra mayor enhorabuena. Muchas gracias.

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