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Maite Pagazaurtundúa

Ayer matamos, hoy lo celebramos

«Por los que no pueden atreverse, es bueno que otros ciudadanos puedan visibilizar la punta del iceberg del mundo heredero de ETA contra los que los derrotaron operativamente»

Opinión
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Ayer matamos, hoy lo celebramos

Manifestación por las calles de Bilbao por la defensa de los derechos de los presos de ETA. | Javier Zorrilla (EFE)

Durante décadas, el monstruo de la intolerancia política y de la identidad fanática se alimentó también utilizando las fiestas populares. «Jaia eta borroka» era el lema; significa «fiesta y lucha».  

Convertir el espacio festivo en un espacio de reivindicación de sus consignas, de su intolerancia, de glorificación de los terroristas encarcelados nunca ha dejado de ser estratégico: en la tamborrada de San Sebastián, en las fiestas de Bilbao, en las de Pamplona, pero también en cada pequeño municipio vasco o navarro. Y en aquellos en los que gobiernan los herederos políticos de la organización aparecen manifestaciones o eventos en el programa oficial de fiestas. Covite da cuenta del goteo cotidiano de gestos y actos que legitiman el pasado asesino. Se contabilizan 26 actos de culto al terrorista, tan solo en el mes de agosto.

Este verano hemos conocido el acoso al hijo del líder popular en el País Vasco en unas fiestas populares. También la discriminación y expulsión de participar en un evento -abierto a todos los vecinos de su pueblo- a un miembro de la policía autonómica vasca, como si fuera un estigma, por serlo.

Cuando salió de la cárcel en 2018 uno de los colaboradores necesarios del asesinato de mi hermano y de otros ciudadanos, sus conmilitones lo recibieron como un héroe en Andoain, pero también organizaron actos reivindicativos en las fiestas de Donostia-San Sebastián. La foto de su asesino este año tenía espacio prioritario en las calles de Hernani, de donde también fuimos expulsados socialmente muchos años antes. La última vez que paseé cerca de las txoznas me gritaron que había que matar a todos los españoles.

Alsasua, durante los años que disimularon -un poco- porque les convenía, no abandonó ninguna línea, porque además de la glorificación de unos, les resultaba preciso estigmatizar a los que protegían la democracia. Un nuevo Ospa Eguna –«Día de pedir que se larguen», conjugando la juerga con la estigmatización y mentira sobre los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. No por casualidad el 3 de septiembre en Alsasua, fueron salvajemente agredidos en 2016 dos guardias civiles y sus parejas por una turba.

«Siguen involucrando a niños y jóvenes para no asumir un pasado intolerable»

Esa agresión se produjo tras muchas campañas del entorno de ETA contra los cuerpos de seguridad del Estado y tras muchos asesinatos, no lo olvidemos. «Esto os pasa por venir aquí, iros de aquí, hijos de puta picoletos, os tenemos que matar por ser guardias civiles, cabrones, txakurras». 

Siguen involucrando a niños y jóvenes para no asumir un pasado intolerable y con la intención de reescribir el pasado, en cuanto puedan comprar también eso de gobiernos miopes y débiles.

Las burlas, las proclamas y los teatrillos, los insultos y las amenazas, los carteles y las fotografías de los héroes… Todo vale en las fiestas para maleducar

El psicólogo estadounidense Gordon Allport estableció en 1954 una escala para medir los diferentes grados de violencia en una sociedad. En esa escala hay cinco fases, de la más inocua a la más grave: cinco estadios del odio. El primero es el antagonismo verbal: la agresión dialéctica de un grupo de personas hacia otro. Las palabras no matan, pero también son balas: balas que, en las siguientes fases –exclusión de determinadas personas en un círculo social, discriminación de los excluidos y ataque físico contra las propiedades de los discriminados— desembocan en la cumbre del odio: el exterminio. Y los rescoldos humeantes de los asesinatos siguen latentes, y la exclusión es patente, y la glorificación de los asesinos es orgullosamente exhibida. Es una exhibición política, lo indico para las almas cándidas.

Asistir de brazos cruzados a la destilación del odio, a su inoculación en nuestra sociedad, tiene consecuencias. Situadas así las cosas, provocar la visibilidad del acoso e intolerancia es probablemente imprescindible.

La espiral del silencio sigue activa en muchas partes del País Vasco y Navarra. En Alsasua es así. Cuando el control social es intenso, la mayoría opta por anestesiar el organismo y endurecer el corazón. Queda listo, para poder contemplar con indiferencia las mayores crueldades contra las personas. Listo para apurar hasta el fondo el vaso del odio. Por los que no pueden atreverse, es bueno que otros ciudadanos puedan visibilizar la punta del iceberg del mundo heredero de ETA contra los que los derrotaron operativamente. Derrotarles políticamente nos corresponde a los demás.

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