Isabel II y Juan Carlos I
«Si en España se ha pretendido disociar a Juan Carlos de la institución, en el Reino Unido ha sucedido lo contrario: siempre ha prevalecido la persona»
1992. España celebraba el cuarto centenario del Descubrimiento y el Reino Unido el jubileo de rubí de la reina Isabel. El 92 fue para España la cima de aquella era del optimismo. Se presentó ante el mundo como una nación moderna, gobernada por un ejecutivo socialista, y liderada espiritualmente por un monarca carismático y cuya contribución al advenimiento de la democracia lo hacía intachable.
Mientras España acariciaba la modernidad y la familia real se candidataba para ser más la moderna, ejemplar y fotogénica de Europa, la monarquía británica atravesaba sus horas más bajas: 1992 fue el annus horribilis de la Casa Windsor. El año que debía celebrar su cuarta década en el trono, Isabel II vio arder el palacio de Buckingham y el naufragio del matrimonio de sus hijos Carlos y Anne. El brillo de la Corona, debilitado por tantas portadas sensacionalistas, parecía apagarse del todo cuando llegaron a imprenta la biografía de la princesa Diana y la palabra «separación». La Reina contemplaba cómo el reino de la sobriedad se convertía en el reino del escándalo.
Han pasado treinta años, y de la España del 92 no quedan brillos. Ni Curro, ni Cobi. Tampoco el optimismo. Juan Carlos vive en Abu Dabi, y los sueños de concordia política, regeneración y cohesión social naufragaron a orillas de la corrupción, las crisis económicas y las contracciones nacionalistas. Y en estos treinta años, en los que la imagen de Juan Carlos I descendió hasta barros imprevistos, la Casa Windsor se ha recompuesto.
«Es un misterio que una persona tan refractaria al sentimentalismo como ella lograra establecer un vínculo sentimental con los ciudadanos»
Si en España se ha pretendido disociar a Juan Carlos de la institución, en el Reino Unido ha sucedido lo contrario: siempre ha prevalecido la persona. Para la opinión pública inglesa, era Isabel quien prestigiaba la monarquía, no al revés. Parece sensato, porque hubo un momento en que la Reina era el único espíritu de Palacio que, de una forma u otra, no se había corrompido. Y el pueblo estaba con ella.
Nunca sabremos qué relación tendría Juan Carlos con los españoles si no se hubiese revelado como evasor de impuestos, pero aventuro que no sería tan plácida como la que tuvo The Queen. Es un misterio que una persona tan refractaria al sentimentalismo como ella lograra establecer un vínculo sentimental con los ciudadanos. O quizá no. Porque la creación del vínculo la delegó un aliado improbable; uno que Juan Carlos nunca tuvo ni tendrá Felipe: el creador audiovisual. Si tuviera que nombrar el mayor éxito del reinado de Isabel II no dudaría: lograr que creadores progresistas glorifiquen su figura en la ficción.