Por qué la izquierda se hunde
«Las identidades sexuales y nacionalistas importan muy poco cuando uno se queda en paro, tiene que cerrar el negocio, o su sueldo no le llega para nada»
Los resortes que mueven al electorado de izquierda a derecha no son los mismos. Básicamente, unos se inclinan hacia quien habla de lo público, del crecimiento del Estado y de la regulación, de plurinacionalidad y consultas de autodeterminación, y tienen la Constitución como un punto de partida. Otros prefieren elegir a quien pone énfasis en la libertad, la seguridad, la unidad nacional, y tiene al texto de 1978 como una solución aceptable para convivir.
No obstante, todo esto queda en un segundo plano cuando la economía se hunde. Más claro todavía. A la gente le importa un higo la hemorragia legislativa en cuestiones de género y sexualidad, y los unicornios de la transformación ecológica, si las cosas del comer van mal. La ideología es política para tiempos de bonanza, cuando la población se puede permitir el lujo de preocuparse por temas secundarios.
Esto no significa que no haya batalla cultural. No se alarmen los que viven con el yelmo puesto y la lanza en ristre. Lo que quiere decir es que cuando la inflación crece sin parar, el paro sube, las empresas cierran, la bolsa de la compra se hace imposible, la gran batalla no es desmontar la Leyenda Negra. Lo que importa es salir adelante. Así, entre la reducción de la cuota de autónomo, la bonificación si se gasta menos electricidad, o la reducción del IRPF, y la simbología sentimental, la mayoría prioriza lo primero.
Eso une al electorado de un lado y otro, al flotante y al fiel, al que recuerda en voz alta qué votó y a quien no lo dice. Si el 93,3% de los españoles con derecho a voto considera que la situación económica es «muy mala», «mala» o «regular», y si, además, casi el 81% cree que el Gobierno «progresista» se equivoca con las medidas, la recuperación de la izquierda en las urnas es imposible.
A esto añadimos otros factores sociológicos no desdeñables, referidos a la percepción de la solución. El primero es que los electores creen que Pedro Sánchez es un «Pato Cojo»; es decir, que está en sus últimos días, y toma medidas inoportunas o chirriantes. A esto contribuye su sobreactuación, con risas forzadas en el Senado cuando habla Feijóo, campañas de propaganda como la del «gobierno de la gente», la visita a Moncloa de 50 simpatizantes encubiertos, o la ridícula serie en Netflix. Estas soluciones son típicas de un Gobierno carbonizado, y los electores lo saben. Ya tienen experiencia.
El segundo factor es la valoración del liderazgo. Cuando una sociedad tiene la convicción de que está en una crisis social y económica profunda quiere un líder que le saque del hoyo. No le importa el género, la edad ni el partido, sino las soluciones. Sánchez no es esa persona.
«Si en las elecciones de mayo de 2023 el PSOE sufre un batacazo, es muy probable que Pedro Sánchez no se presente a las generales»
El motivo es la sensación extendida de que su política nos ha metido en la crisis. De ahí su empeño en culpar de todo a «la guerra de Putin» y en decir que el PP solucionó la crisis anterior con recortes, cuando en realidad fue Zapatero. Contrarrestar esa sensación de liderazgo inútil para un momento crítico es muy difícil.
El tercer factor es la proyección del Gobierno futuro. Sánchez solo asegura seguir con Podemos, ERC y Bildu, en una alianza que se ha demostrado un lastre para el conjunto de la sociedad, distraída en lo secundario e incluso en lo insultante y ridículo. Las identidades sexuales y nacionalistas importan muy poco, insisto, cuando uno se queda en paro, tiene que cerrar el negocio, o su sueldo no le llega para nada.
Las consecuencias de todo esto están en las dos últimas encuestas, la de Gad3 y NC Report: el PSOE baja de los 100 escaños y Podemos pierde la mitad de lo que tiene ahora. De hecho, los ‘podemitas’ y los socialistas no encuentran a nadie para encabezar su lista en Madrid para mayo de 2023.
A la desesperada, y con más prisa que cabeza, los «progresistas» del Gobierno se lanzan a recuperar el favor popular con medidas populistas que ya no cuelan. Es patético culpar a la banca, a las eléctricas y a los medios de comunicación de su bajada electoral y en las encuestas. El aumento de gasto público para comprar votos, como el «gratis» de Renfe, ya no cuela, y la intención de intervenir los productos básicos es tan bolivariana que repugna.
Un 78,9% del electorado es partidario de bajar los impuestos, que sabe que ese «gratis» no es tal, sino que sale de sus bolsillos, y que junto al aumento de la presión fiscal está el crecimiento del despilfarro. A esto ha contribuido mucho la vida de lujo de los primates del Gobierno, como Sánchez e Irene Montero, que abochorna a los socialdemócratas, que quieren que quien pide austeridad la practique.
Estos factores de hundimiento son conocidos por las izquierdas, tanto como la dificultad para remontar. Me voy a mojar. Si en las elecciones de mayo de 2023 el PSOE sufre un batacazo y España se tiñe del azul del PP, es muy probable que Pedro Sánchez no se presente a las elecciones generales. Sería una salida típica de «Pato Cojo», vivir los oropeles del poder los últimos días mientras otro prepara las elecciones. Se irá a algún organismo internacional a seguir el chollo, y nos dejará el país como un solar. Al tiempo.