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Diogo Noivo

El ridículo le resta fuerza al separatismo sin neutralizarlo

«Aunque Aragonès, Junqueras y las viudas de Puigdemont no sean ancianos, están políticamente cansados»

Opinión
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El ridículo le resta fuerza al separatismo sin neutralizarlo

Manifestantes queman una foto de Sánchez y Aragonès en la Diada de 2022. | Europa Press

«Es difícil tomar en serio a revolucionarios viejecitos. Corren el riesgo de caer en el ridículo, y del ridículo no hay revolución que se recupere plenamente». Esta frase consta en Citizens. A chronicle of the French Revolution (Random House, 1989), libro magistral donde el historiador británico Simon Schama ofrece una visión poco canónica de la revolución de 1798. Me deparé con ella el pasado domingo mientras escuchaba las últimas noticias sobre la Diada. Fue imposible no postrarme ante la irónica presciencia de Schama.

A mi juicio, buena parte del enfriamiento del procés se debe al ridículo en que han caído sus protagonistas. Aunque Aragonès, Junqueras y las viudas de Puigdemont no sean ancianos, están políticamente cansados. Proponen una nación independiente y homogénea, pero, enzarzados en luchas de pedigrí y por el poder, parece haber más odio entre ellos que hacia España. Todo rezuma senilidad y desnorte. Como si fuera poco, sus argumentos no han resistido al paso del tiempo: no hubo alzamiento popular ni de Europa soplaron vientos de alegría. Las ideas etnocentristas son hoy evidencia de la virilidad perdida. Ho tornarem a fer, pero después de la tragedia golpista de hace casi cinco años resisten malamente a golpe de farsas. Las sonrisas tienen pronóstico reservado.

Al escuchar las acusaciones de botifler mientras la imagen de Pedro Sánchez y Pere Aragonès era consumida por las llamas, supongo que las elites secesionistas se habrán acordado del revolucionario Camille Desmoulins: «He soñado con una república que todo el mundo hubiera adorado. No creí que los hombres pudieran ser tan feroces e injustos». Desmoulins expió sus errores en la guillotina, destino también reservado a su verdugo, Saint Just. Como apuntalado por Schama, «los más ardientes de los jóvenes discípulos de Rosseau se han consumido con Virtud y después se han matado unos a los otros». 

«El papel desempeñado por la memoria politizada y truncada al servicio del nacionalismo catalán no necesita mayor comentario»

Sin embargo, hay una advertencia en Citizens que urge retener: pronto la revolución dejó de ser una secuencia finita de hechos, agotados por su mera realización, para convertirse en una memoria transformada en realidad política. El pasado mitificado, tejido de relatos tan virtuosos como falaces, hizo de 1798 un recuerdo romántico inmortal usado a menudo para agitar las masas – ni Napoleón se resistió a manipularlo para lograr beneficios políticos.

El papel desempeñado por la memoria politizada y truncada al servicio del nacionalismo catalán no necesita mayor comentario. Escuece darse cuenta lo abrumador que es dentro y fuera de España. En Portugal, por ejemplo, ha cundido la tesis según la cual hay un pueblo oprimido, nación desde época inmemorial, que lucha por su autodeterminación ante un franquismo 2.0 travestido de democracia. Aunque olímpicamente burdo y trapacero, este relato hizo su camino, permeando algunas elites académicas y mediáticas: en unos casos por ignorancia, en otros por fanatismo ideológico, pero en todos gracias a los buenos oficios de la telaraña examinada por Carlos Conde Solares en El Mundo. El hecho de que España apenas haya invertido en contrarrestar la propaganda hizo el resto.

Claro está que el incumplimiento de la sentencia que dictamina que se impartan un 25% de clases en castellano no cruzó la frontera. Eso obligaría a los epígonos lusos del separatismo a darse cuenta de dos elementos mortales para la memoria transformada en realidad política. Primero, que ni siquiera se cumplía ese 25%, una conclusión nada consonante con la supuesta opresión usada para justificar el golpe. Segundo, obligaría a reconocer el carácter profundamente iliberal del nacionalismo que gobierna Cataluña – lo que sería especialmente traumático, pues quienes en Portugal respaldan la independencia catalana suelen ser los mismos que se vuelven coléricos con los atropellos a la separación de poderes en Hungría o Polonia.

Sirve el excurso por tierras portuguesas para demostrar que la memoria construida supera la realidad de los hechos, incluso cuando la distancia física y emocional es más que suficiente para tener las cosas claras. Hoy en día, esa memoria es un ariete contra las libertades civiles de los catalanes, donde la oportunidad y la urgencia de la manifestación de mañana a mediodía en Barcelona, convocada por Escuela de Todos, no puede ser exagerada. Hablamos de defender derechos civiles, pero también de frenar la mitificación de la memoria que justificó abusos pasados y, si nada se hace, justificará abusos futuros. El ridículo le resta fuerza al separatismo, pero no lo neutraliza.

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