La Palma y el populismo
La situación de La Palma es mala y no hay un solo indicio de que vaya a mejorar. Los isleños denuncian la inacción del gobierno, la abismal desproporción entre lo que el gobierno dice hacer y lo que hace realmente.
«En política se puede ser todo menos populista». Esta sentencia la firmo yo, Julio Llorente, pero podría haberla firmado cualquier político, periodista que quisiera medrar en lo suyo. Hay un consenso sobre la maldad del populismo. Uno es libre de expresarse siempre y cuando no sea populista; en caso de serlo, debe callarse, su libertad de expresión degenera en una obligación de mantener el pico cerrado.
Pero ¿qué es populismo?, se preguntará el amable lector. Populismo, responderá el teórico político, es simplificar la realidad para enardecer así a las masas, proponer soluciones sencillas a problemas intrincados, hacer política como se pontifica en la barra de un bar. Populista es Trump cuando pretende resolver el problema migratorio construyendo un muro, Le Pen cuando imputa a la UE los males de Francia, Orbán cuando respira. Y, por supuesto, populista es VOX siempre, en toda circunstancia, pero especialmente cuando denuncia el despilfarro público y proclama la incompatibilidad del Estado del bienestar de los políticos y el Estado del bienestar de la gente.
Este lunes se cumplía un año de la erupción del volcán de La Palma y, como buen periodista que soy, consideré juicioso informarme sobre la situación de los palmeros ―me refiero a los habitantes de la isla, no a los asesores de Pedro Sánchez― tras la devastación. Resulta que es mala y que no hay ni un solo indicio de que vaya a mejorar. En una tele que no nombraré por populista, varios isleños denunciaban tanto esta precariedad como la inacción del Gobierno, la abismal desproporción entre lo que el Gobierno de la gente dice hacer y lo que verdaderamente hace: los palmeros no han recibido las ayudas prometidas y siguen pagando los impuestos de casas en las que no pueden vivir.
Acto seguido, en esa tele que no nombraré por populista, un contertulio de inclinaciones voxeras recitaba ferozmente algunos casos de flagrante despilfarro público: los veinte millones de crédito ICO que ha recibido la productora de la miniserie del doctor Sánchez, el presupuesto anual del Ministerio de Igualdad, la subvención percibida por un propio para acometer Dios sabe qué estudio sobre las religiones animistas en el África negra. «¡Y para La Palma no hay dinero!», sentenciaba sardónico.
Quise simpatizar con el contertulio; entregarme yo también al juego de imaginar cuánto bien podría hacerse en La Palma con ese dinero; concluir que las ayudas asignadas a gente que no las necesita podrían haberse asignado a gente que sí, que no hay un problema económico sino político y que la vida es un juego de suma cero en el que siempre pierden los mismos. Quise hacer todo eso, pero luego caí en la cuenta de que tales cavilaciones son habitualmente motejadas de populismo y de que en la vida uno puede serlo todo, ¡todo!, salvo populista.