Una transición cara y poco probable
«No me preocupa el cambio climático: no hay un solo parámetro medible en que el bienestar humano se esté viendo afectado para mal en términos globales»
Hace unas semanas, haciendo unos números de servilleta, llegaba a la conclusión de que descarbonizar solamente la energía mundial, sustituyéndola por energías renovables, nuclear o una mezcla de ambas, podría representar una inversión del orden 80-100 billones de dólares (billones ‘de los nuestros’, millones de millones). O sea, una cifra similar al PIB global. Además, para llegar a eliminación total de las emisiones de gases de efecto invernadero humanas sería necesario reemplazar todo el parque de vehículos mundial (unos 1.500 millones, entre coches y vehículos pesados), instalar el almacenamiento eléctrico necesario para paliar la intermitencia de las renovables, modificar todo el parque global de edificios para ‘electrificar’ su calefacción y cocinas y reemplazar por completo industrias como las del carbón y del acero (que emiten CO2 con sus procesos de fabricación actuales), entre otras cosas. Es decir, que obviamente la cifra real para alcanzar la descarbonización completa ha de ser mucho mayor.
La semana pasada, el responsable del área global de sostenibilidad del BBVA mencionó en una entrevista en Onda Cero la cifra de 275 billones de dólares como aproximación al coste total de las inversiones necesarias para lograr el ansiado net zero.
Esa cifra viene de un interesante informe de McKinsey publicado en 2021 llamado ‘La transición hacia emisiones cero. Lo que puede costar y lo que puede traer‘. La cantidad, evidentemente con un alto margen de error potencial (estimar costes a 30 años vista no es un ejercicio fácil), suena como poco bastante verosímil. Y para que nos hagamos una idea representaría una inversión, cada año de aquí a 2050 (si queremos descarbonizar el planeta por completo de aquí a entonces), de más de nueve billones de dólares. Es decir, una inversión cercana cada año durante los próximos 28 años al 9% del PIB actual.
No todas estas inversiones son ‘adicionales’, evidentemente. Aunque no deseáramos descarbonizarnos, la Humanidad seguiría invirtiendo en sistemas que proporcionasen energía, la gente seguiría comprando nuevos vehículos, los nuevos edificios tendrían sistemas de calefacción y las calderas obsoletas se seguirían reemplazando, y se reformarían, ampliarían y construirían nuevas industrias. El informe de McKinsey tiene esto en cuenta, y aclara que el incremento de inversión que será necesario respecto a los niveles actuales será ‘solamente’ unos 3,5 billones de dólares anuales en activos ‘bajos en emisiones’, adicionales a los dos billones que ya estamos invirtiendo, y el desplazamiento de otro billón de dólares desde inversión en activos de ‘altas emisiones’ hacia activo de bajas emisiones. En cualquier caso, estaríamos hablando de inversiones anuales (cada año durante las próximas tres décadas) adicionales de entre el 3 y el 4% del PIB global actual. Una cifra respetable, aunque no imposible.
En todo momento he hablado aquí de «inversiones» pues, contablemente hablando, tendrán ese concepto, y no el de gastos. Serán inversiones soportadas en su mayoría por el sector privado, que lógicamente construirá esos activos «bajos en emisiones» esperando obtener un retorno de su inversión. Y aquí es donde el informe de McKinsey empieza a mencionar algunos datos incómodos. Por ejemplo, indica el informe de McKinsey que el coste de la electricidad subiría un 25% entre 2020 y 2040, para comenzar a descender desde entonces, aunque estiman los autores que todavía en 2050 estaría un 20% por encima del coste de 2020 (visto desde 2022 parece que se han quedado muy cortos, ¿verdad?). Estiman también que el coste del acero y del cemento (componentes fundamentales de infinidad de productos, entre ellos las instalaciones de energías renovables solares y especialmente eólicas) podrían subir un 30 y un 45%, respectivamente.
Es decir, que la Humanidad habrá invertido ingentes cantidades económicas… y los consumidores y empresas pagarán más cara la electricidad y muchos productos terminados.
Pero no olvidemos que, si tenemos tanta prisa por descarbonizarnos, seguramente sea por una buena razón: evitar los daños causados por el cambio climático. Así que, con certeza, estas inversiones del 3-4% del PIB global adicionales cada año durante los próximos 30 evitarán costes mucho mayores, ¿no?
Pues no parece. O al menos no se lo parece al IPCC en su informe especial de 2018, que estima los daños adicionales por una subida de 3,66 grados en 2100 (no en 2050) en un 2,1% del PIB (obviamente menores antes), respecto a los que habría en el caso de alcanzarse el objetivo del Acuerdo de París de no superar dos grados de incremento de temperatura global, y del 2,3% respecto a los que habría si no se superase el incremento de 1,5 grados (página 256). Teniendo en cuenta, además, que con la tendencia actual el propio IPCC en su último informe apunta a una subida de temperaturas en 2100 de unos 2,7 grados, es evidente que el daño evitado estimado sería sensiblemente inferior.
No parece pues que una inversión de la magnitud descrita tenga pues ningún sentido económico, o al menos no parece tenerlo si el beneficio son los daños económicos evitados por la subida de temperaturas, comparados con las cantidades dedicadas «a bajar el termostato terrestre».
Pero asumamos que nuestros bienamados líderes saben bien lo que hacen, y que hay razones mucho más poderosas que las económicas para emprender este viaje. E intentemos analizar si, aunque sea caro, el viaje es posible y, en caso de serlo, si es previsible que sea ‘tranquilo’. Para ello, como es mi costumbre, recurriré a unos cálculos ‘de servilleta’ que, no siendo un ejercicio preciso de cuantificación de algo que por necesidad tendrá amplios márgenes de error, si nos pueden dar una idea del orden de magnitud de la tarea ‘descarbonizadora’.
En el mundo hay hoy unos 1.500 millones de vehículos, de los cuales alrededor de 1.100 millones son coches y furgonetas. Asumamos para este ejercicio que simplemente habrá que reemplazarlos todos por vehículos eléctricos de batería de litio y que dicho número no sigue creciendo (que es lo probable y deseable, mirando al crecimiento poblacional y desarrollo de determinadas zonas como África o la India). Asumamos también que los vehículos pesados se moverán con hidrógeno. Y asumamos que la capacidad media de las baterías a utilizar es de 75 kWh. Pues bien, en ese caso necesitaremos una capacidad de almacenamiento de unos 80 TWh. Asumiendo unos 4 kg de peso de baterías por kWh (en este caso serían unos 300 kg de peso de baterías por cada coche, cifra probablemente conservadora para esa capacidad de almacenamiento), necesitaríamos unos 330 millones de toneladas de baterías de ion Litio.
Es decir, que necesitaríamos, solo para reemplazar el parque móvil actual, y según el desglose de metales en cada batería, unas 50 millones de toneladas de níquel, 56 de Cobre, 73 de grafito, siete de litio, o nueve de cobalto. Lo que equivale a dos años de la producción actual de cobre, 25 de la de níquel, 80 de la de Litio, 70 de grafito o 65 de la de cobalto. Y lo que es peor: más del 50% de todas las reservas actuales de níquel o litio, y más que todas las reservas conocidas de cobalto.
A esto habría que añadir todos los materiales necesarios para el almacenamiento eléctrico a gran escala para paliar la intermitencia de las energías renovables, y los propios materiales necesarios para la instalación de decenas de miles de GW de potencia eólica y fotovoltaica. En síntesis, vamos a tener que extraer de la Tierra, en nuestra ‘transición ecológica’, más cantidades de cobre y otros materiales en 30 años que todo lo extraído en la Historia de la Humanidad.
Sin entrar en análisis más profundos, me surgen varias dudas:
- Teniendo en cuenta los plazos del proceso desde que se descubren los yacimientos de metales como el cobre hasta que sale la primera tonelada de la nueva mina, a menudo superiores a una década, ¿vamos a ser capaces de extraer las cantidades necesarias para nuestra nueva revolución tecnológica en los plazos deseados?
- Si, como es previsible, se producen fuertes tensiones entre una demanda desaforada por los plazos fijados y la oferta disponible, ¿qué sucederá con los costes de esas materias primas y, por lo tanto, con los costes de los nuevos activos ‘bajos en carbono’, sean estos vehículos o plantas de generación de energía renovable? Si como es previsible suben o no bajan al ritmo que lo venían haciendo, ¿se ralentizará el ritmo de la transición o se empobrecerá la humanidad deliberadamente?
- Teniendo en cuenta que la mayor parte de los yacimientos de los materiales necesarios para la transición energética están situados en países africanos, sudamericanos y en China, ¿qué beneficio puede sacar Europa de esta transición, cuando incluso la propia tecnología y la industria –particularmente la fotovoltaica- está en China y no en la UE?
- Los procesos de minería son extraordinariamente intensivos en consumo de energía. ¿Somos conscientes de que, durante al menos los primeros 15-20 años de la transición, la energía adicional requerida va a ser de origen fósil, que es la que puede añadirse al sistema marginalmente? ¿Somos conscientes de que va a ser necesario invertir cantidades mucho mayores en la extracción de petróleo y gas a las actuales para garantizar el suministro de esta energía?
- ¿Es consciente la UE, que deliberadamente se ha impuesto el coste de la energía más caro del mundo, de que precisamente tener un bajo coste de energía será fundamental para salir ganando en esta transición, pues en otro caso la industria no será competitiva?
No me preocupa demasiado el cambio climático: no hay un solo parámetro medible en que el bienestar humano se esté viendo afectado para mal en términos globales, y confío totalmente en nuestra capacidad de adaptación como especie.
Tampoco me preocupa de dónde van a salir las reservas de materias primas necesarias ni la capacidad extractiva para los nuevos activos ‘bajos en carbono’: la tecnología y el ingenio humanos encontrarán técnicas o materiales alternativos para reemplazar las actuales tecnologías por otras.
Lo que me preocupa son las prisas (aunque de ninguna de las maneras el mundo se habrá descarbonizado por completo en 2050: suerte tenemos si las emisiones continúan al mismo nivel que hoy en día), y el dirigismo económico y social de las élites occidentales que, hasta donde yo conozco, ni siquiera han hecho un análisis ‘coste-beneficio’ de servilleta, y sin embargo se han fijado objetivos vinculantes que están empezando a generar importantes problemas legales.
Más aún me preocupa que podamos pasar de depender geoestratégicamente de media docena de jeques y dictadorzuelos incapaces de ponerse de acuerdo durante dos semanas a hacerlo de los dirigentes del Partido Comunista Chino.
Y lo que más me preocupa es que muchos académicos, políticos y ciudadanos identifiquen un futuro deseable como aquel en el que se reducen la población mundial, el consumo y la actividad económica. Lamentablemente, creo que eso no puede traer otra cosa que miseria y guerras.
Lo único verdaderamente sostenible desde un punto de vista humano es el crecimiento.