Hablemos de pederastia
«Basta conocer un poco al personaje y el contexto para colegir que Montero defiende unas relaciones sanas entre menores»
Los líderes más bullangueros de Vox armaron esta semana la enésima campaña de acoso y derribo contra su ministra más odiada, Irene Montero, que a este paso nos va a terminar cayendo bien, pese a su rigidez, su gravedad, lo artificial que resultan algunas de sus declaraciones, por una cuestión de solidaridad, de aliarse con el vapuleado.
Sobre todo, cuando uno ve cómo aprovechan cualquier desliz, aunque sea léxico, para armar el belén, azuzar a sus bases, pedir dimisiones extemporáneas y acusar de lo más tremendo. Basta conocer un poco al personaje y el contexto para colegir que Montero defiende unas relaciones sanas entre menores, porque es un hecho que muchos menores son mayores para el sexo entre sus pares. No podrán votar, pero sí usar su cuerpo para acostarse con su compañero de clase, con el crush de la discoteca light, con la vecina que se conoció en la plaza. ¿A partir de qué edad un menor es lo suficientemente mayor para tener relaciones sexuales completas? ¿15 años? ¿16? A menudo a escondidas, claro, pues sus padres, que no llegaron vírgenes al matrimonio, sí quieren eso para sus herederos.
«Lo de Irene Moreno no es pederastia y cuando dice lo de ‘los menores pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana’ se entiende que pone el acento en su libertad para explorar su propia intimidad»
Lo de Irene Moreno no es pederastia y cuando dice lo de «los menores pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana» se entiende que pone el acento en su libertad para explorar su propia intimidad, ya sea de modo individual o compartido, y que sólo una mente muy retorcida puede inferir de ello que está dando carta blanca para que adultos con pelo en el pecho se acerquen a las verjas de los institutos en busca de su particular «dulce y tierna historia de amor».
(Y qué curioso qué los diversos aparatos canceladores no la hayan tomado con esa canción de Ismael Serrano que, revisitada hoy, me temo que no aguante muchas escuchas con las gafas, o auriculares, violetas. «Cuando te vi pasar por la otra acera, con tus recién cumplidos 15 años… Salías de la escuela y se hizo luz y se hizo silencio y en un momento todo paró y nació el amor»).
Aquella canción podría ser un retrato ¿blanqueador? de un pederasta nabokoviano (por cierto, con un diputado como protagonista), como también lo es la película más polémica del año, proyectada en el reciente Festival de San Sebastián: Sparta.
Quienes la han visto se guardan mucho de afirmar algo como «me gustó una peli sobre la pedofilia», aunque la historia parece que escapa a la etiqueta fácil. ¿Acaso el cine, el arte, no debería ayudarnos a entender el por qué de las pasiones humanas, incluidas las más bajas? Ese parece ser el móvil del director, al que habrían acusado de no informar debidamente a los chavales que aparecen en la película del contenido de lo que se estaba rodando.
«Bienvenidos sean los relatos sobre pederastas, violadores, maltratadores, asesinos de mujeres, necrófilos y suicidas adolescentes»
No sé si iría a ver esa peli, si la elegiría entre la oferta cinematográfica. Pero bienvenidos sean los relatos sobre pederastas, violadores, maltratadores, asesinos de mujeres, necrófilos y suicidas adolescentes. Sobre los pobladores de la cara oculta de la Tierra que, nos guste o no, comparten ADN con nosotros. Viven, incluso, más cerca de lo que pensamos. Son más de los que pensamos.
Lo comprobé cuando me enseñaron las reacciones habituales en las cuentas de Instagram de esas madres que han convertido a sus niños en carne de cañón monetizadora. Familias numerosas como las de ‘Una locura de familia’ o ‘La peque pelirroja’ que explotan amablemente las sonrisas de su prole, su intimidad, sus mocos, sus cacas, sus legañas, sus llantos, el brillo de sus ojos por hacer caja.
Y para alegría de la cohorte de pajilleros pedofiloides que dan palmas con las orejas con esta nueva forma de exhibicionismo sin límites legales ni consentimiento de los niños, que de adultos tendrán que cargar con ese fardo, el de haber servido de carnaza para el depravado medio. Todo ello materializado en forma de lluvia de fueguitos, aplausitos, berenjenas falocéntricas, gotas untuosas y demás emojis favoritos de esa panda de malsalidos. Estas madres-influencers los borran enseguida y aquí no ha pasado nada.
Hablemos de la pederastia. De lo que no se habla. Pero no por arañar unos cutrevotos, como quieren en Vox, sino por entender la complejidad de una lacra contemporánea y quizá neutralizarla poco a poco.