El Discurso del Rey
«Si hace 41 años padecimos una intentona golpista premoderna y caduca, hace cinco fue una asonada posmoderna, pero no menos arcaica y casposa»
Cuando hoy termine el día, se habrán cumplido cinco años del Discurso del Rey. Así, con mayúsculas. Muchos recordamos lo que estábamos haciendo aquella tarde del 3 de octubre de 2017 cuando se supo que el Rey Felipe iba a dirigirse a la nación con una intervención excepcional y ajena a sus habituales actos protocolarios.
Recordamos la tensión de aquellos días, con el violento espectáculo de cajas de plástico opaco que burlaron los controles en los que confiaba el Gobierno de Mariano Rajoy, y con niños y ancianos colocados en primera fila, como si fueran escudos humanos, para así elevar la gravedad del desafío que padecieron los agentes de las fuerzas de seguridad del Estado que intentaban mantener la legalidad frente a la turba. Recordamos la angustia y el temor ante la sinrazón de aquel 1-O, con sus organizadores montando performances frente a las cámaras de televisión para ser difundidas por el mundo como románticas estampas de un quimérico y absurdo auto-de-terminación. Y aún faltaba el escatológico espectáculo del 6 y 7 de octubre en el Parlamento de Cataluña, con sus ocho segundos de mendaz declaración de desconexión.
«S.M. el Rey hizo honor a su papel constitucional como jefe del Estado, como símbolo de la unidad y permanencia de España»
En mitad de aquel alzamiento de golpismo separatista, S.M. el Rey hizo honor a su papel constitucional como jefe del Estado, como símbolo de la unidad y permanencia de España, y dedicó los seis minutos más relevantes de su reinado a intentar arbitrar y moderar el funcionamiento de las instituciones de la nación para frenar a aquellas que, en su delirio separatista, habían decidido declararse en rebeldía.
Fue una intervención sencillamente perfecta. Tal como mandata nuestra Constitución, estuvo refrendada por el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. No sobraba ni faltaba una palabra. Merece la pena volver a leerla y escucharla, sobre todo ahora que sabemos que el actual Gobierno de Pedro Sánchez habría impedido el tan necesario Discurso del Rey: le hemos visto obstaculizar y vedar intervenciones mucho -muchísimo- menores, ¡como para asumir un discurso del Rey a la nación para frenar a quienes son socios y garantes de su continuidad en La Moncloa!
Pero vamos a lo importante. Hoy, 3 de octubre de un lustro después, conviene volver a escuchar, y releer, aquel Discurso del Rey. Es el hito que marca su reinado, como lo marcó para su padre el que vimos por televisión en la madrugada del 24 de febrero de 1981. Ambos, para frenar un alzamiento. Si hace 41 años padecimos una intentona golpista premoderna y caduca, hace cinco fue una asonada posmoderna, pero no menos arcaica y casposa.
Íbamos a lo importante. A las 665 palabras de los seis minutos más relevantes del reinado de Felipe VI. A los mensajes que esas palabras transmitieron y que hoy mantienen, lamentablemente, toda su validez.
«Todos hemos sido testigos de los hechos que se han ido produciendo en Cataluña, con la pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada −ilegalmente− la independencia de Cataluña».
«Los condenados fueron indultados por la gracia de Sánchez: son sus socios y su báculo para sostenerle en el poder»
‘Los hechos’ fueron juzgados con las máximas garantías de un Estado de Derecho, y condenados con cuidadosísima ponderación. Inmediatamente después, como era previsible, los condenados fueron indultados por la gracia de Sánchez: son sus socios y su báculo para sostenerle en el poder.
‘La pretensión final’ se mantiene en la retórica, aunque ya nadie la toma en serio. Y la única «independencia» que empieza a parecer garantizada es la independencia de la prosperidad. En estos tiempos de grave crisis y empobrecimiento general se nota menos, pero se nota: los catalanes saben bien cuánto se nota.
«Determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía, que es la Ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno».
Esto, lamentablemente, sigue manteniendo su rabiosa actualidad. Ya casi no es noticia que «determinadas autoridades de Cataluña» incumplan sistemáticamente la Constitución y su Estatuto de Autonomía. Por incumplir, incumplen hasta el Reglamento del Parlamento de Cataluña. Incumplen lo que en cada momento convenga. ¡Será por incumplir!
«Con sus decisiones han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado. Un Estado al que, precisamente, esas autoridades representan en Cataluña».
La ‘vulneración sistemática’ y la ‘deslealtad inadmisible’ ha continuado… con algo más de sordina, eso sí. ¡Que para algo ahora gobierna Sánchez en La Moncloa! Y para algo Salvador Illa ha trascendido de condescendiente y bondadosa oposición a complaciente y obediente respaldo hacia quienes las urnas colocaron por detrás suyo en las últimas elecciones catalanas. ¡Todo sea por apuntalar los apoyos al presidente Sánchez!
Y, por supuesto, eso de que las autoridades en Cataluña representan al Estado valdrá para las demás comunidades autónomas de España (y tampoco para todas).
«Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada».
Y ahí sigue: fracturada, enfrentada, exiliada de sí misma y crecientemente empobrecida.
«Esas autoridades han menospreciado los afectos y los sentimientos de solidaridad que han unido y unirán al conjunto de los españoles; y con su conducta irresponsable incluso pueden poner en riesgo la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España. En definitiva, todo ello ha supuesto la culminación de un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña».
«El coste, en ‘estabilidad económica y social’, está siendo mayor para Cataluña que para el resto de España»
El ‘menosprecio’ a lo español ni empezó ni terminó en octubre de 2017. El coste, en ‘estabilidad económica y social’, está siendo mayor para Cataluña que para el resto de España: basta con ver los destrozos en el centro de Barcelona, a manos de los mimados cachorros del ‘archipiélago indepe’, para hacerse una idea de la magnitud de esa factura a plazos. Y el ‘intento de apropiación’ empieza a sonar ridículo.
«Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común».
Se situaron ‘al margen del derecho y la democracia’, y fueron juzgados por ello, con todas las garantías, por el Tribunal Supremo. El indulto que inmediatamente les concedió Sánchez es otro baldón -y no precisamente el menor- de su ominoso mandato.
Pero no lograron ‘quebrar la unidad de España’. Mal que bien, seguimos manteniendo nuestra ‘soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común’.
«Por todo ello (…), es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en su Estatuto de Autonomía».
«A todos los ‘legítimos poderes del Estado’ corresponde ‘asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones’»
En ejercicio de esa ‘responsabilidad’ realizó el Rey Felipe su memorable intervención del 3 de octubre de hace cinco años. Y, que no se nos olvide: a todos los ‘legítimos poderes del Estado’ corresponde ‘asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones’. A todos. También el Tribunal de Cuentas… con su renovada composición.
La segunda mitad del Discurso del Rey encadenó mensajes de aliento para todos los que, en esas fechas, dentro y fuera de Cataluña, vivían con creciente zozobra la asonada separatista. Hace cinco años, y aún hoy, es necesario empezar por recordar lo obvio: que «desde hace décadas vivimos en un Estado democrático que ofrece las vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender sus ideas dentro del respeto a la ley”. Y que “la España constitucional y democrática [es] un espacio de concordia y de encuentro» para todos los ciudadanos.
El ‘no estáis solos’, que Don Felipe dirigió a los catalanes cancelados por no ser separatistas, hizo fortuna como eslogan. Y como poco más. Ahí siguen, viviendo en la soledad del exilio interior o exterior todos los que no quieren formar parte de la masa iracunda.
Y, como debe ser, lo más relevante del Discurso del 3 de octubre quedó para el final:
«El firme compromiso de la Corona con la Constitución y con la democracia, mi entrega al entendimiento y la concordia entre españoles, y mi compromiso como Rey con la unidad y la permanencia de España».
Cinco años después, en una palabra: Gracias.