Alfonso Arús y el periodismo 'chorra'
«Me parece fascinante permanecer instalado durante toda una carrera profesional en la gracieta, en un ejercicio de comunicación que más que matar el rato lo hiere»
Encendí la tele y ahí estaba, como un dinosaurio mediático, Alfonso Arús. Con un moreno integral de solárium de lujo y su alopecia contundente, lleva sus buenas cuatro temporadas conduciendo Aruser@s. Lo hace, a la manera de Iker Jiménez, acompañado de su mujer, Angie Cárdenas, hermana del Javier Cárdenas que conocimos en Al ataque, y con quien tiene cuatro hijos (tres de ellos también en plantilla). Ya trabajaron juntos antes en Arucitys, embrión del actual programa, en esa tendencia a poner el apellido hasta en la sopa: Arús con leche le proporcionó un premio Ondas en 1989.
Alfonso Arús se coló en nuestras casas, que se dice, cuando aún solo había dos canales y nos conocíamos al dedillo, a fuerza de repetición, la parrilla televisiva semanal. El lunes, El precio justo. Los martes, Videos de primera. Los miércoles, La ley de los Ángeles. Los jueves, Luz de luna. Y recibíamos con alegría y alborozo, otro perrito piloto, ese programa de vídeos chorras, con caídas chorras -fruto del primer bum de las cámaras de vídeo- que dio lugar a obras maestras del cine doméstico como Se va el chaval, se va por el barranquillo.
Eran tan poca la oferta de contenidos y tal nuestra atención plena, que hasta leíamos los títulos de crédito: ahí aparecía cada martes una tal Aurora Seoane, casi tan famosa como el posterior Dani Écija de los Vip Noche.
Tenía pelo, entonces, Alfonso Arús. Y gafas de pasta de montura transparente que nunca dejan de estar de moda, en un bucle entre lo moderno y lo vintage (de hecho, por aquel entonces me compré unas similares, mis primeras gafas chispas al estilo de uno de los presentadores de moda). Luego vino Al ataque, que sentó las bases de la cultura de lo viral, que Twitter y las RRSS consolidaron como hábito líquido de creación de efímeras comunidades. La red del pajarito azul (que no triste) trajo la eclosión de los gatitos y los videos slapstick que, a qué negarlo, también nos agrada ver para mitigar la angustia del ser y del vivir.
Pero lo que me parece fascinante es permanecer instalado durante toda una carrera profesional en la gracieta baratuela de mando a distancia corta en un ejercicio de la comunicación que más que matar el rato lo hiere superficialmente. Porque mientras Jordi Hurtado trabaja desde tiempos inmemoriales (no tantos, en realidad, Saber y ganar comenzó a emitirse en febrero de 1997) con materiales culturales, los contenidos de Alfonso Arús y su equipo son unas naderías audiovisuales salpimentadas por las aportaciones de cafetería de media tarde de sus seis comentaristas. Ellos, vestidos normal; ellas, como es de ley, mostrando toda la pierna posible para arañar unos puntos de cuota de pantalla.
«Estos son los programas habituales de laSexta, ‘clickbait’ televisivo sin valor de producción ni de redacción»
En mi visionado de Aruser@s asistí a cómo comparaban a los rescatados en Florida por el último huracán con fingers de pollo alzados en una freidora. Todo ello estirado ad infinitum para rellenar un programa de guionistas laxos, para después dar paso a las imágenes de la extracción de un llavero incrustado en el glande de un malogrado bangladesí que por poco me genera un síncope.
Estos son los programas habituales en canales como laSexta, clickbait televisivo sin valor de producción ni de redacción. ¿No te da reparo, Alfonso Arús, después de más de 30 años, seguir siendo el abanderado de ese periodismo chorra, el mismo que repiten desde más de dos mil programas el equipo de Zapeando, epítome del refrito catódico más tontín?
En su día, me pareció un gesto de elegancia profesional que Mercedes Milá, presa de esa máquina del show business en que degeneró Gran Hermano, se inventara lo de Diario de, un programa de periodismo de investigación que compensaba la dignidad perdida de ese gallinero televisado.
Pero nada más lejos de mi intención que postular elitismos audiovisuales ni aristocracias culturales. Solo compartir cierto estupor. Claro que donde uno ve contumacia quizá haya una bella historia de amor, la de sacar adelante entre todo el clan familiar un programa de cierto éxito. Aunque sea otra muestra del más prescindible periodismo chorra, en sintonía, por otra parte, con nuestro tiempo.