THE OBJECTIVE
David Mejía

Las imágenes del 1-O, cinco años después

«La imagen de la brutalidad policial sigue fijada en el relato de los hechos de octubre del 17, un relato que sirve para barbarizar la respuesta del Estado»

Opinión
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Las imágenes del 1-O, cinco años después

Manifestantes a favor de la independencia de Cataluña el pasado 2 de octubre en Barcelona. | Reuters

Una imagen no vale más que mil palabras, y desde antes de Susan Sontag sabemos que toda fotografía calla más de lo que dice. Lo que no podemos negar a la imagen es su capacidad de adherirse a la memoria, quizá porque fijar la mirada en un fotograma, o en 24 por segundo, es más sencillo que sentarse a leer esas mil palabras. Cinco años después de las jornadas de octubre del 17, que pusieron en jaque al Estado, inquieta comprobar que su recuerdo sigue mediado por el archivo de las cargas policiales.

El 1-O fue un día de rabia y dolor. De rabia porque podría haberse evitado si el Gobierno de Mariano Rajoy hubiera aplicado el artículo 155 de la Constitución el mes anterior, tras la aprobación de las llamadas leyes de desconexión. Y de dolor, porque ver a un cuerpo policial de intervención hacer uso de la fuerza, aunque sea legítima, no resulta agradable para nadie. El problema es que demasiadas personas, entre ellas muchas del partido que entonces gobernaba España, han confundido el desagrado con la desproporción, cuando no todo lo que cuesta mirar de frente es desproporcionado, ni mucho menos ilegítimo. 

«Lo que queda fuera de toda discusión es la utilización de imágenes para cristalizar una mentira»

Pero son las imágenes las que inclinan la opinión pública, aunque aquellas capturen una realidad incompleta. Hoy sabemos que la foto que el reportero gráfico Kevin Carter tomó en Sudán en 1993, en la que un buitre acecha a un niño moribundo, es falsa: se tomó en un punto de distribución de alimentos, y ambos estaban rodeados por cooperantes. Muchos justifican la mentira de la foto alegando que sirvió para exponer la realidad de la miseria. La legitimación del uso de la mentira, al amparo de que captura simbólicamente una verdad, es todavía motivo de discusión entre los gurús de la deontología periodística. Lo que queda fuera de toda discusión es la utilización de imágenes, vídeos u otros símbolos para cristalizar una mentira. 

No es fácil borrar los surcos que una imagen deja en la memoria, ni siquiera cuando opacan la realidad. El 1-O hubo cuatro hospitalizados, entre los más de dos millones de votantes, pero, cinco años después, la imagen de brutalidad policial sigue fijada en el relato de los hechos. Un relato que sirve a dos propósitos: barbarizar la respuesta del Estado, y distraer la atención sobre lo más grave de aquella jornada: miles de personas, instigadas y apoyadas por un Gobierno autonómico y con la connivencia de un cuerpo armado, ocuparon espacios públicos e impidieron la ejecución de una orden judicial. Sirve también para olvidar que la desobediencia no inaugura una etapa de diálogo, sino que la clausura. Y que rebasado ese punto, una democracia debe emplear todos los recursos, incluida la fuerza, para salvaguardarse como Estado de Derecho y régimen de libertades.

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