¿Nada que celebrar?
Divulgando que es Historia
Divulgando que es Historia
Cada año, cuando llega el 12 de Octubre, la Fiesta Nacional de España, vuelve como un mal guiso sazonado indebidamente con ajo, para repetir desde estómagos faltos de un buen antiácido, los mantras, los eslóganes y las etiquetas en redes sociales del ¡Nada que celebrar! Por un lado estarán los que se quejan de la parada militar que conmemora este día, lo que siempre me ha sorprendido pues vienen tales lamentos y ayes de los que gustan también del otro lema del No a la guerra, como si al resto de los mortales nos encantara ser llevados en levas al frente a darnos de barrigazos en una trinchera motu proprio para matar y ser matado si llegara el caso. Que así, de primeras, y sin provocación alguna ni motivo como es defender tu patria y a los tuyos, como que apetece poco como plan de finde. Pero la superioridad moral de estos presuntos antibelicistas de escore hacia la siniestra (en la doble acepción del término) es paradójica porque luego se pirran por saludar a comandantes de nombre de poblado fortificado celta, o de interjección valenciana tradicional, y se fascinan con las demostraciones militares desde Moscú a Pyonyang pasando por Pekín, donde el encarnado engalana banderas como si no hubiera otro color en el semáforo.
Pero sobre todo lo que abundarán son los que renegarán de esta fecha por mor de un indigenismo extremo venido de una solidaridad entre hermanos que les debe de venir de haber escuchado alguna conferencia o visto algún documental, pues no me los hago habiendo participado en alguna de las Ruta Quetzal del gran Quadra – Salcedo y habiendo cruzado el charco más que para llegar a la Canarias de viaje de fin de curso. Aunque me temo que en la mayoría de los casos en la actualidad, la cosa seguramente se ha quedado en haberse leído algún hilo o publicación en las Corralas 2.0 de Facebook o Twitter. Que si antes nos quejábamos del peligro de tomar como referencia lo que aparece en la Wikipedia (que no siempre es mala herramienta, ojo, que un piolet sirve tanto para una escalada como para arreglar un problema de disidencia política, pero la culpa de su uso no es del piolet, quede claro), ahora podemos encontrarnos que demasiada gente se toma como salido de la Espasa lo que allí se topa uno. Para los más jóvenes, la Espasa eran unos mamotretos encuadernados que adornaban los salones de las familias burguesas pudientes, siendo cambiadas en algunos hogares de pijos modernos por la Durvan y, en los que iban de viajaos, por la Larousse o por la Britannica.
Pero no nos despistemos. Eso con lo que uno se puede topar en las Redes el problema estriba en que lo haya escrito uno que, a saber quién se encuentra bajo un avatar chulísimo que diga que es La Tablilla de Hammurabi, El Maestro Ánfora, o Escaramuzas en la Facul, por decir algo. Y que escriba todo serio y con fotos irrefutables, que por supuesto que el duque de Alba se comía a los niños crudos empezando por sus barriguitas; que la Inquisición española usaba ratas amaestradas para entrar por los úteros de las mujeres sólo por el hecho de serlo y de haber sido vistas sabiendo distinguir el perejil del cilantro, quedando demostrada así su brujería; o que el genocidio español realizado por esa España que al mismo tiempo no existe para ellos (la famosa España de Schrödinger, que existe y no a la vez: existe para citar cosas malas en el pasado, pero no lo es para lo que pueda ser mollar en esa misma Historia anterior a la Segunda República), se llevó por delante a 60 millones de personas en América. ¡Por lo menos!
Yo no sé si esta pasión de defender América por quienes el primer sudamericano que han visto seguramente fue en una telenovela que veía su madre, les viene porque Betty o de alguno de los de Pasión de Gavilanes se convirtiera en su crush. O que tal vez pillaran cacho en una de esas reuniones folclóricas tenidas por multiculturales porque hay unos bailando bachata, se sirven arepas, y donde siempre acaban apareciendo unos fusilables-al-alba con la siempre imprescindible batucada y que, junto con el reguetón, ha sido el castigo del karma por el descubrimiento y conquista de América. América de la que adoran todo lo que fue su cultura precolombina, aunque les cueste distinguir un mexica de un olmeca, un zapoteca, un mixteca, un maya o un tarasco. ¡Todos mexicanos y todos genocidiados por Cortés y su chingada la Malinche! Un México preexistente desde que Chalchiuhtlatonac saliera de Aztlán y que nunca fue descubierto, como tampoco lo fue América, porque hay que ser imbécil de decir tal cosa, cuando si estaban allá ¡cómo iban a descubrir esos españoles (aquí sí toca hablar de españoles porque van a ser los villanos del relato, ya saben) una cosa que los que allí vivían ya conocían! Sieggque…
Para esta gente, el 12 de octubre es el día del oprobio. El día del Armagedón (que saben esta palabra por la peli de Bruce Willis, claro). Del Apocalipsis (esta seguro que por Dan Brown). ¡Del genocidio español perpetrado por castellanos! Que Colón era como poco de Reus para los nazionalistas catalanistas y salió de Pals. Del Ampurdán. Ojo, que no esto de coña. Les transcribo lo que publicara La Vanguardia (tenido por periódico serio devenido al nivel de publicaciones rigoristas como El Jueves o Mongolia): «Joan-Cristófor Colom i Bertran, un noble catalán que llevó a cabo la aventura en nombre del rey Fernando el Católico y de la Corona de Aragón, con la nao y las dos carabelas que zarparon desde el puerto de Pals». ¡Cosa épica, oigan, esta hazaña catalana! Eso sí, esta misma cabecera, años más tarde publica un artículo titulado «Nada que festejar», en donde se hace eco del lamento del escritor uruguayo Eduardo Galeano, e indican que «los españoles les enseñaron que todo tiene un precio: convirtieron a los indígenas en esclavos y comerciaron con ellos como si fueran un producto más del Nuevo Mundo». O sea, que Colón y la empresa fue catalana, pero ya lo de la esclavitud y tal, la cosa ya se españoliza. Y así todo.
Españoles serán los que llevaron la viruela como arma química en ampollas preparadas en las redomas de la Real Botica de San Lorenzo de El Escorial, por orden directa de Felipe II, para lanzarlas en los mercados y matarlos a todos. Que lo del mestizaje no fue sino prostitución encubierta convirtiendo a las indígenas en esclavas sexuales. Que el afán de oro y riquezas dejó esquilmadas unas tierras ricas como pocas, razón por la cual más de dos siglos pasados de las independencias de las repúblicas latinoamericanas (que les gusta llamarse así aunque eso de Latinoamérica se lo inventara un francés a sueldo de Napoleón III, Michel Chevalier, en 1861, para justificar la presencia colonial francesa en México), se encuentran en tan paupérrima situación. ¡Devuelvan el oro, españoles ladrones destructores de arcadias felices!
La pena es que sigamos insistiendo en los topicazos negrolegendarios poniendo el foco en la parte más lamentable de una conquista, que la tuvo; en los personajes más patibularios y crueles, que existieron; en los hechos más reprobables y sangrientos, que se produjeron; y se obvien los que nos harían reflexionar sobre que lo mismo lo de «nada» que festejar o que celebrar es una memez a la altura de la guatemalteca pirámide de La Danta o de grande como la mexicana de Cholula. Tampoco pretendo que nos pongamos rosalegendarios y nos pongamos estupendos diciendo que los morriones de los conquistadores estaban pintados de azul, y bajos esos cascos fuimos en misión de paz a interponernos ante un holocausto caníbal. Aunque acabáramos haciéndolo. ¡Íbamos a lo que íbamos! A por especias, riquezas, nuevas tierras y a lo que surgiera a la mayor gloria de Dios, siguiendo el espíritu de Cruzada tras la Reconquista. Y a huir muchos de la miseria. Y otros buscando la aventura y seguir y vivir el espíritu de los libros de caballería que habían leído. Lo que fuera.
El resultado final, sí que creo que es para celebrar. No ya sólo por las decenas de universidades, hospitales, imprentas, y patrimonio arquitectónico erigido en aquellas tierras desde un primer momento. Por ese mestizaje de razas y de cultura que aunó, desde la gastronomía, hasta la forma de rezar y de entender la vida. Por esa primera globalización quedando unidos bajo el tremolar del aspa de San Andrés y la economía del real de a ocho, ¡que ya quisiera el Bitcoin! Tal vez lo sea sólo por una cosa. Tan sólo una. Y es por una lengua que hoy en día es hablada por casi 600 millones de personas en todo el mundo. Una lengua que ha dado 11 Premios Nobel de Literatura (y que no han sido más porque estos suecos son unos esnob epatantes que juegan al postureo y la corrección política cultura). Un idioma que podríamos definir de la siguiente manera: «el español es una lengua americana que tiene su origen en la Península Ibérica». Una lengua que nos une, enriquece, y de la que deberíamos de estar muy orgullosos. Y celebrarlo. Mucho que celebrar.