Las pensiones sin cuentos
«La pensión media ha crecido un 40% de 2008 a 2020 y este año aumentará otro 8,5%. ¿Cuántos trabajadores pueden decir lo mismo de su salario?»
Esta semana se celebran en Washington, las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Ambas instituciones han perdido parte de su credibilidad en la comunidad financiera internacional por problemas de gobernanza, comportamientos preocupantes de sus máximos responsables y concesiones a la corrección política. Hasta el punto de que las conversaciones de pasillos tratarán también de si harán falta nuevas instituciones internacionales que cumplan las funciones esenciales de garantizar la ortodoxia macroeconómica, la sostenibilidad de las cuentas públicas, y la restructuración y cobro de las deudas pendientes. Sobre todo después de que la Casa Blanca ya ha hecho suya la idea de un mundo post neoliberal, menos globalizado, con más regulación, mayor intervencionismo estatal y creciente poder sindical. Es decir, nos espera un mundo con menos crecimiento, más inflación, más desempleo y más impagos de deuda.
En ese mundo, o mejor con absoluto desprecio a ese mundo que viene, el gobierno de la gente ha presentado unos Presupuestos Generales del Estado que son inflacionistas, recesivos y electoralistas. El único consuelo que nos queda es que no se van a cumplir. Pero eso no disminuye sus dañinas consecuencias, por ejemplo sobre la solvencia del sistema de pensiones. El debate habitual sobre las pensiones en España parte de dos posibles supuestos que me niego a aceptar, quizás porque estoy ya demasiado mayor para emigrar. O los españoles somos absolutamente ignorantes y nos gusta que nos mientan o somos unos completos cínicos y sabiendo lo que hay, jugamos a que le toque al siguiente.
«La pensión media en España está por encima del 80% del salario mínimo»
Podemos jugar con los números, engañarnos con supuestos voluntaristas y hojas de cálculo que lo soportan todo porque ocultan inteligentemente premisas heroicas. Pero los seis puntos que comento brevemente a continuación son el tema central, sin discusión alguna, en las conversaciones privadas sobre pensiones de economistas y políticos de cualquier pelaje ideológico. Primero, el sistema actual es financieramente insostenible sin un masivo incremento de la presión fiscal media, ya sea mediante el constante incremento de las cotizaciones medias, un impuesto injusto e ineficiente al trabajo asalariado, o un incremento sostenido de las aportaciones del Estado. Segundo, el sistema actual es extraordinariamente generoso y redistributivo, tanto en términos históricos como comparativos internacionalmente. Los jubilados son el único grupo social que ha mejorado su capacidad adquisitiva en la década mortal de las tres crisis, financiera, covid e invasión de Ucrania. La pensión media ha crecido un 40% de 2008 a 2020 y este año aumentará otro 8,5%. ¿Cuántos trabajadores pueden decir lo mismo de su salario? Yo no conozco a ninguno. Además, la pensión media en España está por encima del 80% del salario medio en el momento de la jubilación, lo que se conoce técnicamente como tasa de reposición. Esa misma tasa está por debajo del 60% en Alemania o en Países Bajos. Y si hablamos de la distribución, por eso de quien se come el pollo medio, la tasa de reposición está por encima del 100% en las rentas más bajas y no llega al 40% en las más altas. Si las pensiones son bajas en España, más lo son los salarios. Pero no creo que los reputados economistas al servicio de este gobierno piensen seriamente que indexando ambos a la inflación arreglemos el problema. Sin disminuir la generosidad y aumentar la contributividad del sistema no habrá solución. Discutamos cuanto antes sobre cómo hacerlo.
Tercero, la elevada tasa de paro estructural de la economía española, aproximadamente el doble de la media europea, agrava aún más el problema. Sin arreglar el mercado de trabajo, especialmente el paro juvenil, no habrá pensiones sostenibles. Mucho se sabe de cómo arreglar el mercado de trabajo y se puede resumir en una palabra maldita en el hueco discurso político español, flexibilizar, flexibilizar salarios y condiciones de contratación y empleo. Cuarto, nuestro problema demográfico diferencial no es el envejecimiento de la población, en eso solo llegamos un poco más tarde que nuestros socios europeos, sino la brutal caída de la natalidad. La tasa de fecundidad en el primer semestre de este año ha sido de 1.19 nacidos por mujer, una de las más bajas del mundo, muy lejos de las ingenua o torticeramente tranquilizadoras estimaciones oficiales de 1,5 y creciendo. Sin arrinconar sectarismos ideológicos falsamente progresistas que aún equiparan políticas natalistas a extrema derecha no habrá solución. Quinto, las pensiones públicas no pueden ser la única forma de mantener ingresos tras la jubilación. No lo son en ningún país de nuestro entorno con el que queramos compararnos. Necesitamos abandonar discursos maniqueos y fomentar el ahorro privado. Solo hay una manera de compensar la miopía temporal que caracteriza al ser humano y le lleva a reaccionar demasiado tarde. Se llama incentivos fiscales al ahorro previsional, justo lo que este gobierno de la gente de progreso ha eliminado.
«El crecimiento no está de moda en este nuevo mundo obsesionado con la igualdad de resultados»
Sexto, y último, sin crecimiento económico no hay pensiones sostenibles. Sin mejoras de productividad no hay crecimiento sostenido. Solo aumentando la tarta se pueden dedicar más recursos al sistema de pensiones sin crear agravios explosivos ni crear tensiones sociales insoportables. Por eso, una vez más, el fin último de toda la política económica solo puede ser el crecimiento. Pero el crecimiento no está de moda en este nuevo mundo identitario y obsesionado con la igualdad de resultados, el reparto y la distribución. Hubo un tiempo en que todos los políticos españoles compartían que para distribuir hay que crecer. Hoy hay muchos, demasiados en este gobierno populista, que creen o parecen creer que cuanto más se crezca más injusta es España, porque a los ricos les irá mejor. Muchos que prefieren que crezcan otros.
Uno en su ingenuidad aún aspira a vivir en un país en el que el debate presupuestario sea la gran oportunidad anual para hablar de las cosas importantes y aportar soluciones realistas. Las pensiones sin duda lo son. Pero el debate serio ha vuelto a sucumbir a la demagogia populista. Supongo que es mucho pedir que nuestros parlamentarios sean más serios y rigurosos que los emisarios de la Comisión Europea. Éstos han parecido tan ansiosos de demostrar su magnanimidad y destreza en el uso de la chequera como el gobierno en conseguir rédito electoral. Pero permítanme que les proponga tres temas con los que amargarles el sueño a ambos ¿quién va a pagar las pensiones cuando el año que viene la economía española esté estancada? ¿quién va a pagar las pensiones cuando el Tesoro español se financie por encima del 3%? ¿quién le va a decir a los parados que no hay dinero para ellos porque se lo han llevado los pensionistas? Ya me voy acostumbrando a que me llamen provocador, antipatriota, carroñero, irresponsable y hasta terrorista intelectual. Prefiero cualquiera de esos calificativos al de cómplice. Y no pienso contribuir a la ruina del sistema de pensiones y ahorro provisional español. Y termino recordando lo obvio, es mejor prevenir que curar. Prevenir es hablar y llegar a acuerdos en los seis puntos anteriores y olvidarse de la indexación automática. Prevenir es gobernar, no hacer campaña electoral.