Tres tesis sobre la decadencia de Occidente
«La mezcla de indiferencia y desconfianza hacia la política, desigualdades generacionales y miedo al futuro puede ser explosiva y será explosiva»
El escritor David Rieff ha dicho que no hace falta ser un spengleriano (en referencia a Oswald Spengler, autor del célebre La decadencia de Occidente) para darse cuenta de que estamos presenciando el declive del Occidente liberal. No es tanto porque esté amenazado por fuerzas autoritarias, por Rusia y China y la India y los populismos iliberales, que también; es más una decadencia interna, una esclerosis institucional, económica y cultural. Es fácil caer en un discurso reaccionario ante esto. La posición reaccionaria a menudo es puro romanticismo político. Como ha escrito Mark Lilla, el reaccionario «es un exiliado del tiempo. Se ve a sí mismo en una postura más firme que sus adversarios porque cree que es el guardián de lo que ya ha pasado realmente, no el profeta de lo que podrá ser». Es decir, es más fácil adivinar el pasado que el futuro. Lo difícil es distinguir entre la nostalgia política, a menudo una distorsión melancólica e ideologizada del pasado, y la verdadera decadencia.
Que siempre haya habido agoreros y Casandras que creen que nos vamos a pique no significa que siempre se equivoquen. También hay que definir qué es «irse a pique». La civilización liberal es algo suficientemente difuso como para tener fecha de caducidad; también hay que tener en cuenta que las civilizaciones no mueren de un golpe, a veces agonizan durante décadas. Pero se me ocurren tres cuestiones que indican que estamos ante un declive que no es pasajero. La primera es demográfica. Las sociedades occidentales están muy envejecidas y tienen tasas de natalidad muy bajas, siempre por debajo de la tasa de reemplazo. Esto no es preocupante culturalmente. Si esto ocurre es porque las mujeres, al haber ganado la libertad de elección, han preferido tener muchos menos hijos. El problema es que en nuestras sociedades envejecidas la solidaridad intergeneracional es casi nula y la desigualdad de renta y riqueza es muy alta. Esto abre un conflicto generacional por los recursos que no tiene precedente histórico. No solo nuestros Estados de bienestar van a ser más caros ante el aumento de población anciana dependiente; la concentración de la riqueza en la población con mayor edad va a provocar conflictos redistributivos.
«Los partidos políticos solo responden a unos incentivos muy tóxicos»
La segunda cuestión es política, parlamentaria. La política lo toca todo pero solo porque es simplemente otro género de entretenimiento, con unos ratings cada vez más bajos. Janan Ganesh dice que la política actual es una lucha cada vez más feroz por cada vez menos. Los partidos políticos se han privatizado y solo responden a unos incentivos muy tóxicos. Todo esto se produce en una época en la que el autoritarismo y los líderes fuertes nos resultan cada vez más atractivos. La muerte de la democracia liberal también se producirá así, a través del hastío y el desdén de la ciudadanía.
La tercera cuestión es climática, pero también política. Los jóvenes hoy se politizan a través de la idea de que no tienen futuro y que el mundo está al borde del colapso. Que ocurra precisamente en una generación que tiene que mirar al futuro con algo de ingenuidad y esperanza es catastrófico. Porque el problema climático abre también muchas cuestiones que van más allá de qué hacer; hay que pensar cómo. Y según una encuesta europea de 2020, el 53% de los individuos de entre 18 y 29 años piensa que los Estados autoritarios están mejor equipados para enfrentarse a la crisis climática que las democracias.
La mezcla de indiferencia y desconfianza hacia la política, desigualdades generacionales muy elevadas y miedo al futuro puede ser explosiva, y será explosiva.