Comidos por la opinión pública
«La opinión pública no se lo puede comer todo. Es degradante que ante toda situación la única respuesta sea política. Hay otras maneras de ser y de pensar»
Seguían los hunos denostando a Savater por su columna sobre Griñán, cuando los hotros se lanzaron a denostar a Savater por su columna sobre Meloni. Esta salió un sábado en El País y ese domingo y ese lunes ya lo atacaron en tribunas de su mismo periódico –sin duda encargadas–, a modo de ejercicios exorcistas que señalaban que los iliberalismos en potencia de Meloni son los graves y no los iliberalismos en acto de Sánchez. Buenos chicos los tribuneros (son amigos míos además)… pero el balance viene siendo el de los últimos 50 años de la prensa española: Savater sigue en forma.
Aprovecho para retomar un aspecto que solo apunté en mi columna Las razones del hipódromo, sobre aquella primera de Savater dedicada a Griñán, su viejo compañero de carreras Riu Kiu (¡me sigo tronchando!). Repito esto de Savater allí: «No quisiera ser ciudadano de un país donde la complicidad o la secta cuentan más que la ley; tampoco vivir entre rectilíneos para los que no hay amistad si no concuerda con el código establecido». El problema de hoy es que predominan los tales «rectilíneos». Son los que están comidos por el sectarismo en particular y/o por la opinión pública en general: aquellos que no han dejado –que no se han dejado– otro espacio que ese. Hay en ellos una pérdida de complejidad; un empobrecimiento, una simplificación.
«No existen purezas alternativas y aquello que se presentara como tal sería peor»
La opinión pública es fundamental: sin ella no hay democracia. No hay espacio político higiénico sin este barullo de diálogos e improperios, sin esta selva de palabras libres. Con todas sus aberraciones y degradaciones, nada la puede sustituir: no existen purezas alternativas; y aquello que se presentara como tal sería peor. El problema es que la opinión pública no solo tiende a imponer su propia lógica –una lógica, diríamos, de la exterioridad–, sino que tiende también a devorarlo todo. Cuando se está en ella, es casi imposible saltar a otro registro. Todo se reduce a la opinión, a lo público: a lo político.
Es urgente preservar otro espacio, o reconquistarlo. No como alternativa a la opinión pública, sino en paralelo: como aliviadero o bombona de oxígeno. La opinión pública no se lo puede comer todo. Es degradante que ante toda situación la única respuesta sea política. No todo es político. Hay otras maneras de ser y de pensar. Hay que escapar del desolladero, del taxidermismo de la política. Hay otras alternativas: no ciertamente para organizar un Estado de derecho, pero sí para vivir.