Herencias del Brexit
«Tensionando la sociedad con propuestas que atentan contra los principios de la convivencia, los malos políticos sólo contribuyen a estropearla aún más»
Hay un novelista británico que tiene la habilidad de hacer que tus horas sean mejores si lo lees. Ocurre con la buena literatura, pero no ocurre siempre con los buenos escritores. En su caso, sí y me refiero al gran William Boyd, nacido en la antigua colonia de Ghana, crecido en Glasgow, estudiante en Niza y profesor que ha sido, en Oxford. Las cosas le han ido muy bien –su literatura se lo merece– y vive en el barrio de Chelsea, tiene una casa con viñedos en La Dordoña –una región estupenda para vivir en Francia donde, dice él, carga pilas– y suele alternar un sitio y otro para residir. La vieja costumbre inglesa de la season. William Boyd no es un inglés cerrado y tampoco un nacionalista de cualquiera de las naciones que componen Gran Bretaña y fue uno de los escritores británicos que combatió públicamente el Brexit. Lo hizo en la prensa de su país y también en la francesa: los partidarios de la escisión europea miraron para otro lado en una prueba más del lugar que ocupan los escritores en el debate público: no existen y además han sido sustituidos por los periodistas, que por supuesto no están dispuestos a ceder ni un palmo del terreno ganado en las dos últimas décadas.
Boyd defendía la tesis de que el Brexit era una fantasía de Inglaterra –especialmente de la Inglaterra más ensimismada, la del campo y sus viejas estructuras, y no la de Londres u otras grandes ciudades– y que el 60% de británicos no lo deseaba. No lo hacían los escoceses y tampoco los irlandeses del Norte; no sé los galeses. Pero la cuestión es que el Brexit ganó y lo hizo de la mano de algunos políticos que anteriormente lo habían atacado. Y aquí los conservadores han tenido mucho que ver. Si observamos los grandes errores cometidos en estos últimos años, han sido ellos los responsables mientras gobernaban: Cameron con el referéndum sobre la independencia de Escocia, Boris Johnson con el Brexit, Liz Truss, que se ha cubierto de gloria fiscal en un tiempo récord y mientras tanto, la sociedad cada vez más alborotada, desconcertada e irritada. Y ahí se oculta el mayor pecado de la democracia cuando ésta se convierte en una partitocracia: cómo el desbarajuste, la descomposición o la pérdida de rumbo de un partido pone en peligro a una sociedad entera. ¿Quién ha de rendir cuentas en estos casos? Por lo que estamos acostumbrados a ver, nadie.
«¿Se siente ahora el votante conservador protegido por su partido? Es evidente que no: vive en la pura zozobra»
Existe una teoría muy manida que sostiene que los errores de los políticos son errores de la sociedad porque es de ahí de donde surgen ellos. Es una forma perversa de quitarse las responsabilidades de encima y lo cierto es que casi nunca quieren regresar a ese lugar de origen, tan manoseado. El invento de las puertas giratorias y la negativa a aceptar un límite de tiempo para cualquier cargo público lo demuestra con avaricia. Donde están se encuentran a salvo y al margen del resto de la sociedad, como si hubieran ingresado en un club selecto. De hecho, a menudo cambian de amigos y no son pocos los que cambian de mujer y menos –aunque también las hay– de marido. Y por mucho que discutan entre bancadas, si se han de echar un cable, se lo echarán –hoy por ti, mañana por mí–, cosa que no ocurrirá con el ciudadano de a pie, que es su representado. Volviendo a Gran Bretaña: ¿se siente ahora el votante conservador protegido por su partido? Es evidente que no: vive en la pura zozobra.
Una vez el Brexit obtuvo la victoria, las cosas han ido de mal en peor. Por su parte, William Boyd comentó que le convendría elegir una ciudad –francesa, naturalmente– para decir adiós a todo eso, harto de disputas e incertidumbre, como hizo Graves al venir a Mallorca. Dudaba entre París y Burdeos; seguro que ya ha elegido y eso que no es que en Europa, desde el Brexit, estemos mejor: basta echar un vistazo para comprobar que no, pero tanto daño entre los británicos era evitable, como lo es cualquier daño que surge de una idea de bombero del político de turno.
Lo digo también por los demás. Porque no todo puede escudarse tras la guerra de Ucrania. Como tampoco, si los políticos son malos políticos, tras el pretexto de que es la sociedad que no da buenos frutos. Tensionándola con propuestas que atentan contra los principios de la convivencia –protegidos, en principio, por la ley– sólo contribuyen a estropearla aún más. Sin olvidar mantener apartados a los mejores y así se aseguran su continuidad: la vida misma. Nosotros, seguiremos leyendo a William Boyd.