Se aleja el momento de la verdad para España
«Cuando nuestros vecinos se harten de pagarnos los lujos y estalle la crisis de deuda, el Gobierno de turno habrá de acometer medidas como las de Zapatero»
Crecen las dudas y la impaciencia. Hace poco tiempo, el centroderecha daba por seguro que el próximo Gobierno lo presidiría el Sr. Feijóo; y lo que discutía era si debía acometer estas o aquellas reformas, si debían ser moderadas o ambiciosas, consensuadas o atrevidas, liberales o socialdemócratas. La mayoría de sus votantes aún esperan que gobierne, y aplique políticas moderadas y de tinte socialdemócrata. Muchos de ellos también sospechan que, como consecuencia, serán en buena medida insuficientes para cambiar el rumbo del país. Pero confían en que nos permitan ir tirando unos años. Cifran su esperanza en que la vuelta a la normalidad de las economías occidentales nos permita posponer esa satisfecha mediocridad en la que llevamos décadas instalados. Sin aspirar a grandes logros, pero sin alterar el equilibrio de nuestros intereses creados. Intuyen que, si éstos lastran nuestro crecimiento, también aseguran la posición relativa de los distintos grupos. Con la ayuda de algo de miopía y cierta dosis de ombliguismo, ya resulta suficiente para unos líderes que en eso son perfectamente representativos.
Se precipitan. Su modesto cuento de la lechera olvida que las elecciones puede ganarlas un Pedro Sánchez que se ha armado hasta los dientes de munición electoral. Por supuesto que su victoria depende de que el volátil agregado de voluntades que conforma el mercado de deuda pública siga creyendo que un ente político como el BCE seguirá, a su vez, apoyando sin condiciones el crédito de una España que por sí sola no lo merece. En ese mercado, cada operador se juega su dinero; pero es gregario, lo que lo vuelve imprevisible (que se lo pregunten a Ms Truss), y más aún cuando responde a un actor político tan bipolar como el BCE. En última instancia, el que vuelva a ser imposible financiar la deuda depende de que nuestros vecinos más austeros se muestren menos dispuestos a regalarnos un crédito que desde 2011 no tenemos. Además, como en marzo de 2012, España sigue más expuesta que Italia a giros repentinos de la opinión del mercado, pues, en términos netos, está mucho más endeudada con el extranjero.
Dado lo apurado de nuestras finanzas públicas (deuda del 116,1% y déficit del 4,5 al 6 % del PIB), es lógico suponer que, tarde o temprano, los vecinos austeros y el BCE se harten y los mercados nos castiguen, por lo que la incertidumbre fundamental se reduce a saber cuándo estallará nuestra nueva crisis de deuda.
Si estallase antes de las elecciones, se reproduciría la situación de 2011. Sánchez habría de realizar recortes que demostrarían al electorado lo insensato de su política y le descalificarían para presentarse a las elecciones. Al abstenerse mucho votante de centro izquierda, Feijóo ganaría por goleada y tendría una oportunidad de reformar el país desde una posición sólida, similar a la que con tanta frivolidad desaprovechó el Sr. Rajoy en 2012. Los votantes de centroderecha apoyarían esta opción; aunque, dada esa experiencia previa y las recientes concesiones del PP, buena parte de ellos votaría a Vox, sobre todo si éste lograra convencerles de que su presencia en el Gobierno garantizaría unas reformas sensatas.
«Mientras dure la guerra de Ucrania, muchos países austeros necesitan mantener la unidad de acción respecto a la guerra»
No merece mucho la pena indagar cuántos seguirían esa ruta porque es improbable que la crisis estalle antes de las elecciones. No porque España presida el Consejo Europeo durante el segundo semestre de 2023, hecho que no protegió a Zapatero en 2010. Simplemente, queda poco tiempo. Mientras dure la guerra de Ucrania, muchos países austeros necesitan mantener la unidad de acción respecto a la guerra. Asimismo, aunque se frene la actividad económica, como avisa la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef), es dudoso que ese frenazo sea suficiente, siempre que el BCE nos permita seguir acumulando deuda para financiar gasto público y pagar unos intereses que se hacen menos sostenibles con cada subida de tipos. Por los mismos motivos, es descartable que nuestros vecinos, el BCE o la inefable Comisión Europea demuestren interés alguno por contener la afición del Gobierno a usar el dinero que nos presta el propio BCE para ‘comprar’ votos (casi todos los gobiernos compran votos, pero no a crédito y menos endeudándose con crédito ajeno).
Como consecuencia, si en efecto la crisis no estalla hasta después de las elecciones, éstas estarán abiertas y se parecerán más a las de 2008 que a las de 2011. El resultado electoral es incierto; pero, gane quien gane, para resolver la incertidumbre sobre nuestro futuro, el Gobierno resultante tendría que actuar con rapidez y contundencia para crear una reputación de austeridad y reformismo que lograra evitar la crisis. Gane uno u otro, es improbable que lo intente. De ganar Sánchez, sería raro que lo hiciera, dadas las políticas que ha aplicado desde 2018. Además, aun queriendo cambiar de rumbo, le faltaría credibilidad para convencer a los mercados. Hoy por hoy, tampoco es probable que Feijóo entienda la necesidad de hacerlo; y menos aún su partido, al que la cercanía al poder infunde un dontancredismo casi suicida.
Por eso, gobierne quien gobierne, cuando nuestros vecinos se harten de pagarnos los lujos y estalle la crisis de deuda, el Gobierno de turno habrá de acometer medidas similares a las que adoptó el Sr. Zapatero desde 2010 (recuerden que subió el IVA dos puntos, recortó el gasto público, redujo un 5% los sueldos públicos, congeló las pensiones, flexibilizó los despidos y alargó la edad de jubilación). Cuando ese Gobierno convoque nuevas elecciones, allá por 2027, éstas sí nos retraerán a noviembre de 2011: habremos empleado dieciséis años para regresar al mismo sitio. Será el momento de resolver la incertidumbre. Esperemos que quienes entonces nos lideren sí se atrevan a preguntar a los ciudadanos qué quieren ser de mayores.