Nostálgicos del bipartidismo
«Ahora percibo clara la sensación de que aquella España era una nación que emergía, tanto como percibo que ésta, la de hoy, se sumerge»
Ahora que Felipe González está en boca de todos por cumplirse cuarenta años de su primera victoria en las urnas, a uno le da por pensar en que aquellos años que sobrevinieron fueron, pese a la mala percepción en presente, un oasis de tranquilidad en pasado. Ya, sé que usted, lector, me va a hablar del terrorismo, de la droga y de otros condicionantes negativos. Y no le quitaré razón, aquellos años arrastraban parte de la brutalidad social a la que nos habían lleva a una guerra lamentable y una dictadura atroz. Sin embargo, ahora percibo clara la sensación de que aquella España era una nación que emergía, tanto como percibo que ésta, la de hoy, se sumerge.
El PSOE de González entendió que debía construir su proyecto sobre la estabilidad de ese gran pacto social que fue la Transición. Sacó a patadas, con buen criterio, la palabra marxismo de la ideología del partido en aquel famoso Congreso del 79, y poco a poco se fue insertando en el imaginario de la Constitución con decisiones que apenas una década antes no le hubieran permitido tomar, véanse el no a la OTAN o los desafíos al independentismo predominante. Pese a todo, Felipe se agarró a la socialdemocracia europea con mucha inteligencia.
«Con aquel PSOE y con el posterior PP de Aznar, España encontró dos actores, uno a la izquierda y otro a la derecha, que sabían entender el periodo democrático, con sus imperfecciones, con sus élites»
Con aquel PSOE y con el posterior PP de Aznar, España encontró dos actores, uno a la izquierda y otro a la derecha, que sabían entender el periodo democrático, con sus imperfecciones, con sus élites. Uno de los mantras que se repetían cuando el bipartidismo estaba muriendo es que PSOE y el PP eran la misma mierda, literalmente. Varios años después, veo aquella uniformidad como un gran valor para la política patria. Diría que hasta los grandes errores que ambos partidos cometieron, véanse el tema de los GAL o la guerra de Irak, los hubiera cometido igual el contrario de hallarse en situación similar.
También se decía en aquel entonces, cuando se tomaban las plazas para derrocar este turnismo moderno, que las legislaturas del PSOE eran de avance social, tanto como las del PP eran de avance económico. Bienvenida sea esta alternancia, aunque no fuese cierta: aquellos años fueron un continuum en lo que a prosperidad se refiere, y tanto uno como otro comprendieron que las medidas que planteaban estaban por encima de la ideología, sin miedo a decir que España, palabra hoy prohibida, era lo primero, con los independentistas en el papel de comparsa.
«Los partidos se han fragmentado, nos hemos ciscado en las mayorías, los grupos independentistas se colocan en el mismo escalón que los otrora mayoritarios
Hoy, nada de eso queda. Los partidos se han fragmentado, nos hemos ciscado en las mayorías, los grupos independentistas se colocan en el mismo escalón que los otrora partidos mayoritarios, y de aquella vieja prosperidad no queda nada más que un simple recuerdo. Perdidas las oportunidades de Ciudadanos y de Podemos, lo que queda es un ‘taifismo’ repugnante donde, probablemente, el futuro de la nación lo acabe decidiendo partidos tipo Cuenca Resiste o Adelante Ecologismo, qué sé yo.
Por tanto, sí, creo que de todo hace ya 20 años, que diría el poeta don Jaime Gil de Biedma. Siento nostalgia de aquellos ministros que daban conferencias sobre Antonio Machado, de aquellos presidentes que ponían los zapatos sobre la mesa del canciller alemán, de aquellos años de Expos y Olimpiadas, de rockeros y mods, de movidas madrileñas y rutas del bacalao, hasta de Umbral como cronista mayor del reino. No es casualidad que las dos épocas de mayor prosperidad en nuestra historia moderna se sustenten sobre los cimientos del bipartidismo – ¡Cánovas vive! -. Así que, definitivamente, sí: nostalgia de bipartidismo. Y de lo que nos queda por delante, permitan que cierre de nuevo con Gil de Biedma: la historia de España es la más triste de todas… porque acaba mal.