THE OBJECTIVE
Marta Martín Llaguno

La profecía del 'principio González'

«La incoherencia entre la retórica y la praxis se ha hecho cada vez más habitual, porque parte de la clase política, amoral, se dedica a dar lecciones al mundo»

Opinión
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La profecía del ‘principio González’

El expresidente del Gobierno Felipe González. | EP

Hace hoy una semana que, en el 40 aniversario de la primera victoria electoral del PSOE, el expresidente González pronunció, a mi juicio, una de las frases más demoledoras que se han dicho públicamente en los últimos años: «En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es la verdad». 

El ‘principio González’ (como lo ha denominado con mucha gracia Martínez de Gorriarán) resonó el lunes pasado como una «sentencia condenatoria de nuestro sistema democrático». Lamentablemente, fue un asunto que solo escandalizó a algunos (demasiado pocos) medios digitales de este país, y a unos cuantos friquis de la política. Sin embargo, el aserto es, grave, muy grave.

Lo que soltó González no es una boutade, ni un error falaz provocado por el peso de sus años.  Una persona como él no da puntada sin hilo. Lo que dijo el expresidente es, lamentablemente, el más acertado, sincero -y triste- diagnóstico de nuestro país en últimos tiempos. Un dictamen inclemente que merece, como mínimo, una reflexión por tres razones. 

-En primer lugar, por inducir un análisis de lo está suponiendo esta legislatura: la «demolición» de un sistema y su substitución por una «pseudo interesada realidad»,

-En segundo lugar, por ser una confesión (auto)inculpatoria de una clase política indecente y, 

-En tercer lugar, por profetizar, a mi juicio, una sentencia destructiva para la democracia. 

Me explico. 

González, sin vergüenza, pronunció, alegremente, una frase que representa el reconocimiento explícito de la abdicación de la realidad por parte de la política, que ha sustituido el mundo objetivo (con sus funciones y disfunciones) por una serie de «constructos». 

La idea no es nueva ni original: es, de hecho, el mantra posmodernista. Pero su aplicación, sí.  El tema es que hay diatribas filosóficas de salón de universidad que los partidos antisistema están llevando a la práctica, mientras otros se lo permiten a cambio de un puñado de cargos.  

La Ley Trans es el ejemplo más cercano. Una norma que, pese a lo que podría parecer, no va para nada de reivindicación de derechos de personas con disforia de género. La ley es, llanamente, el intento de aplicación práctica del transhumanismo, un pensamiento fantasioso, que plantea que el ser humano, si lo cree y lo quiere, se puede «redefinir» por completo. 

Y es que, más allá de las cuestiones problemáticas como la mutilación de menores, la inseguridad para las mujeres o la amenaza para la patria potestad, la ley Trans regula la utopía de poder modificar por completo el «accidente del sexo biológico» de la especie humana mediante la biotecnología. 

Poca broma. Por eso ha dicho González, también, que es «una ley muy importante».

Esto nos lleva a plantear que el relativismo epistemológico del expresidente («La verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad») conlleva, adicionalmente, un relativismo moral que ha infectado a muchos políticos.

Lo que está insinuando González es que nada es bueno ni es malo, todo cabe….  la realidad se construye y se deconstruye en función de unos relatos interesados. 

En esta legislatura, algunas hemos sufrido (y, en general, la opinión pública se ha acostumbrado) la traición por parte de formaciones y de personalidades políticas, a los compromisos y programas.  Mientras, vendían el relato de «pactos anti-transfuguismo». No se puede ser más cínico.

La incoherencia entre la retórica y la praxis se ha hecho cada vez más habitual, porque parte de la clase política, amoral, se dedica a dar lecciones al mundo. Lo duro es que parece sernos indiferente que nos planteen «que todo es susceptible de ser cambiado, modelado y redefinido» …en función de intereses. 

Hoy no puedo dormir gobernando con Podemos… y mañana le hago vicepresidente; hoy hago bandera de la regeneración… y mañana me congratulo de que haya lobistas con escaño; hoy salgo diciendo que es vergonzoso que me compren un iPhone, y ayer me presenté a unas elecciones sin renunciar ni a sueldo ni a escaño. Y así todo…

En este contexto, los discursos (es decir, las narrativas concebidas para convencer de algo) y los «contra discursos» (los preparados para convencer de lo contrario) han cobrado un valor fundamental. El «relato», que se llama ahora.  

Mientras, paradójicamente, el compromiso y la vinculación con lo real se ha devaluado por completo, hasta el punto de que hoy, la palabra de muchos políticos no vale nada.

Y es que negar la existencia de las verdades objetivas, ceder la legitimación de las cosas a las creencias colectivas y a los intereses particulares, es una enajenación, una ausencia de ética, una negación de límites (incluidos los que impone la dignidad humana) y una legitimación del populismo, porque supone la admisión de la tiranía.  

Pero, como decía, al comenzar, lo más grave del «principio González» es que, si se fijan bien, en el fondo, es una profecía autodestructiva de la democracia. 

Porque el expresidente afirma que «la verdad es lo que los ciudadanos creen que es la verdad».

Y, los ciudadanos creemos cada vez más (de acuerdo con los últimos estudios) que esta clase política es un problema. La espiral del cinismo es tan grande, que como ya expone el último informe de Reuters, cada vez se practica más «la evitación selectiva»: no queremos vernos impactados ni por noticias políticas, ni por noticias de actualidad.

Cuando la burbuja política niega la realidad, no puede extrañarnos que haya una desconexión de la ciudadanía. 

Tal vez esté llegando el momento en el que seamos los ciudadanos quienes tengamos que plantear una verdad fundamental: la función pública tiene que ver con la ética, con el bienestar general y con la dignidad humana. No con los egos, ni con los intereses particulares.  

Y, la verdad, señor González, es, en efecto, que los ciudadanos empezamos a creer que necesitamos otro tipo de personas al mando de este país. 

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